Se encontraba en una especie de cabaña oculta en el bosque, pero no el mismo donde tenía su bella casita de árbol. Este era oscuro y siniestro, con árboles secos y retorcidos. Aquel chico la llevaba de la mano por un pasillo sucio y maloliente, donde encontraron una puerta oculta en el suelo.
—Ven, debes ver algo rápido —le ofreció su mano.
No confiaba en absoluto en aquel chico, pero el suave color azul de sus ojos y la urgencia que demostraba en su mirada le hizo ceder. Bajaron por unas escaleras metálicas hasta un pasillo hecho de piedra caliza, antorchas encendidas con luz mágica iluminaba el tramo estrecho guiándolos a una amplia sala. Al fondo de esta, había una puerta metálica reforzada y protegida, un gran panel de control con huella dactilar refulgía en colores rojo y verde.
—¿Qué es este lugar? —preguntó atónita.
—Donde todo empezó —susurró asustado—, para ambos.
El chico colocó su huella en el detector, y con un zumbido la puerta se abrió ante ellos. Se apartó para que ella pudiera entrar, siendo él quien vigilara los alrededores asegurándose de estar solos. La habitación estaba en tinieblas, por lo que esperó unos minutos hasta que sus ojos se adaptaron a la poca luz. El horror que allí se guardaba era brutal, los mayores actos de crueldad se evidenciaban en cada rincón al que miraba.
—¿Qué… es esto? —aterrada y atragantada con sus propias palabras, Naomi sentía el asco y la repulsión que aquellas imágenes le transmitían.
—El Génesis —explicó aquel chico—, así lo llama él, Haakon.
La habitación estaba rodeada de estantes con todo tipo de frascos llenos de extraños líquidos brillantes, tubos de ensayo con sangre, elementos quirúrgicos sucios y malolientes. En el centro había varias camillas con correas, a un lado de cada una de ellas estaba una mesa metálica con cuchillas, agujas y restos de sangre seca esparcidas. Algunos vidrios rotos brillaban en el suelo, al parecer eran frascos con sustancias de color verde fluorescente.
En la pared izquierda se divisaba una cortina plástica que daba a otra habitación, allí, con un grito ahogado tuvo que contener las náuseas y el malestar que el hedor le produjo. Había jaulas de diferentes tamaños, en ellos criaturas de diferentes razas yacían asustados e incluso, algunos muertos. Sus cuerpos descomponiéndose y llenos de pus perfumaban el ambiente con el olor agridulce de la carne podrida, larvas enormes caían de aquellas celdas llenando el suelo con una baba espesa y amarillenta. Pero no todos eran seres mágicos, había mujeres humanas embarazadas y sedadas dentro de algunas de ellas, sus grandes abdómenes se removían a causa del feto que en ellas crecía.
De sus muñecas, catéteres conectados a bolsas parecidas a las de la otra habitación, pero llenos de otro tipo de líquido. Aquellas mujeres estaban muriendo, sus brazos y piernas mostraban signos de tortura física. Cicatrices y marcas recientes de lo que parecían latigazos, rasguños y cortes profundos enrojecían sus pálidas pieles. Estaban extremadamente delgadas, ojerosas y con bolsas bajo sus ojos. Sin duda alguna, en muy mal estado de salud.
—¿Qué es todo esto? —indagaba Naomi con voz quebrada— ¿Por qué me trajiste?
—Debes saber la verdad —contestó lleno de miedo, mostrando en su muñeca una marca de nacimiento casi igual a la de ella—, debemos…
—¡Kaled! —una suave pero potente voz femenina se aproximaba— Demonios, Kaled. ¿Dónde rayos te metiste?
—Debes irte —dijo con urgencia.
—¿Kaled?
—¡Despierta!
La imagen empezó a difuminarse, su visión estaba a punto de terminar y por primera vez no deseaba irse tan rápido. Necesitaba respuestas, tenía muchas preguntas que hacer.
—¡Despierta por favor! —el chico hablaba, pero escuchaba una voz diferente llamándola.
Poco a poco abrió los ojos, aún estaba oscuro y su visión seguía borrosa. Sentía el cuerpo pesado y adolorido, el frio le calaba hasta los huesos. Se removió algo incomoda, un rostro familiar y muy preocupado se ceñía sobre ella.
—Naomi, despierta por favor —susurraba Jeimmy preocupado con suaves caricias en sus mejillas—, ya estas a salvo.
—Kaled… —escuchaba en la lejanía— ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Qué…? —balbuceaba Naomi desconcertada.
—Nada que te incumba, no tengo porque darte explicaciones —contestó airado—, largo de aquí.
—¡Naomi! —exclamó Jeimmy, zarandeándola con un poco más de fuerza— ¡Despierta!
Con una fuerte inhalación abrió los ojos abruptamente. Se levantó apresurada y desubicada, no sabía dónde estaba ni que había ocurrido en medio de su visión.
—Tranquila, soy yo —decía Jeimmy para calmarla—. Naomi, mírame.
Asustada, miraba en todas las direcciones en busca de aquellas voces, pero ya habían desaparecido. Ya no estaba en aquella horrorosa habitación, estaba de vuelta en Betania, en algún lugar alejado del bosque y de su casa. Unas pronunciadas escaleras bajaban hasta llegar a una calle aún vacía, iluminada por la tenue luz de las farolas y allá abajo, su bicicleta yacía tirada con algunos rapones.
—¿Qué… pasó? ¿Dónde?
Tomó su rostro entre sus manos, obligándola a verlo directo a los ojos.
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Editado: 29.10.2024