Renacer no podía creer lo que estaba escuchando. Sintió náuseas que gradualmente se tornaron a mareos y luego se tiñeron del púrpura enojo. Recordó lo antes sucedido junto a Erick y fue atando cabos. Todos esos recuerdos se arremolinaban como un tornado en su memoria, las veces que su novio la rechazaba con disimulo, el infantil titubeo a la hora de hablar acerca de sus inquietudes. Pero más la enfureció recordar aquella vez en que él prometió no ocultar nada. En ese preciso instante se dio cuenta que ya casi transcurría un año dentro de una mentira, una verdad escondida que la exponía a un peligro letal. Estar con Erick había sido como nadar dentro del veneno de una cobra sin saberlo. Así que partió hacia el único lugar en el cual podría encontrarlo en ese momento, a grandes zancadas con cara de pocos amigos salió de allí sin entregar nada, atravesó el pasillo hasta salir del instituto y pidió a un taxi que la llevara lo más urgente posible hasta la base militar ubicada en ese pueblo.
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Con forzado gesto amable solicitó ver a Erick. Los guardias no parecían confiados al principio, negando el permiso por ir contra las reglas, de modo que ella tuvo que mentir en algunas cosas hasta convencer al oficial encargado de la puerta principal en aquellas instalaciones gigantescas. No tuvo que esforzarse mucho, así que una vez dentro atravesó otros pasillos y subió escaleras con rapidez, mostrando el pase a cada militar con el cual se topaba, ese carnet que dejaba en evidencia la teneduría de autorización para desplazarse dentro del lugar. Llegó al fin al sitio que le instruyeron, tuvo entonces que esperar algunos segundos antes que un militar con cara de pocos amigos la recibiera al lado de una puerta cerrada que precía custodiar, atendiendo luego su solicitud.
—Oficial Navas —habló a gruesa voz del militar una vez dentro de la sala mientras Renacer esperaba afuera con las manos cerradas en puños y mirada fulminante—. Tiene visita.
La mujer civil movía un pie, el tic reflejaba la ansiedad asfixiándola, los nervios recorriendo su flujo sanguíneo, el miedo succionándo su cerebro y la contenida furia que que exhalaba con cada respirar. Por la puerta apareció el militar solicitado, pero antes que pudiera articular una palabra su novia habló cortante y autoritaria, una voz de mando difícil de no obedecer al instante, no por lealtad sino por temor y mal presagio.
—Vamos a un lugar más sólo —Murmuró ella, Erick asintió en un gesto casi imperceptible al escucharla, presintiendo la gravedad de la situación.
—¿Qué te pasó en la mano? —preguntó él demostrando su preocupación sin mucho drama mientras la conducía a la terraza de la gran base militar. Buscando también algo que difuminara la tensión entre ellos.
—Ahora eso es lo que menos importa —respondió Renacer a secas.
La cosa cada vez empeoraba y él necesitaba pronta respuesta a la actitud de esta. Subieron el último escalón hasta llegar a la superficie, una terraza a cielo abierto. Renacer caminó hasta el borde, respirando agitadamente al tiempo que su cabello lo balanceaba la briza de la mañana. Por suerte, los pocos militares en aquel lugar estaban alejados de ellos, sosteniendo sus armas de gran tamaño en modo de descanso, pero sin dejar de estar firmes.
—¿De qué querías hablar? —preguntó él con tranquilidad a pocos pasos detrás de ella.
Renacer giró sobre sus pies hasta quedar frente a él, mirándolo con evidente enojo, mientras él parecía saber lo que vendría. Aunque no dijo nada más. Entonces en menos de un segundo le propinó un puñetazo fuerte justo en la nariz al hombre frente a ella, tan fuerte que sus dedos sonaron y sus heridas se abrieron, derramando sangre al instante. Navas mantenía aún la cara volteada a un lado, asimilándolo todo después del impacto y en poco tiempo aceptándolo, sus fosas nasales destilaban hilos de sangre que en menos de cinco segundos mojaban sus labios y corrían hacia su barbilla.
Algunos guardias se alarmaron, pero al ver que el oficial se encontraba en un peligro no tan grande, volvieron a sus puestos, algunos burlándose de la sumisión del militar ante una mujer tan pequeña. La rabia fluía dentro de sus venas, corriendo en su flujo sanguíneo con la furia de mil perros salvajes, tanto que comenzó a derramar lágrimas manteniéndo la mandíbula apretada.
—Eres un maldito mentiroso, Erick —escupió aquellas palabras con resentimiento—. Te pregunté si había algo que debieras decirme, y no lo hiciste. No sabes el peligro en el que estuve, pero eso es lo que menos me importa. Sino el hecho de que no fuiste lo suficientemente sincero conmigo —Erick mantenía la mirada típica de un niño que sabe que tiene la culpa y se arrepiente de eso.
Renacer vio su mano sangrante y la nariz de su acompañante.
—Mierda —maldijo al darse cuenta que posiblemente las sangres se habían mezclado—. Maldita sea, carajo —volvió a refunfuñar secándose la mano violentamente con el suéter blanco que cargaba puesto, ahora el miedo era más evidente. Recordó aquel beso y el temor fue mayor—. No puede ser —musitó con un hilo de voz.
Entonces lo dejó allí, herido emocionalmente y su nariz sangrando como quién choca con la pared. Ella por su parte bajó a toda velocidad por las escaleras, corrió por los pasillos de regreso y cuando intentaban ayudarla simplemente rechazaba el gesto. Entregó el pase al militar de la puerta principal sin decir algo más, limpiándose la mano a cada momento con la otra mano y contra el pantalón sin prestarle atención al dolor, a la sangre que manchaba el suelo por donde pasaba o a su camisa hecha un desastre.