Santa Ritas

6. Nombre

Si Rita estuviera a su lado, lo abrazaría y buscaría la forma de tranquilizarlo antes de hablar sobre lo sucedido. Rita es compasiva con él, siempre. Mantiene la calma cuando a Antonio le arde respirar y las paredes de su propio hogar parecen encogerse; sabe qué decir y cómo acompañarlo hasta que regresa en sí.

Ahora, más solo que nunca, quisiera enterrar el rostro en el hueco que hay entre el hombro y la clavícula de su esposa, y oler su perfume hasta que las fosas nasales se lo permitan.

El llanto continúa, débil. Descubre que hasta las lágrimas tienen un límite, porque, pasados unos cuantos minutos, se detiene.

Otra vez piensa en Rita. Quiere ir a casa, verla, darse una ducha, dormir. ¿Por qué no se levanta y regresa?, ¿por qué está anclado en el suelo, con los muslos adoloridos, anhelando volver? Su cometido ya está cumplido, pues una nueva bugambilia rosa se alza en el jardín de las Almas Perdidas. Sin embargo, la culpa lo carcome. El dolor también. Debe disculparse con la misteriosa joven de madera, incluso si todavía no entiende qué es o cómo su poder fue capaz de darle vida.

Le cuesta colocarse de pie, pero lo logra después de varios intentos. Las flores en su regazo caen como una cortina morada hasta quedar amontonadas sobre los pies, obligándolo a sacudirlos. Se refriega los ojos con la manga de la camisa para aclarar su visión. De pronto, nota el camino de bugambilias que se extiende hacia lo profundo del Jardín, detrás de sus árboles color rosa. Sigue el rastro a paso lento. Sus botas se hunden en el césped mojado.

«¿Dónde te has escondido?», piensa. Abre la boca por un segundo, sin soltar palabra alguna. No tiene nombre, así que, ¿cómo se supone que debe llamarla?

Cuando el camino termina, Antonio gira sobre sí mismo. Nada. No más flores, no más pistas sobre su ubicación. La única alternativa es preguntar a la nada:

—¿Dónde te encuentras?

No recibe respuesta.

—Lo siento. Lo siento mucho, Violette —insiste. Reconoce que no es muy creativo con el nombre, pero al menos cumple su función.

—¿No has dicho que mi nombre es Aberración? —La voz rebota en los troncos a su alrededor, por lo que no distingue de dónde proviene.

—No lo es, no. Aquí la única aberración soy yo, Violette. —El muchacho se coloca en cuclillas, cansado—. Lo siento, lo siento tanto. Te he hecho daño, un daño que no es fácil de reparar. Un… un daño que conozco muy bien, que he vivido yo también, ¿sabes? Y quiero volver a casa. Quiero fingir que nada de esto ha ocurrido. Detesto ser yo. Y cuando te veo a ti, cuando…, cuando yo…, tú eres…, tú… —Un nudo en la garganta le impide hablar. Cierra los ojos, que arden aunque no pueden brotarles más lágrimas.

De pronto, ásperas ramas se enredan en su cabello como una especie de caricia. No se aparta ni se mueve, solo… solo la acepta en silencio.



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En el texto hay: historia corta, lecciones de vida, ansiedad

Editado: 12.08.2024

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