Despertó después de unas diez horas de sueño seguidas, sintiéndose descansada y más relajada que en días anteriores. Se duchó y bajó a desayunar, encontrando a sus padres listos para salir.
—Por fin despiertas, niña, creí que dormirías hasta mañana —exclamó Nilsa con sarcasmo— ¿No quieres seguir durmiendo?
—Debería, pero creo que no tengo ganas —contestó Naomi burlona—, gracias por la oferta.
—Serás… —replicó Nilsa reteniendo la risa— Está bien, ahora por graciosita te encargaras de todo el aseo. Tu sola. Que te diviertas.
—Hasta luego, nena —se despidió Félix con un beso en la frente.
—Yo regreso a medio día, cuidado sales Naomi Patricia porque te las verás conmigo.
—Sí mamá, ve en paz y me traes un dulce.
Esperó a perder de vista a sus padres, cerró la puerta y se dirigió de inmediato al equipo de sonido de la sala. La música a todo volumen era de los pocos gustos que se daba cuando estaba sola, y al son de sus propios pasos de baile hacía el aseo sin ningún problema. Desayunó, dejó la cocina limpia y continuó con la sala. El resto de la casa solo fue una pasada a excepción de la habitación de sus padres, donde no entraba sin una «orden por escrito». La última vez que había entrado, la dejó con una imagen mental que una niña de seis años no debía tener hasta ser mayor de edad.
Eran ya las once de la mañana, solo faltaba una hora para que regresara su madre y aún no estaba ni de cerca de hacer almuerzo. Revisó con rapidez los estantes y nevera, buscando que podría hacer que no sea demorado. Sin embargo, no encontró nada útil.
—¿Qué se supone que debo cocinar si no hay nada? —indagó para sí misma— ¿Será que voy?
La idea de salir solo por un par de minutos a la supertienda de la esquina se le vino a la mente, pero enseguida la descartó al recordar estar castigada.
—Que valga madres todo, igual me van a regañar por una cosa o la otra —exclamó decidida.
Salió corriendo directo a la tienda con algo de dinero, siempre dejaban cierta cantidad para emergencias. Eligió lo primero que se le ocurrió, pasta.
—¿Apurada? —preguntó una suave y familiar voz detrás de ella.
—Hola, Vilma —contestó entre jadeos— ¿Se nota mucho?
—No mucho, solo de lejos —contestó entre risas—, y de cerca también.
—Muy graciosa —replicó llenando poco a poco su canasta.
—¿Puedo ayudarte? —con amabilidad, tomó el carrito de las manos de Naomi— Te veo algo enredada con esto.
—Algo así, debo hacer el almuerzo y mamá no dejo nada para preparar.
—Pero tranquila, nadie te está persiguiendo.
—Se supone que estoy castigada —comentó Naomi con gesto asustado—, si se enteran que salí, moriré.
—Señora, pero que drama —se burló Vilma—, te pareces a mi hermana. Pero no te preocupes, te ayudaré para que pagues de primera en caja.
—Gracias, tan gentil —dijo Naomi con sarcasmo, pero divertida.
La ayudó a elegir otro tipo de pastas, una de menor duración de cocción, algunas salsas, verduras y con qué acompañarlo. Pagó y salió como alma que lleva el diablo. Caminaba a paso apresurado, el peso de las bolsas no le permitía correr. Estaba a pocos metros de su casa, cuando es interceptada por la espalda.
—¿Y tú castigo? —preguntó de forma burlona Luke— ¿Ya te lo quitaron?
Ahí estaban los tres, mirándola curiosos.
—¿Estas castigada? —indagó Peter perplejo, pero de igual forma burlándose.
—¿Por qué será? —susurró Jeimmy con sarcasmo, mirándola mientras arqueaba una ceja.
—Soplón —susurró Naomi en su dirección.
—Ahora que veo puedes salir, ¿Podemos hablar? —con mirada seductora, Luke se le fue acercando poco a poco ignorando la mirada asesina de Jeimmy.
—Me encantaría, pero sabes… —comentó Naomi caminando con lentitud hacia atrás— aún estoy castigada, es más ustedes no me han visto. Yo estoy juiciosa en mi casita encerrada, no estuve aquí, no me han visto, es más, no me conocen… Adiós.
Y dicho esto, giró sobre sus talones y se marchó a paso decidido a su casa. Dio una última mirada en su dirección antes de entrar, solo para darse cuenta que Peter y Luke reían a carcajadas alejándose del lugar, mientras Jeimmy seguía observándola con ese mismo gesto indescifrable que ya era común en él.
Desempacó todo lo que compró y puso manos a la obra. En contados cuarenta minutos, el almuerzo estaba listo, justo a tiempo para la llegada de su madre.
—Huele muy bien —exclamó entrando directo a la cocina— ¿De verdad cocinaste tú?
—Tu desconfianza duele, madre —se quejó Naomi teatralmente—, para la próxima no pondré tanto esmero.
—Delicada… por cierto —Nilsa miraba curiosa lo que había preparado— ¿De dónde sacaste los ingredientes?
—Pedí domicilio —contestó desviando su atención a lo que estaba preparando.
—¿Segura? —interrogó con insistencia.
—Claro que sí, yo no puedo salir porque estoy castigada —recitó solemnemente—, y soy una niña obediente.
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Editado: 29.10.2024