Mila Ivanov
Aun recuerdo como pase dieciocho años de vida presenciando la manipulación de mi padre sobre todos. Incluso me recuerdo allí, viendo cómo las personas se hacían adictas a las sustancias tóxicas que él y su séquito de ambiciosos vendían para su beneficio monetario.
Recordar cómo los adolescentes eran entrenados para manejar el uso de armas y/o luchar contra quien fuese hasta derrotarlo por completo me hace saber que soy la hija de un maldito desgraciado, de alguien que nunca poseyó el mínimo respeto por la vida ajena. Soy la hija de una persona que merece tener el peor de los finales.
Recuerdo que muchos de esos chicos estaban en ese lugar contra su voluntad, mi hermano y yo éramos unos de ellos.
Nunca nos había gustado vivir con Adolfo, pero no teníamos más opción. No existía una salida que no involucrara perder la vida en el jodido intento. Por obligación debíamos permanecer a su lado, pues además de ser sus hijos también éramos los siguientes al mando de toda su red de mafia.
Mi héroe, aquel chico de ojos azules y cabello tan negro como el cielo durante las frías noches de invierno lo había intentado, quiso huir de nuestro padre y de las obligaciones que imponían su futuro. Pero no pudo conseguirlo, fue inevitable y al querer huir solo perdió la vida en ello.
Ya no quería estar en ese lugar, quería morir al igual que ellos, sin embargo persistí, por razones lamentables tuve que continuar allí —bajo el mandato de Adolfo Lane—.
Él ya no estaba, aquello significaba que estaba obligada a ser la futura heredera de su repugnante negocio.
Soy una sobreviviente, pero eso implica dolor. Me duele cerrar los ojos y volver a memorizar aquel día tan horripilante.
Lo recuerdo, recuerdo el día que...
—Señorita, hemos llegado —informó Henry, irrumpiendo mis pensamientos.
Todo el camino había estado observando los grandes edificios, torturándome mediante los recuerdos que un maldito egoísta sembró en mi cabeza.
Nunca podré olvidar todo lo que me arrebató y algún día, en algún momento tendrá que saldar todo los crímenes que cometió y continúa cometiendo.
—De acuerdo —repliqué en voz baja, absorta en un mundo que no puedo evitar recordar—. Trataré de terminar rápido. Por favor cuiden bien de él, volveré rápido —pedí, mientras movía a Ian con sumo cuidado para no despertarlo.
Tal vez esté paranoica, pero no debo llevarlo conmigo. Yo no sé qué clase de personas vivan allí dentro y no estoy dispuesta a exponerlo ante nadie.
Sé que hacer este tipo de cosas no es de una buena madre pero lo mejor será que se quede con ellos, es por su seguridad. Hacer esto no está bien, ¿pero qué otra opción queda cuando todo el tiempo temes que te arrebaten lo que amas en el mundo?
—Nosotros cuidaremos del niño —aseguró Henry, volteando a verme por sobre su hombro.
No lo conozco demasiado, pero si Luis lo ha dejado a cargo de nuestra seguridad debe ser porque confía plenamente en él.
—¿Qué hacemos si llega a despertar, señora Ivanov? —Marcos inquirió, conectando su mirada pacífica con la mía a través del espejo retrovisor.
Marcos Wenger, a él si lo conozco desde hace un tiempo. Sin embargo no tengo mucho trato con ninguno de ellos a menos de que sea para imponer alguna nueva regla de seguridad.
—Si eso ocurre me llaman inmediatamente —respondí, demandante, aunque tratando de no expresarlo demasiado.
Ambos chicos realizan movimientos de asentimiento y procedo a descender del coche, precavida de no despertar a mi pequeño príncipe.
Al descender y cerrar la puerta escuche un “clic”, que indicaba estar asegurada. Sonreí al ver a mi bebé durmiendo tranquilamente y volteé en dirección a Robert, quien se encuentra a escasos metros sosteniendo el bolso con todo lo necesario en su mano izquierda.
Robert Marín al igual que Stevens Fitzgeral fueron los dos primeros en ser meticulosamente seleccionados por Luis. El hombre que tengo frente a mí posee una mirada fuerte, sin embargo es uno de los seres con el sentido del humor muy activo; Robert, a pesar de estar rozando sus cuarenta años es carismático y uno de los custodios más sobre-protectores que he tenido el privilegio de conocer.
Escuchando el impacto de mis tacones sobre el asfaltado me dirigí hacía él, quien al verme próxima al coche volteó mirando hacia ambos lados. Buscando una posible amenaza a nuestra seguridad.
—Gracias —pronuncie tomando las pertenencias de entre sus manos.
—Por nada —asintió, dándome una breve mirada.
Extendí mis labios en una sonrisa que pretendía ser afable, pero que en su curso terminó siendo una mueca desanimada. Dándole poca importancia a su gesto inquisitivo me dirigí a la entrada del imponente edificio.
Sus paredes entre un gris claro y bordes blanco hueso da la primera impresión de que ha sido construido para personas de la “alta sociedad”. Sus exorbitantes ventanales ahumados entregan esa privacidad que buscan gran parte de los ciudadanos.
Si la señorita Murray, tiene el privilegio de poder costear un apartamento en este edificio céntrico quiere decir que proviene de una familia de bolsillos holgados.
Los pasos cercanos de Robert y el sonido que transmiten sus zapatos al impactar contra la acera me hacen voltear para conocer cuán próximo a mí se encuentra. Demasiado cerca, me roza los talones con sus pies y es algo molesto.
Debo confesar que al principio me costó mucho estar rodeada por tantos hombres, sin embargo con el paso de los años tuve que acostumbrarme a ellos. Todo sea por la seguridad de mi pequeña familia.
Si algo llegara a ocurrirles a Catalina, Ian, Carmen o a Luis, moriría. Acabaría conmigo sin dudar un maldito segundo.
Llegando a la entrada detuve mis pasos encontrándome con la puerta cerrada.
—Buenos días —pronunció una voz a espadas nuestra. Lentamente volteé encontrándome con un hombre sonriéndonos de manera empática—. ¿Desean algo? —inquirió él, quien a deducir por su vestuario podría ser parte de la seguridad del edificio.