Al despertar, notaba un leve cosquilleo en su tobillo. Estaba limpio, lo que indicaba que su padre habría estado allí atendiendo sus heridas. Apoyo con suavidad el pie, sintiendo solo una pequeña molestia que no le impediría caminar o pedalear. Se duchó y vistió, bajó para tomar el desayuno y disponerse a realizar los deberes del día.
—Hola nena, ¿Cómo sigues? —saludó su padre con un beso en la frente.
—Ya no duele, gracias pa —regresó el gesto como un cálido abrazo.
—El desayuno está esperándote…
—Y el aseo también —gritó su madre desde la cocina.
—No puede ver a un pobre enfermo cómodo, ¿verdad? —susurró a su padre.
—Para nada.
—Los escuché —replicó Nilsa.
Riendo por lo bajo, Naomi desayunó y lavó los pocos trastes que estaban esperándola en el lavaplatos. Empezó con la sala, lo que siempre le tocaba. Limpió y ordenó todo lo que veía, caminando de aquí para allá con baldes y agua para trapear. Tanto movimiento fue aumentando su molestia, convirtiéndose otra vez en un pequeño dolor por lo que entre veces cojeaba. Trataba de disimular en frente de sus padres, que la vieran así no haría más que preocuparlos de más.
Después de almorzar, fue directo a su habitación para hacer el respectivo «ordenamiento», lo último en su lista de tareas del día. Allí sí podía hacerlo a su manera, con música y la ventana abierta para dejar entrar el aire fresco de la tarde. Aún con su dolor en el tobillo, limpiaba y a la vez trataba de seguir los pasos de baile de sus canciones favoritas. La danza era una de sus pasiones, en sus tiempos libre se dedicaba a crear y repetir coreografías que más le llamaban la atención. Llevaba ya cierto tiempo sin hacerlo, y ya le estaba haciendo falta. Con torpeza bailaba parando entre veces para descansar su maltrecho pie, sin darse cuenta aún que estaba siendo vigilada desde fuera.
—Ya terminé —suspiró aliviada enfrente de sus padres para hacerse notar—, dejé todo limpio y reluciente, y ya no me duele el pie. ¡Confirmado!
Ambos la miraban entornando los ojos, la conocían tan bien como para saber que tantos detalles solo significaba una cosa: algo quería.
—¿Qué quieres, Naomi Patricia? —indagó Nilsa.
—Primero, querida madre —inició con su retahíla—, según mi registro de nacimiento y actual documento de identidad, ese nombre de Patricia no figura por ningún lado, así que gracias, pero me gusta mi nombre tal cual es.
—¿De dónde habrá sacado tanta palabrería esta niña? —preguntó Félix divertido.
—¿Eso fue una pregunta capciosa o de verdad esperas una respuesta? —se dirigió a su padre, luciendo toda la seriedad que era capaz.
—¿Ya di que quieres? —preguntaron los dos al tiempo.
—Bueno, pero no se enojen —contestó con tranquilidad, tratando de no reírse a carcajadas—. Solo quería comprar un par de cosas, eso es todo.
—¿Pretendes que te dejemos salir después que —replicó su madre perpleja— «accidentalmente» cayeras de tu bicicleta, obligando al vecino a traerte cargada hasta acá porque no podías siquiera apoyar el pie?
Pensativa, Naomi sopesaba cada palabra, todas las posibles opciones de respuesta a dar ante tal cuestionamiento, de ello dependía si le daban el permiso o no.
—Sí —se limitó a decir.
—Tu hija es el colmo —Nilsa se quejó con Félix—, de verdad que lo es.
Félix no pudo aguantar, estalló en sonoras risas provocando miradas de reproche por parte de su esposa, Nilsa. Esta los miraba a ambos intercaladamente, Félix estaba rojo como un tomate por tanta risa, y Naomi, por su parte, la miraba con la expresión más inocente y dulce que tenía.
—Mira niña, tus artimañas no funcionan conmigo —replicó Nilsa con seriedad—, ni pienses que te dejaré salir.
«Es hora de usar mi arma secreta» pensó decidida. Cambió su expresión de niña buena, a la carita de perro regañado haciendo los pucheros que encantaba a su papá cuando estaba más pequeña.
—Prometo tener mucho cuidado, ¿sí?
—¿Qué vas a comprar? —preguntó Nilsa con un suspiro de derrota.
—Lienzos de dibujo, algunos lápices, algo de tempera —enumeraba Naomi emocionada—, y helado… de Brownie.
—Tu si tragas dulces, vas a morir diabética —replicó Nilsa poniendo los ojos en blanco.
—Pero feliz.
Después de ducharse una vez más, peinarse y vestirse decente, recibió algo de dinero de su padre aún sin habérselo pedido. Lo agradecía de corazón, pero le gustaba ganarse su propio dinero y ahorrar. En todas las escuelas a las que había asistido, cobraba por hacer trabajos artísticos, vendía sus retratos y también los hacía por encargo. De esa manera podía darse los gustos que quisiera, como comprar montones de dulces y materiales para seguir con su trabajo. Antes de salir, reposó un rato el pie disminuyendo el dolor. Tenía pensado manejar hasta la heladería cerca de la biblioteca, por lo que debía aguantar un buen trayecto en bicicleta.
Segura de no cojear, salió de casa rumbo a la papelería primero. Se distrajo apreciando las mil y una maravillas de productos que ofrecía aquel almacén, deteniéndose más de la cuenta en una paleta completa de colores de buena calidad, pero demasiado caros para su bolsillo.
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Editado: 29.10.2024