Sangre sucia.

17

—Por supuesto que es algo peligroso y arriesgado todo eso que has vivido sin saber —dijo Martha en uno de los pasillos más oscuros y solitarios de la universidad. Afuera del laboratorio de entrenamiento para pasantes bioanalistas, su preocupación era evidente—. Pronto los resultados estarán listos —intentó tranquilizar a la joven frente a ella, quién permanecía con la boca cerrada, con miedo, con seguridad ciega de la desgracia que venía—. Por suerte el profesor encargado no está hoy, y su mano derecha es mi amiga. Es por eso que esa prueba se está llevando a cabo, supongo que debo agradecerle eso y muchos otros favores. Mientras tanto tú tranquila —le brindó un cálido abrazo a su hermana—, todo saldrá bien.

              Renacer había cambiado su vestimenta en algún momento. Sus heridas estaban cubiertas por las vendas que ese mismo día se había quitado de encima, aunque las rojas grietas palpitantes de dolor estaban abiertas por la salida de algunos puntos de sutura.

              Después de un par de horas que se hicieron eternas para ellas, el alarma en el reloj de pulsera de Martha sonó y ambas entraron al laboratorio.

              Hacía frío dentro de aquel iluminado lugar de bombillas blancas, olía a alcohol y látex, mientras la mujer de gafas de aumento veía a través del microscopio aquella muestra de sangre, analizó otras cosas, mezclando un líquido con otro, repitiendo la operación, observando nuevamente. Pero aquello arrojaba la misma respuesta.

—¿Qué pasa? —preguntó Renacer con voz temblorosa—. ¿Qué dice?

              Martha levantó la mirada hacia su hermana, apartándose del microscopio.

—He repetido la prueba un par de veces —informó con voz cautelosa—. ¿Estás segura que ambas sangres se mezclaron sobre tu herida?

—Segura —repetidas veces asintió Renacer casi en shock—. También nuestros flujos salivales, en una ocasión.

—Según los resultados —miró nuevamente mediante los lentes del microscopios y luego los resultados reflejados en la pantalla de su ordenador portátil—, no has contraído VIH —pausó. Renacer volvió a tomar color en su rostro, pero el miedo no se terminaba—. Sea como sea no has contraído VIH y eso es completamente extraño —ambas se miraron a los ojos.

—¿Estás segura? —inquirió la joven de corto cabello.

—Bastante segura. Estas pruebas no fallan —pausó, señalando el microscopio con un gesto de cabeza mínimo—, lo que falla es la lógica en todo ésto. Algo extraño acontece. Y voy a descubrirlo, mientras tanto, mantente alejada del militar. Desde el principio no me daba buena espina.

              Renacer asintió, acomodando su cabello en un acto incosciente. Pero lo que no sabían ambas era que no estaban solas. Atento a todo lo que pasaba y con los ojos clavados en las mujeres que ahora se daban un abrazo fraternal estaba Leonardo con una bata de laboratorio y un par de tubos de ensayo en sus manos. Las vio salir de allí y cerrar la puerta tras ellas, sin reparar en la presencia de él dentro de aquel amplio salón lleno de vitrinas grandes, objetos de vidrio y cualquier aparato utilizado por médicos experimentales.

 



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En el texto hay: miedo, secuestro, sangre

Editado: 28.04.2020

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