Se ama pero no se compra

Capítulo XIV. Crónica de un final anunciado.

—¿Por qué me citaste aquí? —preguntó Hernán frunciendo el ceño—. Nosotros no tenemos nada más que hablar.

—Hiciste lo correcto al decirle la verdad a Martina.

—En realidad no fui yo —respondió furioso—. Tú le llenaste la cabeza en mi contra y no tuve más opción que confesar mi crimen.

—Como sea, todavía no nos hemos redimido del todo.

—¿Disculpa? A mí no me carcome ningún resentimiento.

—Debemos hablar con el rector y pedirle que recapacite sobre la decisión que el Consejo tomó sobre Santino.

—Estás delirando —sonrió incrédulo.

—Le diremos que todo se trató de un mal entendido…

—El único mal entendido aquí, fue creer que eras un sujeto confiable —se quejó—; y ahora si me disculpas, voy a regresar sobre mis pasos y me iré bien lejos; antes de que las ganas de darte tu merecido me invadan por completo.

—¿Acaso estás amenazándome? —preguntó Alex frunciendo el ceño.

—Ahora que lo pienso tienes razón —sonrió mientras se masajeaba la barbilla como quien finge una reflexión profunda—. Debiera pedirle a los directivos que reincorporen a Santino y te expulsen a ti por traidor y cobarde.

—Será mejor que te arrepientas de lo que dices.

—¿Por qué? —preguntó frunciendo el ceño—. ¿Acaso no fue tu idea enviarle una carta de amor a Sofría fingiendo ser Mr. Lario?

—No fui yo quien habló con Martina para confesar autoría.

—Ambos estuvimos de acuerdo en reducir la competencia —se exasperó—. Tres éramos multitud.

—Pues, a la luz de los hechos, ninguno obtuvo lo que quiso.

—¿Y por eso pretendes que nos incendiemos frente al rector? Olvídalo, y sigue adelante.

—Arruinamos el futuro de un inocente…

—Lo dices como si lo hubieran condenado a cadena perpetua por un delito que no cometió; solo lo echaron de una decadente Universidad —vociferó mientras revoleaba al aire un ademán de desdén.

—Pero con sus antecedentes no lo aceptarán en ninguna otra.

—¿Y piensas endilgarme eso también? Apuesto a que el año pasado lo querías fuera de juego. Bueno, alégrate, el deseo se volvió realidad.

—Confío demasiado en mis cualidades como para abrazarme a una competencia desleal.

—Cuando te asociaste conmigo, parecías muy seguro de lo contrario.

—¿Entonces no lo harás? —preguntó en tono de amenaza.

—Ve tú a la oficina del rector y que te expulsen por estúpido.

—¡Nadie va a echarnos por una broma! —vociferó abriendo los brazos de par en par—. A Santino lo expulsaron por noquearte en casa de Martina, no por escribir cartas sin firma.

—¿Y crees que los directivos simplemente se retractarán y le pedirán disculpas al pobre desdichado? No, solo redirigirán los cañones contra nosotros.

—Estás exagerando.

—Echaron mal a un estudiante y reincorporarlo enseguida, solo los hará ver como inútiles e inoperantes.

—Y crees que buscarán otro chivo expiatorio; alguien que absorba la responsabilidad —susurró Alex.

—Por eso no podemos confesar; sería nuestra ruina.  

Justo cuando parecía que los príncipes despojados llegaban a un entendimiento y se disponían a prolongar su pacto de impunidad, la voz chillona de la secretaria del rector, irrumpió en el estacionamiento de la Universidad para hacerles saber que habían sido convocados a una reunión urgente e impostergable.

—¿Puede decirnos de qué se trata todo esto? —preguntó Hernán frunciendo el ceño, sonándose los dedos de las manos—. Solo estábamos de paso, ya nos íbamos.

—Será solo un momento, el rector quiere decirles algo.

—¿A nosotros?

—Relájense y suban hasta su oficina; él los llamará apenas termine de hacer unas llamadas importantes.

Algo no estaba bien, se olfateaba a kilómetros de distancia. ¿Por qué el rector, que ni siquiera tenía por qué saber que ellos estaban en la Universidad, de pronto los llamaba a su despacho?

Sea cual fuere la respuesta al interrogante, Alex y Hernán sentían un incómodo hormigueo en el estómago y la para nada grata sensación que augura un futuro calamitoso.

—Es increíble lo que este dispositivo puede hacer —dijo enseñando un auricular sobre su escritorio, encima de los legajos de los flamantes desventurados.

—¿Por qué estamos aquí, señor? —preguntó Alex con un nudo en la garganta.

—Esta mañana, ni bien llegué a mi oficina, hallé sobre el escritorio un sobre rosado que traía una inquietante inscripción: “Ábreme” —dijo con una sonrisa—. ¿Qué mal podía hacerme develar el misterio de tan curioso mensaje?

—Creo que no estamos entendiéndolo bien.

—La nota decía que alrededor de las 9.30hs, con la ayuda de este pequeño dispositivo —dijo elevando una suerte de auricular blanco—, sería testigo de una confesión que aclararía muchos de los acontecimientos que se sucedieron en esta escuela y fuera de ella.



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En el texto hay: jovenes, pasion, desamor

Editado: 02.08.2020

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