—A despertar, el aseo no se hace solo —exclamó Nilsa entrando a la habitación de Naomi, abriendo de par en par las cortinas—. El día esta radiante, ¿No crees?
El brillo del sol cegó por completo a Naomi, quien lanzó un quejido de molestia mientras cambiaba de posición para poder seguir durmiendo.
—Levántate, mocosa —advirtió su madre, quitándole la frazada de encima—, te doy diez minutos para que bajes a desayunar, de lo contrario…
Salió de la misma forma abrupta en que entró, dejando la frase inconclusa y en el aire. Resignada y temerosa, salió de su cómoda cama para ducharse y bajar antes de ser castigada con crueldad. Un nuevo día de aseo incansable la esperaba, aún le sorprendía la cantidad de mugre que podía entrar en tan poco tiempo a la casa, por lo que todos los días sin excepción se hacía la limpieza.
—Hola, nena, ¿Cómo sigue tu pie? —saludó Félix.
—Sin dolor, hasta podría correr —sugirió Naomi sonriente.
—Me encanta que tengas tanta energía —comentó Nilsa con sarcasmo—, la necesitaras para hacer tus deberes.
—Le quitas lo divertido a la vida, mujer —replicó Naomi.
Desayunaron en calma, comentando y riendo como siempre. Las charlas durante las comidas siempre variaban de tema, el trabajo en bienes raíces de sus padres, la escuela y cualquier otro que esté en vigencia, como su pequeño encuentro con Jeimmy.
—¿Qué tal está Jeimmy? —preguntó Nilsa de forma inesperada.
Naomi miraba a su madre analizando su expresión, la sorpresa por aquella pregunta casi hace que escupiera su café, pero al parecer su padre esperaba algo así, ni se inmutó ante tal cuestionamiento.
—¿Por qué debería saber eso? —preguntó Naomi desconcertada.
—No sé, tal vez has seguido hablando con él desde de tu pequeño accidente —contestó Nilsa—, fue muy amable al ayudarte.
—Lo fue y ahí queda, eso no significa que seamos amigos.
—Naomi, cariño —interrumpió su padre—, deberías intentarlo, ¿No crees?
—No otra vez, por favor —suspiró Naomi, sabiendo a donde querían llegar.
—Se ve que es un buen chico, no dudó en ayudarte sin siquiera conocerte, creo que se merece una oportunidad —continuó Félix—. Tú deberías darte una oportunidad, sabes que no me gusta verte sola.
—Pero ya estoy acostumbrada a estarlo, y así es mejor —su fastidio fue evidente en el tono de su voz.
—Está bien, no insistiremos más —comentó Nilsa—, por ahora…
—¿Perdón? —exclamó Naomi— ¿Cómo que por ahora? ¿Qué están tramando ustedes?
—¿Ustedes? —dijo Félix— Me sacas de ese costal.
—¿Por qué tendría que tramar algo? —indagó su madre con falsa inocencia.
—Porque te conozco.
—¿Acaso me vas a negar que el chico está bueno? Es todo un bombón.
—¡Mamá! —exclamó Naomi escandalizada, desviando la atención a su padre— ¿Sí ves? Me quiere vender a los vecinos solo porque son medio simpáticos.
—Nilsa, por favor —recitó Félix—, recuerda que hasta los cuarenta no va a tener novio, así que ni lo pienses.
—¡Perate! —vociferó Naomi, mientras su madre se burlaba de la situación— ¿No era a los treinta?
—Estarás muy niña aún.
—Pero tú tienes treinta y nueve —se quejó Naomi—, dieciocho años de casado y una hija de dieciséis.
La discusión sin sentido continuó hasta que Naomi no pudo más. «Esta gente está loca» pensó, recordando las absurdas insinuaciones de su madre. Con rapidez hizo todos sus deberes, dejando su habitación ordenada a la perfección. Se duchó y alistó para salir en su bicicleta, necesitaba terminar el trabajo que inició y no pudo continuar por culpa de aquella inesperada visión. Casi siempre las podía controlar, evitando tenerlas en momentos inadecuados, solo aparecían cuando estaba demasiado agotada o alterada emocionalmente. Por eso, se le hizo extraño que sucediera de forma tan inesperada y eso casi la mata.
—Procura no demorarte como ayer —advirtió su padre antes de dejarla salir.
—Sí señor, como usted diga —contestó con una enorme sonrisa.
Salió con aparente tranquilidad sin demostrar la ansiedad y emoción que sentía por llegar lo antes posible, a lo que será su lugar de escape. A pocas calles, vio de reojo a Jeimmy tratando de zafarse de encima por décima vez en la semana a Mara. Era tan insistente y fastidiosa que ya sentía pena por aquellos chicos, en particular por él, a quien atosigaba con mayor persistencia. Sus intentos de coqueteo y seducción, si alguna vez había funcionado, no surtían efecto en ninguno de los tres.
—Pobre hombre —susurró con fingido pesar.
Continuó sin parar, pedaleando a gran velocidad teniendo cuidado con transeúntes y vehículos. Estaba cerca de aquel parque, las calles se hacían cada vez más solitarias a pesar de estar a pleno día, pero un crepitar en su bicicleta la pone en alerta. Era la primera vez que sonaba de esa manera, siempre le hacía su respectivo mantenimiento por lo cual se extrañó aún más.
—¿Qué carajos? —exclamó.
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Editado: 29.10.2024