Tras un largo silencio, rezo y suplico que la respuesta sea negativa o no habrá... Mi pensamiento se interrumpe. Detengo la mano que tengo sobre su pecho cuando me mira y sus lágrimas caen repentinamente de sus ojos.
Se ha roto, me da un vuelco el corazón al ver su dolor. Me destroza.
—¿Crees que estoy arrepentido? ¡¿Me puedo arrepentir de esto cuando lo he deseado cada maldito segundo desde que te fuiste?! —Niego, no lo sé. No sé nada—. ¡Dime, Jimin! ¡¿Cómo?! — La voz le vibra y se le quiebra cuando continúa, mientras derrama el sufrimiento a través de sus lágrimas—. ¿Qué puedes hacer para recuperarme? La pregunta no es ésa, Jimin, sino ¿alguna vez me has perdido? ¡Nunca! Nunca... nunca lo hiciste. Me duele, pero es así.
Y lloramos los dos, su confesión no me permite dejarme vencer. Es mío y siempre ha sido así... Con tristeza, me lanzo a sus brazos y me aferro a él. Lo beso con cuidado y pido perdón sin decir nada.
—No llores, Jimin —susurra acariciándome el pelo—. No puedo evitar sentirme así, la situación me ha superado... Eras tan mío... pero un día te perdí y no pude recuperarte.
—Lo siento, lo prometo...
—Desapareciste, Jimin. Me borraste de tu vida. Te odié por haberlo hecho. Yo me sentía completo contigo, mi vida sin ti no tenía sentido... Hoy estás nuevamente conmigo y, aunque todo ha cambiado, parece lo mismo que cuando eras mi esposo, en nuestra casa.
Me siento como una mierda y no digo nada. Él prosigue:
—... Y a la vez sé que no es así y eso me mata. Meses de sufrimiento confirman mi dolor, mi agonía. Tú no has estado conmigo y no sé cómo aceptar esta noche. Tu vuelta. —Se agarrota, su corazón se acelera—. Me voy a volver loco, ¡loco por ti!
Callo, decir algo es rememorar lo mismo y yo sé que fui el culpable... ¡Lo sé! ¿Ahora qué? No ignoro que se diluye el pequeño avance tras la intimidad compartida. Y no lo acuso, es difícil, yo también me siento abrumado.
—No pienses que te estoy culpando —dice él—, sé que mi actitud te hizo tomar esa decisión tan drástica. Me duele entenderlo ahora, cuando ya no estamos separados, pero tengo miedo de volver a dejarte entrar en mi vida.—¡No puedo soportar su rechazo!—. No por ti, por mí... No sé si estoy preparado. Temo volver a depender de ti y a no ser nadie si no estás a mi lado.
—No voy a pedirte nada más. —Gimo contra su cuello, mientras él me enjabona la espalda con una suavidad que me desborda. Me echa agua templada por la nuca, recorriendo con cuidado cada una de mis magulladuras. La frente, el brazo y, con los dedos de los pies, roza la marca del mío—. Jungkook...
—¿Por qué tienes tantas magulladuras? —pregunta—. Odio esto.
—Últimamente estoy torpe... —Sin desviarme, insisto—. La decisión es tuya. Ahora me iré y no volverás a saber de mí hasta que así lo decidas. Yo no volveré a insistir, no puedo estar suplicando perdón el resto de mi vida por una decisión que, acertada o no, tomé.
Su respiración se acelera y su corazón bombea a un ritmo frenético. Sus manos se detienen sobre mi piel. Sé que su llanto, al igual que el mío, ha cesado, ya hemos confesado el desgarro vivido... No tengo más alternativa que la espera: el tiempo dirá qué será de nosotros.
—Me voy —musito, alejándome. Tiene los ojos rojos y me mira intranquilo—. No olvides que te amo y que estaré disponible para ti cuando lo decidas. Hazlo pronto, Jungkook... no estoy dispuesto a pasar noches clandestinas contigo siendo tu esposo.
—No lo intentes —amenaza—. No me acuses de querer eso, porque lo he intentado, Jimin. He mantenido la distancia para no hacerte sentir como si fueras mi amante. —Sus palabras me paralizan —. Me has provocado y aquí me tienes... ¡Tú para mí no eres un objeto y, aunque un tiempo te hice sentir así, nunca lo has sido!
—Lo sé. ¡Lo siento!
Le doy un beso en la mejilla y salgo acelerado del cuarto de baño, envuelto en la toalla. Hace calor, pero aun así me siento helado sin su calidez, sin su cuerpo pegado al mío. Recuperarlo es más difícil de lo que esperaba, emocionalmente no parece preparado para asumir nuestra relación.
Al entrar en la habitación, veo que está desordenada. Paseo la vista, mirando si guarda algún recuerdo mío y no, no hay nada. Está como antes, sin cambios... Todo es lo mismo y nada es igual.
—Jimin... dime qué has hecho este tiempo. —Cierro los ojos al oír su voz, su tono duro—. Háblame de ti y quédate. No te vayas.
«Quédate...» ¿Hasta cuándo?
—Nada interesante —respondo y busco mi ropa. Pero no queda un trozo de tela entero—. Estuve con mis padres y más tarde necesité soledad. Luego, igual que tú, traté de hacer mi vida, sin poder conseguirlo del todo.
—Posando. —Me vuelvo para encarar su acusación y, sin embargo, su gesto es tranquilo—. ¿Ha ido bien?
—Supongo que... —Qué más da—. Fueron reportajes como los que hice cuando estábamos juntos.
—Has trabajado con Diego. ¿Y Adam?
—Lo vi un par de veces de lejos. Tiene prohibido acercarse a mí —aclaro y me arrodillo buscando mis zapatos—. Una vez trató de hacerlo, pero Diego fue claro: «Te quiero lejos del joven Park».
—Cerdo —masculla y yo me sobresalto—. ¡Imbécil!
Ha sacado a relucir sus celos, muestra de sus sentimientos hacia mí. Me emociono y de haber sido otras las circunstancias casi me habría reído.
—¿Qué buscas, Jimin?
—Los zapatos.
—¿Te vas?
Su teléfono suena, alarmándome. Me mosqueo y me muerdo el labio reprimiendo un grito, al reparar en la expresión de Jungkook: es Alan.
—¿Qué?
Y aunque su escueta respuesta me relaja, sigo atento la conversación mientras finjo buscar mis zapatos. Preguntas llenas de inquietud me golpean. ¿Por qué lo llama de noche? ¿Es una costumbre? ¡Puto!
—Estoy ocupado y ahora no tengo tiempo de nada. Ya hablaremos otro día. —Él me espía y yo, altanero, me retiro el pelo con orgullo. Me muero por arrancarle el teléfono de la mano—. Sí, estoy con alguien.