Acostumbrada a ejercer de vocera y portadora de malas noticias, Sofìa se apresuró a casa de Martina para cerrar un capítulo oscuro, extenso y repleto de vericuetos que tornaban imposible conocer la verdad.
Por suerte para unos, y por desgracia para otros, la mentira tiene patas cortas y los implicados debían ahora, sentarse en el banquillo de los acusados y digerir sin chistar la dura condena que estaba por caerles.
—¿Estás segura de eso? —preguntó frunciendo el ceño—. Tal vez es un rumor esparcido para crear confusión.
—¿Acaso escuchaste lo que te dije? Alex me lo confesó todo hace menos de una hora.
—No entiendo por qué lo hizo…
—Supongo que quisieron sacar a Santino de tu vida.
—¿Quisieron? —preguntó elevando las pestañas.
—Hernán también está involucrado.
—Lo siento, pero yo no lo creo.
—¿Por qué eres tan obtusa? —preguntó resignada—. Tú misma dijiste que Hernán te fue con el cuento de que Santino estaba enamorado de mí, justo después de que Alex me enviara la carta.
—Seguro existe una explicación —dijo tragando saliva, reticente a los cabos sueltos que se ataban en su mente—. Imagino que Alex te dio detalles de toda esta farsa sin sentido.
—Solo dijo que era complicado.
—¡Ya ves! Ni siquiera pudo darte una razón.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Sofía abriendo los brazos de par en par
—Que tal vez tenías razón cuando dijiste que se trató de una broma entre amigos que terminó muy mal, y ahora están arrepentidos.
—¿Sabes que creo? Que buscas cualquier excusa, acomodas la historia a lo que quieres creer para evitar aceptar que Hernán es un embustero.
—¿Qué tienes en su contra?
—Solo me da rabia que hayan expulsado a un amigo nuestro y los responsables se paseen impunes, como si nada pasara.
—Si te deja más tranquila, hablaré con él.
—En realidad, con Santino es con quien debieras hablar.
—¿Y qué voy a decirle? —preguntó frunciendo el ceño—. Seguro no quiere ni escuchar mi nombre.
—Algo me dice que tu nombre es todo lo que quiere escuchar.
Empujada por su conciencia, y alentada por el palpitar acelerado de su corazón, Martina aceptó el reto de hablar con Santino y aclarar viejas rispideces que los distanciaron en el último tiempo. Aquella memorable discusión en los pasillos de Rolloway, la pelea el día de su cumpleaños y las consecuencias que trajo aparejadas, no podían quedar en la nebulosa y esperar que el paso del tiempo las sumiera en el olvido. No, una relación tumultuosa pero intensa como la que supieron construir, merecía al menos un dialogo honesto y civilizado; amén de un final claro como el agua, sin intermediarios ni malos entendidos.
Pero como nada es sencillo en esta vida, ni siquiera las decisiones que ya fueron tomadas en la dirección correcta, al llegar a la esquina de la casa de Santino, una escena por completo inesperada, detuvo el andar de Martina y la obligó a retroceder. Había llegado tarde.
Era insólito, una vez que decidió bajar la guardia y mostrarse vulnerable como estaba, Ludmila Parejo volvía a interponerse en su camino y apenas atinó a observar perpleja, como su mundo se desmoronaba por enésima vez.
Sin nadie que la viera, haciéndose la distraída, comenzó a caminar masticando bronca y preguntándose por qué la vida se empecinaba en golpearla por todas partes, sin darle tregua, sin tenerle piedad. Para colmo, como si le sobrara espacio para absorber más pálidas, como un imán catalizador de plagas, el sol estaba muy lejos de iluminar su mañana.
—¡Martina! ¡Martina! —gritaba Alex divisándola por casualidad.
Tuvo que correr. Aunque estaba seguro que su llamado había sido lo suficientemente fuerte como para ser recepcionado, sabía también que los ánimos estaban caldeados y nadie más que él era responsable del desaire que ahora lo apenaba. No obstante, desesperado por salir de las sombras y demostrar sincero arrepentimiento, ni siquiera vio venir el cachetazo furibundo que le dio vuelta la cara al acercarse por detrás.
—¡De acuerdo, de acuerdo! Tal vez lo merecía, pero por favor permíteme darte una explicación.
—No tengo nada que hablar contigo —dijo sin dejar de caminar, con la vista al frente, como si Alex no estuviera.
—Si no quieres dirigirme la palabra, lo entiendo completamente pero, al menos, escucha lo que tengo para decirte —suplicó mientras le cortaba el paso.
—¿Viniste a decirme desde cuándo te volviste tan estúpido? Es lo único que me interesa escuchar de tu boca.
—Sé que fue una tontería de mi parte, pero nunca quise lastimar a nadie; debes creerme.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó con un nudo en la garganta.
—Me dejé convencer, fui un tonto.
—Agradecería que me hablaras en castellano.
—Tu novio dijo que una competencia de dos estaba bien; pero tres eran multitud.