Mientras la luna comenzaba a permitir que las luces iluminaran gran parte de la ciudad las declaraciones no tuvieron receso, dejando que grandes incógnitas crecieran dentro de Scarlett.
No obstante estaba él, el obrador de una creación maestra había estado escuchando cada palabra gestionada por sus hermosos títeres y cada vez que se abría el debate en cómo acabarían con Adolfo Lane, él sonreía burlón.
Se encontraba satisfecho con los resultados de una espera tan extensa, ahora sentía que todos sus juegos macabros habían surtido un fruto que degustará con el mayor placer.
Pronto tendría a su enemigo arrodillado frente a él, en tan solo unos días más se revelaría ante sus dos hermosas creaciones y sacaría a relucir una verdad que llevaba oculta hacía demasiado tiempo. Faltaba menos para gritarles a los Lane quien era y su ansiedad lo obligaba a reír de un modo escalofriante.
Reía sin control, su risa resonaba dentro de la oficina y poco le importaba permanecer bajo la oscura mirada de aquella joven que era su confidente y mejor agente. Ella, quien sabía su historia, lo estaba observando porque le intrigaba descubrir el origen de tanta felicidad.
—Señor —pronunció intentando ser precavida y evitar que su jefe la viera de un modo tajante o displicente—, ¿puedo saber por qué se ríe tanto si aún no hemos logrado nuestros objetivos? —indagó escrutándolo en un intento por descifrar al hombre sentado frente a ella.
—Mi querida Montserrat, mi pequeña escorpión, un hombre necesita pocos motivos para reír. Pero puedo explicarte mis razones debido a que aún no estás lista para oírlo —replicó firme, mas sin borrar aquella sonrisa resplandeciente de auténtica gloria.
—Entonces no volveré a indagar respecto al tema —comentó recibiendo un grato asentimiento por parte del hombre.
—Agradezco tu comprensión y los años de servicio que le has presentado a esta organización, pero creo que ya es hora de que emprendas viaje y comiences el trabajo asignado —espetó regresando a esa seriedad tan reconocida por sus empleados.
—Necesito información del objetivo porque solo conozco su nombre y los trabajos realizados durante las últimas semanas —Montserrat mantenía las manos cruzadas por detrás de su espalda y la mirada fija en Sergey.
La joven de piel trigueña y unos hermosos rasgos latinos se mostraba tal cual era su verdadera identidad; serena, implacable e inteligente.
—De él no hay demasiado por conocer. Tú debes procurar que no se vea nuevamente afectado por las garras de alguna mujer. Tu deber es protegerlo hasta que de nueva cuenta todos tengan que reunirse —replicó serio, aún conservando su perfecto sentido del humor.
—Eso lo entiendo, pero no comprendo el interés hacia un Campbell. ¿Cuál sería la meta a cumplir? —inquirió, dudosa.
—¿Nuestra meta? —sonrió y negó, pues no podía decirle cuál era el propósito de la misión. Aún no debía contarle cuál sería el objetivo que debía cumplir con aquel hombre porque si lo hacía sus planes se verían alterados—. Solo se basa en procurar que su lado enamoradizo no vuelva a despertar cayendo en las manos equivocadas —respondió entrelazando las manos por sobre la madera del escritorio.
—Intento entender sus referencias pero me resultan intangibles, señor —confesó, viéndolo interrogante.
—No intentes descifrar nada porque lo harás cuando llegue su momento, mientras tanto comienza por hacer tus maletas que mañana mismo partirás a Cuba —anunció obteniendo un leve asentimiento por parte de Montserrat, quien se dispuso a retirarse del despacho para cumplir la demanda de su jefe.
¿Era él quien buscaba venganza?
¿Sergey había creado todos esos hilos para mover a tantas marionetas con el propósito de destruir a Lane?
No, Sergey solo buscaba la cabeza de su rival como trofeo, sin embargo no iba a interponerse en una venganza que le pertenecía a un joven que estaba bajo el dominio de un profundo repudio hacia un mismo enemigo.
Él contribuía y realizaba todo lo que estaba a su alcance para evitar que ese mismo joven cayera antes de cumplir su misión. Sergey se abstenía de realizar algo más allá que estuviese fuera del perímetro de su propiedad, pero siempre había estado allí, viendo y controlando cada movimiento o maniobra realizada por Kaleb o sus hermanos.
Era una sombra que lo veía y escuchaba todo, un ser invisible ante cualquiera enemigo. Era un hombre que tenía la capacidad de controlarlo todo sin recurrir a levantarse de aquella silla tras el escritorio. Era un hombre que buscaba el bienestar de sus dos creaciones y hacía todo para que ellos dos estuvieran lo deseado.
—Pronto nos encontraremos y sabrán comprenderlo todo —murmuró para sí mismo.
Estaba solo, como acostumbraba, encerrado dentro de cuatro paredes que componían un elegante despacho.
El silencio, ese mismo que lo obligaba a oír el viejo zumbido de un disparo, cubría su sentido auditivo haciéndolo pensar en sus acciones y el error cometido décadas atrás.
Dentro de su pecho también cabía el remordimiento, la culpa por no haber llegado antes de tiempo y el dolor por permitir que ese sujeto maldito le arrebatara lo que más había amado en la vida.
—Cumpliré mi palabra, te prometo que esta vez los salvaré —susurró observando la vieja fotografía que siempre llevaba guardada junto a su pecho—. Pagará todo el daño que te causó —masculló apretando los puños y llenándose de odio al recordar aquel día donde la perdió para siempre.
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Tres días pasaron desde que para Mila fue un absoluto calvario. Días donde su libertad se redujo a estar encerrada entre cuatro muros de apariencia deprimente.
Pasaba las horas intentando volver a salir para sentir los rayos de sol sobre su pálida piel, pero al no tener más que negativas se daba por vencida. Pasaba incontables minutos junto a su hijo, quien en su completa inocencia se mantenía al margen de todo el caos que le rodeaba.