—Tú —sentenció la morena. Aquel joven terminó con lo que quedaba en completo silencio, ignorando la feroz mirada de aquella mujer y finalmente se los entregó.
—De nada. —Dijo sarcástico aunque sin tono irritante. Pasando a un lado de ella mientras se alejaba.
—Oye —dijo ella con vergüenza, queriendo arreglar el momento. El militar se detuvo y se volvió hacia ella—. No necesitaba tu ayuda. Pero gracias de todos modos, señor… hizo una pausa a propósito, para que él le dijera su nombre—. Navas —pronunció ella misma cuando vio el lado superior izquierdo del uniforme de éste.
Aquella persona no dijo nada más, no sonrió siquiera, volvió a dar la espalda y continuó su camino, dejando a Renacer con la sensación de estar siendo un completo asco.
~ ~ ~
Estaba cayendo la tarde y su teléfono continuaba sonando, parecía querer explotar de tanto avisar una llamada entrante, pero Renacer no podía atender, cargaba las manos atestadas de libros sobre libros de camino a casa por la corta vía que conducía hacia la entrada de la hacienda, muy cerca de la base militar del pueblo. Iba jadeante, cansada por el esfuerzo de sus brazos. Aunque la familia tenía autos por doquier, ella prefería caminar por las calles como una persona de recursos limitados, lejos de presumir su nivel social. Se las ingenió hasta llegar, pero poco antes de estar demasiado cerca, pudo ver un bullicio de gente uniformada alrededor de su casa, habían otros civiles y una ambulancia, también estaba una patrulla haciendo lo que para ella se volvió un escándalo.
El miedo recorrió todo su cuerpo como ácido por sus venas, pero la preocupación fue más intensa cuando vio que Martha se veía desesperada, llorando a cántaros en medio de evidentes temblores por ese algo que era motivo de semejante revuelo. Renacer se había quedado pasmada, sentía los pies tan pesados como mil kilos de plomo pegados al suelo y a Martha dos policías trataban de impedirle que entrara a la gran casa de paredes blancas.
—¡Son mi familia! —gritó la joven de gafas—. ¡Déjenme entrar!
El corazón de Renacer cayó al suelo al escuchar aquello, su cara de tez morena se tornó pálida y al instante dejó caer los libros y su morral, partiendo en una carrera hacia donde estaban todos.
—Señorita —la detuvo otro policía—. No puede entrar.
—Soy familiar —dijo ella con desespero, sintiendo un nudo en el estómago corriendo hacia su hermana mayor—. Martha, Martha —repitió con voz temblorosa y la cara contraída por la incertidumbre, deteniéndose en frente de la joven de piel más clara—, ¿qué está pasando?
—A… allí… adentro —tartamudeó por culpa de la desesperación y el llanto—, nuestros padres… nuestro hermano... Renacer negó con un gesto de cabeza al imaginarse mil cosas, corriendo hacia dentro de la casa, burlando la seguridad y sin hacer caso de las protestas de algunos guardias y el médico forense.
Nada iba a ser fácil de asimilar, sin embargo ella quería despojarse de una vez por todas del manto de incertidumbre que la envolvía hasta casi asfixiarla, a toda prisa, sintiendo la presión del aire contra su cara se abrió paso entre las personas hasta llegar al escenario. Al levantar la mirada a lo alto de la gran sala principal, Renacer sintió que el alma se le iba hasta los pies, como si fuera agua escurriéndose de su ropa. Calló de rodillas sobre el gran charco de sangre y mantuvo la mirada llena de lágrimas hacia las personas que yacían colgadas en la pared, como si la intención principal del autor de todo aquel macabro evento fuese exponer una obra de arte sangrienta y asquerosa, mostrando a las personas con un estilo de bastante significado bíblico.