Luego de que sonara su alarma. Mila se levantó con el mayor sigilo que pudo hacer para evitar despertar a su pequeño hijo.
Se duchó, higienizó su boca y poco después de haber terminado procedió a vestirse para comenzar con un nuevo día laboral; una camiseta rosa pastel, una falda tubo azul rey, zapatos a juego con la camiseta y un saco de color blanco le parecieron presentables. Luego de alisar su cabello castaño se colocó un poco de rubor en las mejillas, rímel en las pestañas y un labial de color nude claro.
Una vez lista salió de su habitación, cerró la puerta con mucha precaución y bajo las escaleras. Al llegar a la cocina vertió un poco de agua dentro de un vaso y la bebió.
Una vez hidratada se dispuso a salir de la casa, pero oyó voces proviniendo del comedor y sabiendo que se trataba de Ksenia, quien aunque no tenía mucho por realizar durante el día siempre se levantaba temprano para desayunar junto a Carmen y los hombres que protegían los alrededores de la propiedad. Decidió pasar a saludar antes de marcharse.
—Buenos días —pronunció al entrar y ver a las dos mujeres entretenidas en su plática.
—Buenos días —respondieron ambas.
—Ya te vas —dijo Ksenia. Aquello no había sonado a pregunta, más bien había sido una afirmación.
—Sí, son las seis de la mañana y debo estar en la panadería a las ocho y media —informó aunque ellas ya sabían de memoria los horarios en los que Mila se iba y regresaba.
El saber todos los movimientos de la casa era una costumbre que Ksenia nunca perdía, la cual Mila ya conocía y estaba sumamente acostumbrada.
—De acuerdo. Nosotros vamos a ir a eso de las cuatro de la tarde, ¿te parece bien? —Ksenia preguntó llevando la taza de café humeante hacía sus labios.
—El horario es perfecto, pero quiero que me llamen antes de salir y antes de llegar —advirtió con tranquilidad para que no sonara demasiado amenazante ante sus oídos y se pusiera a la defensiva como acostumbraba.
La pastelería era su lugar de trabajo, y muchas personas llegaban para contratar sus servicios como organizadora de eventos. Algunos de ellos resultaban ser completos desconocidos y ella no sabía si algunas de esas tantas personas, podrían o no llegar a ser impostores contratados por su padre. Por esa razón siempre que iba su hijo, Mila pedía que la llamaran para cerciorarse de que nada más estuviera ella y el personal con el que laboraba. Además de las personas que solían llegar hasta la pastelería en busca de algo delicioso.
—¡Sí, cómo siempre lo hacemos! — exclamó Ksenia colocando sus ojos en blanco.
Aunque le pareció un acto infantil Mila prefirió no decir nada con respecto a la manera en la que se había expresado su amiga.
Se despidió, roto sobre su eje y salió del comedor. En la sala tomó su bolso y sin más se dirigió a las afueras de la casa para subirse a uno de los tres autos que estaban estacionados frente a la propiedad.
Cuando Mila subió tras ella subieron dos de sus custodios, ambos en la parte delantera del vehículo, la saludaron y el conductor puso en marcha el vehículo de color negro.
A pesar de que los turnos rotaban cada noche, casi siempre resultaban ser los mismos guardaespaldas. Aún así optaba por no involucrarse demasiado con ellos y prefería la opción de hablarles solo con respecto a cosas laborales.
Pasada las 08:00 de la mañana llegó a su destino, a aquel espacio construido mucho antes de su llegada a New York y el cual se esmeró por hacer crecer un negocio que desde su inicio y hasta el día de la fecha era todo un éxito.
Las instalaciones de la pastelería eran bastante grandes, sin embargo y a pesar de su inmensidad conservaba ese calorcito hogareño que hacía que las personas se sintieran cómodas y satisfechas con el lugar.
Dentro de la pastelería contaba con al menos quince empleados todos con diferentes labores, claro que ellos no tenían nada que ver con personal que la ayudaban a realizar los eventos. Eran diferentes rubros y el personal que ayudaba a realizar dicha tarea era un poco mayor al de la panadería, pues para eso contaba con veinte personas todos y cada unos de ellos estaban altamente cualificados y capacitados para ayudar en dicha labor.
Con ayuda de uno de los custodios Mila bajo del auto y camino dentro del lugar con los dos custodios tras su espalda entró mientras que ellos se quedaron afuera del lugar haciendo vigilancia.
Rápidamente fue hacia su oficina para comenzar a trabajar y terminar lo más pronto posible, y así poderle hornear un pastel a su hijo. Mila además de ser una empresaria muy exitosa, también era una gran cocinera, sobretodo si se trataba de hacer algún pastel, postre o dulce.
Pasada una hora y cuarto no pudo contener las ansias por lo que dejó su bolso en la oficina y luego bajó hasta la gran cocina. Se colocó un mandil de color blanco con rayas negras y comenzó a preparar el pastel favorito de Ian.
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Cocinado se le pasó el tiempo volando; había terminado el pastel para su hijo, pero de igual manera se quedó entretenida realizando la masa para los rollos de canela y cuando volteó a ver la hora ya pasaban de las tres de la tarde.
—Señorita Ivanov —le llamó una de sus empleadas.
Melinda Ramírez es poseedora de unos rasgos latinos encantadores; Sus ojos de la misma tonalidad que su cabello color chocolate claro y aquella tonalidad bronceada sobre su piel le hacían ver mucho más joven de lo que en realidad era. Sus cuarenta y dos años solo podían percibirse en aquellas líneas debajo de sus encantadores ojos.
—¿Qué pasa, Melinda? —inquirió mostrándole una pequeña sonrisa.
—Un nuevo cliente la busca —le informó—. Dice que requiere de sus servicios con suma urgencia —abrevio.
—Acompáñalo hasta mi oficina y dile que espere un momento —ordenó con sutileza—. Termino con los pastelillos y luego iré —alegó con simpleza.