Se ama pero no se compra

Capítulo V. Entre la espada y la pared

—Admito que la decisión de expulsarlo suena un poco extrema pero no puedes culparte por eso —decía Hernán mientras caminaba junto a Martina en el jardín botánico—. De hecho, si me apuras un poco, te diría que es injusto que te enojes con tu padre; él solo quiere lo mejor para ti.

—¿No crees que debió preguntarme primero, en lugar de dejarse llevar por sus impulsos, cual niño pequeño?

—Debes ponerte en su lugar —suspiró—. De repente, en medio de una celebración, donde todo el mundo se divertía, un desquiciado ingresa sin invitación a golpear a un sujeto inocente e indefenso que, para colmo, estaba sentado junto a su hija.

—Santino jamás me lastimaría.

—Dices eso porque le tienes aprecio y es ese sentimiento, el que te impide ver la realidad como la vemos los demás.

—¿Qué quieres decir? —preguntó frunciendo el ceño.

—Es un violento, un desquiciado; y demostró ser capaz de cualquier cosa con tal de saciar sus oscuras pulsiones.

—¡Estás exagerando! —le recriminó con una sonrisa—. Haces que parezca un criminal; un monstruo que mantuvo oculta su nefasta personalidad, cuando, en realidad, ambos sabemos que es un buen chico y algo debió haber pasado para que reaccionara de ese modo.

—¿Te oyes? ¡Estás justificándolo!

—Solo digo que nunca hablamos del tema y creo que me debes una explicación.

—Quizá no lo recuerdes pero estaba disfrutando de una bella copa de champagne, al lado de una preciosa mujer, cuando fui noqueado.

—La pregunta es por qué.

—Porque está loco —se exasperó.

—¿En serio?

—Adivino que se molestó porque deschavé su amor por Sofía pero, tuve las mejores intenciones —se excusó—. Pensé que contándotelo a ti, sería más fácil llegar a ella; creía que le hacía un favor.

—No lo sé, sospecho que hay algo más —dijo resignada, mientras acariciaba los pétalos de unas rozas azules.

—¿Ahora desconfías de mí? —preguntó abriendo los brazos de par en par—. ¿Alguien estuvo llenándote la cabeza, cierto?

—No apruebo lo que Santino hizo —respondió deprisa, haciendo todo tipo de ademanes con las manos—. Me enfurece que te haya golpeado y me duele doblemente que ni siquiera le importara mi cumpleaños; pero mentiría si dijera que me da igual lo que ocurra con él; no lo sé, estuvo conmigo en momentos difíciles, cuando nadie más estaba; cuando se alejaban de mí como si fuera una leprosa.

—Entiendo completamente el vínculo que los unía —dijo tomándola de las manos, complaciente—; de hecho, también yo llegué a sentir que éramos amigos, pero hay límites que no pueden cruzarse.

—Pero tú diste vuelta la página demasiado rápido.

—¿Y qué quieres que haga? A veces parece que esperas que yo me disculpe con él.

—Si eran tan amigos, debieras exigirle una explicación.

—¿Para que enloquezca una segunda vez? No, gracias —dijo mordaz—, prefiero no tentar a la suerte. Además, si no estoy mal informado; nadie más que tú debiera ponerse en mi lugar y condenar la injusticia.

—¿A qué te refieres?

—Al juicio por el que debiste atravesar el año pasado —carraspeó.

—¿Y qué tiene eso que ver con lo que estamos hablando ahora?

—Una desquiciada comenzó a golpearte porque su novio no te quitaba la vista de encima.

—¿Quién te lo dijo?

—Lo que importa es que sabes lo que se siente que te agredan de la nada, injustamente —dijo apenado.

—Lo siento, no pretendía hacerte sentir mal.

—Descuida, sé que no fue tu intención.

—¿Estás bien?

—Por supuesto —dijo con una sonrisa dibujada en el rostro.

—Creo que tienes razón, estoy dejando que mis emociones interfieran con mi juicio —suspiró—. Tal vez que lo hayan expulsado sea lo mejor.

—Eso mismo digo yo.

—Debo volver a casa; mi tío está quedándose con nosotros e íbamos a ir de compras.

—Si me esperas cinco minutos, te acompaño.

—Claro ¿Qué tienes que hacer?

—Aprovecharé que estamos aquí para llevarle un ramo de lirios blancos a mi madre; le encanta sentir  su aroma por las mañanas.

—De acuerdo.

—Enseguida vuelvo.

Enfilando para el puesto de flores más cercano, al notar que Martina ya no podía divisarlo desde donde estaba,  aprovechó para desviarse unos cuantos pasos y hacerle frente a una presencia inesperada que venía haciéndole todo tipo de señas; una suerte de cónclave improvisado que se auguraba urgente.

—¿Qué crees que haces? —preguntó vehemente—. ¿Acaso estás siguiéndome?

—Necesito hablar contigo —respondió Alex camuflado con una gorra y unos enormes lentes oscuros que cubrían casi la mitad de su rostro.

—Por si no te diste cuenta, estoy en medio de una cita con Martina.



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En el texto hay: jovenes, pasion, desamor

Editado: 02.08.2020

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