La vida es muy simple, pero insistimos en hacerla complicada
Confucio
20 de diciembre 2013
Nueva York, EE. UU.
¿Cuál es el significado de sonreír? Mostrarse favorable por determinada cosa.
¿Cuál es el significado de llorar? Derramar lágrimas en señal de muestra de un sentimiento.
Si, a muchas situaciones, objetos, verbos, podemos otorgarles un significado, uno tan simple como describir de que va la acción o el suceso vivido.
Pero porque no podemos responder de forma igual de sencilla la pregunta: ¿Cuál es el significado de la vida?
Se suele señalar que el significado de la vida es aquel que uno mismo decide otorgarle.
Sin embargo ¿Qué sucede cuando a una misma vida, las personas involucradas le otorgan significados completamente diferentes?
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Reconocida mundialmente por ser la ciudad más grande de Estados Unidos, por su gran número de habitantes y por su sonada referencia como ‘la gran manzana’ (obtenida durante los años 20); la majestuosa ciudad de Nueva York, ubicada sobre la costa noreste del país, le da la bienvenida a una fría mañana más.
Concretamente, en la zona de Park Avenue, Lorena Williams soltaba un quejido ante la intrusión, como cada mañana, de su nana Sophie, esa amorosa mujer que ha cuidado de ella desde que sus padres fallecieron en aquel catastrófico suceso.
— Es hora de levantarse mi niña — anunciaba con dulce voz la señora, abriendo las persianas y quitando de encima de Lorena las cobijas y sábanas que hacían más difícil su despertar.
— Otro ratito más nani — murmuraba como suplica Lorena contra su almohada.
Sophie sonrió con diversión.
Cada mañana era igual; su niña, como ella la llamaba, podía ser toda una empresaria reconocida, pero en la privacidad de aquel pent-house y en compañía de sus seres queridos, su alma de chiquilla no desaparecía.
— No, tienes una empresa que dirigir mi niña, no puedes quedarte aquí — la jaló con las pocas fuerzas que su edad le permitía —. Además, hoy viene el joven Nicholas a desayunar contigo, ha de estar por llegar, o es que ¿piensas recibirlo en ese estado? — inquirió con regodeo.
— ¡No! ¡No! — gritó Lorena, de un salto salió de la cama y se adentró en el cuarto de baño.
Sophie negó sonriendo mientras veía a Lorena correr; sabía que el recordarle que vería a Nicholas la ayudaría a levantarse. Entre ellas no es un secreto el hecho de que Lorena ha vivido enamorada de su mejor amigo desde que lo conoció gracias a que sus padres eran cercanos.
La mujer dejó sobre la cama la ropa que usaría Lorena y sin más salió de la habitación para terminar de preparar el desayuno; siempre se esmeraba en cocinar lo que más le gustaba al par de amigos, le conmovía verlos compartir siempre un día a la semana el desayuno, sobre todo por el gran brillo que envolvía los bellos ojos de Lorena, pero bien dicen que la edad hace a la gente más sabía y aunque Sophie disfrutaba de ver a su niña feliz, también le temía a la realidad de que aquel hombre por el que Lorena suspiraba, no le correspondía de la misma forma.
No negaba que Nicholas la amaba, pero no como mujer sino como familia.
— ¿Cómo me veo nani? — la mencionada volteó en cuanto escuchó la dulce voz de Lorena y sonrío con admiración hacia ella, quien vestía un traje sastre color palo de rosa a la medida junto a unos zapatos stiletto blancos, un peinado recogido sencillo y un maquillaje natural.
— Muy linda mi niña, como siempre muy guapa.
Era cierto, Lorena además de ser una mujer sumamente inteligente dentro y fuera del mundo empresarial, también destacaba por su belleza. Facciones finas que le otorgaban un toque angelical a su rostro, ojos color miel que a la luz del sol asemejaban a lucernas capaces de alumbrar la peor de las oscuridades, piel aduraznada que parecía haber sido teñida de forma delicada por los rayos del sol y su cabello rojizo, tan rojizo como las cerezas.
— Gracias nani — dijo la pelirroja, sonriendo tiernamente y besando de forma ruidosa la mejilla de la mujer que consideraba su segunda madre.
Lorena ayudó a su nana a terminar el desayuno y al dejar el último plato en la mesa, escuchó el timbre del elevador sonar, anunciando la llegada de una de las personas que más felicidad le brindaba con su presencia.
Del elevador surgió Nicholas Wright, su mejor amigo y en secreto… ‘el amor de su vida’.
Antes de que su invitado llegara al comedor, la pelirroja planchó su traje y acomodó su peinado que para nada se habían desalineado y finalmente lo recibió con una radiante sonrisa.
— Buenos días — saludó Lorena desbordada de felicidad.
El hombre sonrío y la estrechó en sus brazos.
— Buenos días, cerecita — respondió Nicholas sin soltarla.
— ¿Cómo estás? — le preguntó ella luego de terminar con el abrazo y se quedó mirándolo con ojos brillantes.