Corría por las calles de su antigua ciudad. Todo estaba oscuro y no sabía a donde se dirigía. Sus piernas no daban más de sí. La lluvia azotaba su cara y le mojaba el pelo. Estaba calada hasta los huesos, la noche tan oscura no dejaba ver nada y en la calle no había ni un alma. No sabía por qué corría, pero sabía que alguien o algo le perseguían. Estaba muerta de miedo, no entendía que pasaba. Giró en seco, encontrando un callejón oscuro con una pequeña luz al final. En cuanto llego a la luz, se dio cuenta que un muro enorme se erguía sobre ella. No tenía salida, su captor llegó al callejón, era imposible que ella diera la vuelta. Miró a ambos lados buscando una salida, al no verla se dio la vuelta asustada.
Lo que divisó la dejo sin habla, el hombre que la perseguía, tenía unos enormes ojos azules que se quedaron clavados en los suyos, le sacaba dos cabezas o un poco más de altura. Su pecho, musculado, subía y bajaba rápidamente, igual que el de ella, a causa de la carrera. El pelo de él era oscuro y peinado hacia arriba. Tenía una barba de dos días bien cuidada y su mandíbula era cuadrada muy masculina. Los brazos musculosos, al igual que el torso, estaban enfundados en una camiseta gris, bastante fina, la cual marcaba todo. Llevaba unos tejanos oscuros, que se ceñían a unas maravillosas piernas. Llevaba unos zapatos negros, preciosos que hacían resaltar su hombría.
Él la miraba como si ella fuera un dulce, apetecible. Ante aquella mirada, le recorrió un escalofrío por toda la médula espinal. Los ojos azules se despegaron de los suyos solo para mirar su boca. El hombre se pasó la lengua por los labios y la dejó abierta, dejando ver en ella una preciosa y blanca dentadura. Parecía que quería decir algo, pero volvió a cerrar la boca sin articular palabra. La pelirroja puso las manos a su espalda, evitando tocarlo, no por no tener ganas, que se moría por ello, sino porque estaba asustada. Aquel desconocido enorme la intimidaba como ningún otro, claro que, ella no tenía mucha experiencia con los hombres. Él se acercó, poniendo sus poderosos brazos uno a cada lado de su cara, apoyando las manos en la pared y ella tembló ante esto.
—Tienes miedo.
Suspiró el hombre. No era una pregunta, era una afirmación. Y claro que tenía miedo, él era un desconocido que la había perseguido sin ninguna razón. Pero no era solo miedo, la adrenalina le subía por todo el cuerpo, se moría de ganas de tirarse encima de aquel y besarle, cosa que pensando por otra parte jamás le había pasado. Alzó una mano insegura y acarició su mejilla, el desconocido le devolvió la caricia contra su mano, como si de un felino se tratará. La barba le hizo cosquillas en la palma y ese pequeño roce con él, hizo que su corazón palpitase como nunca. Él se acercó a sus labios y cuando estuvo a unos palmos, ella cerró los ojos, temblando. En su camino hacía su boca, cambió su dirección y se acercó a su oreja, retirando el pelo pelirrojo con los dedos.
—No tienes que temerme, nena.
A la pelirroja se le puso la piel de gallina y para rematar la faena el mordió el lóbulo de su oreja, haciendo que ella abriera la boca, soltando un pequeño gemido que se le escapó de los labios sin que ella lo pudiera evitar.
En ese momento ella despertó, con todo el bello de punta. Miró hacía todos lados, esperando encontrarse esa mirada azulada y fría en cualquier momento, pero allí solo había oscuridad. La cortina llamó su atención, juró haber cerrado la puerta del balcón, pero está permanecía abierta agitando la tela con el aire de fuera. Salió de la cama, aún con la piel de gallina y la cerró mirando a través de las puertas de cristal. El sueño la había dejado agotada mentalmente, tenía miles de preguntas rondando por su mente. ¿Quién era aquel hombre? ¿Qué era lo que había sentido? ¿Por qué aquel sueño la había dejado tan agitada?
Se paseó nerviosa por la habitación, pensando alguna respuesta para alguna de las preguntas, pero no se le ocurría ninguna. Perdida en esos pensamientos, el tiempo se le pasó hasta darse cuenta de que, el sol estaba dejando caer sus primeros rayos atravesando el gran ventanal del balcón. Se asomó despacio, viendo como el sol salía por el horizonte. Iba a ser un día raro, el primero de muchos en aquel pequeño pueblo. El primer día de clases, sería intenso. Se había apuntado a la universidad del pueblo vecino, otro máster, esta vez de especialización a los “lupos”, en otras palabras, Lobos.
En esos entornos, se encontraba una reserva solo para ellos, desde que se enteró de su existencia, el gusanillo de la curiosidad le había picado fuerte. Se dedicó a rebuscar en su maleta, mirando y pensando cual sería la mejor forma de causar una buena impresión. Optó por una camisa blanca con escote y manga larga, además de unos tejanos oscuros, bastante ceñidos, unos botines de color negro, con un tacón medio, sin ser muy alto ni muy bajo. Se miró al espejo y se probó su americana negra. Parecía una chica seria, una ejecutiva sexy, se rio de sí misma, mirándose de un lado al otro, dando una vuelta. Después entro al baño, se miró al espejo y cogió su neceser de maquillaje, se delineó los ojos con lápiz de ojos negro y se puso rímel, con tan solo un poco, sus ojos parecían agrandarse. Se pintó los labios, de color rojo oscuro y se hizo una cola alta. Agarró su bandolera, metió su carpeta, una libreta y su estuche y se dedicó a arreglar sus cosas, hasta que sintió su vientre rugir como un león y decidió que era hora de bajar a desayunar.
Bajo las escaleras de mármol blanco, con la barandilla dorada, le recordaban a las películas de princesas antiguas. Se adentró en el comedor. Era una estancia grande, de color beis con las cortinas en un tono marrón claro. Estaba lleno de enormes ventanales, que hacían la habitación luminosa. En el centro había una gran mesa de madera, que se veía bastante antigua pero cuidada. La alfombra, del mismo color que las paredes, contrastaba con el suelo de madera oscura y daba un toque un poco más moderno a la habitación.
Una de las chicas de servicio, entró al comedor con una bandeja y se inclinó al verla. La pelirroja se sentó en una de las sillas cercanas a los ventanales y miro a través de uno de ellos. La chica del servicio le sirvió una taza de café con leche, que ella agradeció con una sonrisa. No se acostumbraba a tener servicio, era algo a lo que nunca creía que se fuera a acostumbrar. Tomó un pequeño sorbo de la taza de café, aun mirando por el ventanal. El sol estaba bañando todo el exterior con sus rayos, todo se veía verde y precioso, en las hojas de las plantas si te fijabas, podías ver resbalas el roció de la mañana.
En unos minutos, los ruidos empezaron a inundar la parte de arriba de la gran casa en la que ahora vivían. Unos pasos se escucharon antes de entrar al comedor donde ella se encontraba. Su hermana pequeña, Bonnie, acababa de bajar, recién arreglada. Bonnie era perfecta, sus ojos eran de color verde, llevaba el pelo largo y liso a la altura de la cintura, pelirrojo como ella. La piel blanca, dejaba de ver unas pequeñas pequitas en las mejillas, sus labios, de color rosado y medio carnoso. Tenía un cuerpo pequeño e esbelto, de acuerdo a su altura, más o menos como el de su hermana. Eran tan parecidas pero tan diferentes a la vez... Vestía con una camisa de cuadros de colores morados y blancos de manga larga, unos pantalones tejanos de tiro alto por donde se metía la camisa y unos botines altos de color negros. Se sentó a su lado, sin mediar palabra y dejó que el servicio le sirviera el desayuno antes de hablar.
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Editado: 16.06.2021