Introducción.
Raven.
La mudanza ha sido exitosa, no tengo quejas al respecto… o sí, quizás una, me ha tocado cargar todo a mi sola.
Bajo la última caja de cartón de la camioneta y perezosamente la llevo hasta dentro de la casa, atravesando el pasto alto y verde.
El lugar está rodeado de vegetación oscura, hay algunos robles que sueltan un aroma delicioso alrededor de la propiedad y hay un pequeño lago a unos cuantos kilómetros del lugar, la carretera se postra bajando el camino inclinado a metros de la casa campestre.
Desempaco todo lo que tengo y empiezo a organizar el primer piso, no hay armarios, ni sofás, ni camas. Solo traje lo necesario, que se resumía a mi ropa, algunas cosas de aseo personal, mi laptop y por motivos obvios, los ahorros que me quedaban. Eso lleno un total de cuatro cajas de cartón.
Hace más de dos años estaba intentando comprar una casa lejos de la ciudad, pensé en california o Nueva Zelanda, pero al final conseguí un contacto en Japón y a menor precio, así que, aquí estoy. Me dedique a estudiar desde los 17 años cosas al azar por internet, tengo más de cuatro certificados como poliglota y antropóloga. A mis 20, lo único que busco es un reposo, además, siento que puedo conseguir un empleo sin ser muy afanada. Estoy recibiendo ingresos por los artículos publicados en Lofe.
Le doy una vuelta a la casa antes de ir hacia mi habitación. Es grande, hay cortinas que pre instalé antes de llegar en las ventanas, ya que son gigantescas y hechas de vidrios polarizados. Le pedí el favor a Akira de que comprará unas cobijas para ponerlas en el suelo y dormir. Ella se resistió al principio tras tal idea, pues argumentó que no podía quedarme en el piso como una pordiosera, sin embargo, con mi insistencia, gané.
—¿Está bien la residencia? Has llegado rápido— me dice al otro lado después de que descuelgo el móvil.
—Si, es un poco fría, pero me imagino que ha de ser por la humedad.
—Es un buen lugar, solitario y silencioso.
—Sí.
—Raven, te quería proponer algo.
—Dime— doblo las blusas apartando el aparato de mi campo visual activando el altavoz.
—Esta noche hay una fiesta, la hacen cada veinte días, es cerca del lago.
—¿Al otro extremo?
—Si, algo así, quiero presentarte a mis amigos y unos conocidos del trabajo, quizás consigas un empleo, ya que quieres iniciar de cero.
—Seguro—accedo— no está mal la idea.
—Te recojo en casa ¿vale?
—Si.
Me habla acerca de sus padres y lo que van a hacer mientras ella salga. Después de un largo rato al teléfono me pongo en la búsqueda de alguna película para terminar la tarde y dejo la cena a manos de la tal fiesta.
***
—Belle dame! —exclama la pelirroja y alzo las cejas después de abrirle la puerta. —¿Te arreglaste?
—Me cambié de ropa.
Repasa mis prendas con los ojos azules que tiene y luego vuelve a mi rostro.
—Bueno, no eres un caso perdido, tienes un rostro digno de un retrato, así que no es necesario nada más.
—Gracias, supongo.
—Vamos. No esta muy lejos de aquí.
—¿Caminaremos?
—Sí— asiente llamando a alguien— Hideki, no olvides lo que te pedí. Si, entiendo, pero no está de más recordártelo, ¿o sí?
Gira sus ojos achinados antes de colgar.
—Nos esperan, vamos.
La sigo colocándome a su lado y pasándome las manos por el cabello. A diferencia de Akira tengo mi cabello largo, probablemente hasta la cintura y castaño— bastante claro cenizo dorado—. Mis ojos son miel en toda su expresión, tengo la piel del color de la arena, probablemente entre en la gama de los intermedios/tierra.
Al caminar Akira me cuenta acerca de sus amigos, más que todo del chico a quien llamó, me comenta que le ha encargado masmelos y otros paquetes para compartir. Honestamente, pese a nuestros prematuros— en mi caso 20 y en el caso de ella 21— años, seguimos siendo jóvenes que recorren el mundo en búsqueda de algo.
Cuando llegamos encuentro a un grupo de chicos a la orilla del lago, por un costado que esta algo lejos de casa. Es un grupo pequeño, algunos beben y otros se ríen intentando prender el fuego.
—Akira— grita uno sentado antes de levantarse y eso hace que todos nos miren.
—¡Masaru! —se ríe la pelirroja antes de abrazarlo.
Masaru es más alto que ella, quizás un poco delgado, pero con hombros anchos y caídos, lleva ropa de invierno y al igual que todos tiene los ojos achinados, marrones oscuros, el cabello corto negro y la nariz con una pequeña curva. Es totalmente pálido y con uno que otro tatuaje en las manos. La deja para verme.
—こんにちは、はじめまして。
—Está aprendiendo, no la amedrantes.
—Lo siento— se disculpa y estrecho la mano que me ofrece. —Ya debes saber mi nombre.
—Si.
—Y el tuyo es…
—Raven.
—Raven— repite.
—Sí.
—Es un placer— me suelta— bueno, siéntense, vamos a presentarnos y luego vendrán las mejores partes.
Miro a Akira y ella asiente.
—Tranquila, son solo historias, no les pongas tanto cuidado.
—Seguro.
—Iré a saludar a mi amigo, ¿vienes?
—Me quedó.
—Vale.
Los chicos resultan ser muy buena compañía mientras Akira desaparece, hablan de sus familias, sin hacer preguntas que resultan despectivas al respecto. Continúan bebiendo y me ofrecen de comer, acepto el pez asado que termina sabiendo delicioso.
Masaru se sienta a mi lado y se sacude el cabello.
—¿Te has aburrido?
—No, es bueno estar aquí.