Sangre de Hacedor

VIII. La luz es tu escudo

Ereden dejó a Rix atrás, todavía sin saber qué era lo que el joven espadachín se proponía hacer. Siguió sin perder de vista a su objetivo. Al parecer, Firon se encontraba ebrio. Los mester tardaban más que los kamir en metabolizar el alcohol. No dejaba de dar cortes de espada a diestro y siniestro, sin llegar a herir a nadie. Su precisión brillaba por su ausencia, lógicamente. Los otros miembros de su banda ni se acercaban a él, pero le jaleaban para que continuase intimidando a todo aquel que pasase cerca de ellos. ¿Por qué demonios no hacía acto de presencia la guardia de Ventos? Era demasiado raro. ¿Acaso tenían miedo de aquellos mester? Sí, solían ser una raza peligrosa por sus atributos físicos, pero los guardias solían estar bien formados para el combate. En fin. Tampoco le venía mal que no intervinieran. Un quebradero de cabeza menos. Siguió avanzando, fijándose en que el puerto estaba cada vez más y más concurrido. La gente estaba arremolinándose en la calle que llegaba hasta su ubicación. No pudo evitar fijarse en que muchos de ellos se encontraban agitados. Pero se volvió a enfocar en Firon. No le gustaba la idea de enfrentarse a alguien en ese estado, pero aquella gente lo necesitaba.
Se hallaba a escasos metros de Firon y empuñó su espada con la intención de desenvainarla para prepararse. «Sangre... Oscuridad... Ya viene...» Las palabras resonaron en su cabeza pero... ¿Había sido un pensamiento propio?
Aparcó aquello para resolverlo después. Se centró en su presa. Desenvainó su espada y se dispuso a unos diez metros de él mientras soltaba las correas de su caballo para que pudiese ponerse en lugar seguro.
—Empuña esa espada contra mi, Firon —utilizó su postura de ataque: el filo apuntando hacia su objetivo, la empuñadura en alto y la hoja recta.
El mester se giró y, al verlo, se echó a reír. No sabía bien si era a causa del alcohol o se estaba burlando de él, pero no le hizo ninguna gracia. Se pudo fijar en que la espada de Firon no emitía ningún tipo de brillo, por lo que no era un hacedor, eso simplificaba las cosas.
—¿Creeeees acaaaaso que podrááás conmiiiigo? —alargaba mucho las palabras. Sería por su parte animal. O tal vez el alcohol.
Firon intentó asestar un tajo tras otro a Ereden, pero los esquivaba sin ningún tipo de problema. Este dio una voltereta y, de un codazo, dejó sin sentido a otro de los mester allí presentes, mitad rata, y le robó su espada.
—Ahora sí. —le dijo Ereden —. Tu sangre no es digna de manchar mi espada. —envainó a Cruentum y volvió a la postura de ataque con la espada robada —. Ahora mismo, tienes más alcohol que sangre en tus venas. Qué patético.
Acto seguido, Ereden se deslizó por el suelo, esquivando un tajo horizontal de Firon y se levantó justo detrás de él. «Tienes suerte de tener esa coraza natural». Firon giró en un tajo rápido, pero impreciso. Ereden lo desvió con su espada y le hizo un corte ascendente en la axila izquierda, la del brazo donde empuñaba el arma.
—¡Aaaahhh! —gritó de dolor llevándose la mano libre a la herida — Ahoooora veráááás, maldiiiito. —empuño la espada con la mano derecha.
Antes de que Firon acabase la frase, Ereden ya se había plantado delante de él con una velocidad pasmosa. Le hizo otro corte similar en la axila derecha, dejando los dos brazos del mester inutilizados. Con la empuñadura de la espada le dio un golpe seco en la garganta y lo hizo arrodillarse casi sin respiración.
—Fin del juego.
Le dio un puñetazo en la nariz, haciéndolo caer de espaldas y le puso la punta de la espada en el cuello, justo debajo de la mandíbula. Le resultó raro ver que ningún miembro de la tripulación se inmiscuía en la pelea. Levantó la mirada y pudo ver que Rix se encontraba allí. Ya había tumbado a tres de ellos. No esperaba menos.
Un rugido atronador proveniente de la cubierta del barco pirata hizo palidecer incluso a los tripulantes del mismo. Ereden y Rix se giraron a mirar hacia allí: un mester enorme. Una mezcla de humano-león muy imponente. Portaba una casaca marrón y unos pantalones de lino rotos. Tenía una larga melena rojiza y su cara era la mezcla perfecta de sus rasgos humanos con los de animal. Llamaban la atención unos brazaletes que le rodeaban el brazo a la altura de las muñecas. Despedían un brillo gris potente. Nada bueno.
—Baja aquí, Teletton —Ereden puso de nuevo su mano sobre la empuñadura de Cruentum —. Contigo sí usaré mi espada.
«Sangre... Oscuridad... Ya viene...» ¿Pero qué? ¿Otra vez aquel pensamiento? Teletton aprovechó el shock momentáneo de Ereden para, a toda velocidad, bajar de la cubierta y propinarle un corte más que doloroso en el pecho. El joven, sangrando, gritó de dolor mirándose la herida. Sus mano buscó de nuevo la empuñadura de Cruentum.
—¡Eres un maldito inútil! —gritó Teletton a Firon —¡Subid todos inmediatamente al barco! Panda de arrogantes. En cuanto a tí —se giró de nuevo hacia Ereden —, voy a enseñarte que el único que puede educar a mis chicos... Soy yo.
Sus brazaletes comenzaron a brillar más fuerte y sus garras cambiaron. Ahora tenían un aspecto mucho más mortífero. Eran más largas y parecían de un material más duro. Teletton se apoyó con las cuatro patas en el suelo, apoyando todo el peso en sus cuartos traseros. Era como si un muelle estuviera acumulando energía. Ereden empuñó firmemente a Cruentum, esta vez en postura defensiva: la hoja en diagonal delante del cuerpo, esperando el golpe. Finalmente, el mester se lanzó como un misil hacia Ereden, rompiendo el aire. Las garras se toparon con la espada. Una onda de choque potente se liberó en ese golpe y casi tumba a Rix y al resto de tripulantes. Teletton fue lanzado hacia atrás un par de metros. Aterrizó de pie, listo para volver a atacar. Ereden salió peor parado. Fue despedido hacia atrás varios metros por la fuerza de aquel ataque, cayendo de espaldas. Trató de reponerse rápidamente antes de que su enemigo volviese a cargar contra él. Vio como el mester se preparaba para volver a atacarle justo cuando aparecieron una chica y un hombre que corrían mirando hacia atrás cada poco tiempo. La chica se dirigió directamente a Teletton, sin mostrar el más mínimo miedo.
—¿Eres capitán de algún barco? —le miró el sombrero y le hizo un gesto para que se apresurase a contestar.
—No te metas, niñita... — volvió a la carga contra Ereden.
El rostro de la chica se tornó muy serio. Acto seguido, empuñó un puñal y, de pronto, una ráfaga de rayos paralizaron a Teletton. La miró con asombro, como una serpiente cuando el ratón se atreve a morderla.
—¡Queréis hacer el favor de mirar a la plaza del puerto y ver lo que se aproxima! —dijo Tess alterada —Necesitamos irnos lo antes posible.
—Es cierto. —Veryl se dirigió a todos los allí presentes —. No sabemos de qué se trata, pero está destruyendo todo a su paso.
Teletton, Ereden y Rix se voltearon hacia la plaza y vieron a la gente correr despavorida. En una de las entradas a la calle parecía haber algo grande, pero no se alcanzaba a ver bien. «Sea lo que sea, esa gente corre un grave peligro». Ereden miró a Teletton y luego a Rix.
—Ponlos a salvo. —le dijo señalando al grupo de Rix y a su caballo —. Trataré de ayudar a todo el que pueda.
Emprendió el camino hacia la plaza, Cruentum en mano, con una emoción desbocada por ver a qué se iba a enfrentar esta vez. ¿Sería un enemigo poderoso? La mente de Ereden estaba desatada. ¿Quería realmente ayudar a aquella gente o quería combatir a aquella cosa y ya? A veces, no sabía qué era lo que le movía, pero cada vez estaba más convencido de que era egoísta por naturaleza. No le preocupaba.
Rix cogió las riendas del caballo, se acercó a su gente y les indicó que entraran en el barco de los piratas mester. Ellos no tenían ninguna gana de entrar en un barco como aquel, pero temían bastante más lo que veían en la plaza del puerto, así que no se opusieron a aquella orden. Les acompañó corriendo hasta la cubierta, donde varios de los tripulantes les rodearon con intención de intimidarlos, pero Rix empuñó rápidamente su espada.
—Puedo tumbaros a muchos de vosotros si os acercáis un poco más. —dijo sin titubear —. No pienso dejar que mi gente muera a manos de ese monstruo. —casi escupió esa última palabra —. Así que si queréis que bajemos a una muerte asegurada, bien podéis intentarlo a la fuerza.
Teletton, que se encontraba aún visualizando desde la distancia aquel ser en la plaza, escuchó todo lo ocurrido en la cubierta de su barco. Subió rápidamente y se interpuso entre Rix y sus hombres. La inmensa melena rojiza se veía en todo su esplendor al ser empujada por la brisa marina mientras miraba fijamente al grupo de intrusos.
—No pienso dejarte empuñar una espada en mi barco, humano. —le dijo sacando a relucir sus colmillos afilados, asustando a toda la gente de Rix —. Si queréis quedaros, que no vea que jugueteas con ella. Llévalos abajo. Y vosotros, —gritó, dirigiendo su mirada a tierra hacia Tess y Veryl —, subid antes de que cambie de idea y tire a gente del barco.
Ambos subieron rápidamente al barco, mirando en todo momento hacia la plaza como aquella sombra mataba a todo lo que se le ponía delante. No podían quitarle el ojo de encima a Ereden. Les había sorprendido lo rápido que fue al encuentro de aquel ser al enterarse de lo que estaba ocurriendo.
Ereden fue directo a aquella cosa y descargó un corte diagonal hacia arriba, a la altura de lo que debería ser el abdomen de lo que fuese aquello. El ser se defendió chocando sus garras contra su espada, creando un remolino de viento alrededor de ambos por la fuerza del impacto. Estaban tan cerca el uno del otro que Ereden pudo ver más sobre ese ser: no tenía rostro. Su cara carecía de facciones y destacaban sus ojos y su boca. Sus ojos eran dos luces de color violeta oscuro brillante y su boca parecía tener grandes colmillos. El interior de esta le hizo recordar a la oscuridad más profunda que jamás hubiese visto. Trató de morder a Ereden justo en el cuello. Este se rehizo de nuevo, interponiendo su espada entre su cuello y aquel amasijo de lo que parecían ser dientes, pese a que parecían no tener forma definida y eran del mismo color que el resto del cuerpo. «Joder. Parece que la herida de ese asqueroso león me ha afectado demasiado.» Los movimientos de Ereden eran más lentos de lo normal y su cansancio aumentaba rápidamente. Debía ser por eso. ¿Qué si no? No hubo tiempo de pensar mucho en ello. Algo sujetó firmemente a Ereden, constriñendo su abdomen. Una larga cola, acabada en una punta afilada, le tenía bien sujeto. No podía defenderse en esa situación. Apenas podía respirar. Pudo ver soldados que se arremolinaban alrededor de aquella cosa, tratando de capturar a los rezagados que no habían logrado salir aún de la plaza. Aquella cosa volvió a abrir sus fauces, dispuesta a morder a Ereden que no pudo hacer otra cosa que asumir que todo había acabado para él.



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En el texto hay: fantasia, amor, magia

Editado: 04.11.2024

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