Mila Ivanov.
Días sin ver más que cuatro pintados entre el rojo óxido y gris antracita, noches enteras postrada en una cama, sin poder hacer más que mirar las diferentes imágenes que aparecían en una inmensa pantalla TV.
Me sentía peor que una prisionera.
Solo tenía un motivo para seguir encerrada entre estas paredes que parecían cerrarse cada vez más y más. Una sola razón me mantenía en completa calma, pero cuando él se dormía mi cabeza comenzaba a idear cientos de maneras para escaparnos hacia un país donde fuéramos nadie.
Ian, mi pequeño ser de luz permanecía dormido en aquella inmensa cama y se lo veía tan ajeno a todos los problemas que nos obligaban a quedarnos encerrados en una prisión de apariencia elegante.
Tres días, tres jodidas tardes han pasado desde que aquel hombre al cual respetaba y llamaba señor Smith, corrompió toda paz e hizo que la libertad de mi hijo se redujera al encierro total. Tres malditas noches donde las horas parecían no querer avanzar solo para incrementar el agobio que crecía dentro de mí.
Estaba perdida, percibía que todo estaba empeorando y solo quería escapar, deseaba tomar a mi hijo y llevarlo lejos de todos estos hombres, pero no podía. No contaba con nadie para solicitar ayuda, no podía escapar porque aquella maldita puerta permanecía bajo llave. Estaba completamente privada de la libertad.
¿Qué he hecho para estar sufriendo esto?
¿Qué hice para merecer este presente?
Las respuestas podían sonar duras, sin embargo sabía que eran reales y nada podía hacer para revertir mi pasado.
No era santa, no podía argumentar que era una mujer pulcra y de mente limpia porque tenía demasiado presente todo el daño que provoque bajo las demandas de aquel bastardo al que llamaba padre. Sabía que tenía las manos manchadas con la sangre de mis víctimas y nada podía hacer para volver a sentirlas limpias.
Era culpable de todo lo que se me acusara, y por absurdo que suene jamás lo negaría. Nunca mentiría porque hacerlo me perjudicaría mucho más.
¿Pero él? ¿Por qué debía pasar por esto si tan solo era un pequeño?
Mi hijo, mi más grande amor, estaba inmerso en este lugar por culpa de tener una madre problemática. Mi pequeño ser de luz se encontraba brillando tenuemente dentro de un lugar plagado de oscuridad y tenía miedo, sentía pánico de ser una espectadora y presenciar como este miserable mundo terminaba ganando la batalla, temía que su luz se apagara para siempre.
No, no podía permitir que ese evento sucediera.
Me levanté del sillón ubicado a un costado del gran ventanal frente a la cama y me dirigí hacía la puerta para tocar e intentar una vez más que alguien me oyera.
Toqué y toqué tratando de no despertar a Ian de su pacifico sueño, toqué e incluso moví la manecilla sin obtener ningún resultado.
—Abran —pedí sin darme cuenta de que mi voz se oía desesperada, ahogada por la tristeza que me sucumbía por dentro—. Déjenos salir, por favor —suplique colocando mi frente en la fría madera.
Cada vez que el silencio respondía mis esperanzas caían rotas. Llevaba dos días intentando atraer la atención de alguien que no fuese una de las chicas del servicio, pero nunca me oían. Todos ellos ignoraban mi llamado como si nosotros ya no estuviéramos presentes.
—William, sácanos de aquí, por favor sácanos —murmuré moviendo la manecilla con mayor insistencia.
De pronto el intrépido silencio se interrumpió con el sonido de unos pasos firmes y acelerados. Coloque toda mi atención en la madera negra esperando a que finalmente mi hermano la abriera y dijera lo que tanto deseaba oír, sin embargo cuando los pasos se detuvieron frente a nuestra puerta y la cerradura comenzó a ser movida con tanta fuerza dude en la presencia de William.
Abrieron la puerta y lo primero que visualicé fue al hombre dueño de aquellos orbes azules que desconocía por completo.
Su mentón y barbilla se marcaban proporcionándole un rostro demasiado maduro considerando su edad, su nariz respingada y mejillas estaban sutilmente cubiertas por algunas pecas. Dos finos arcos componían sus cejas perfiladas y bien cuidadas, pero su manera de vestir lo hacían ver como a un hombre demasiado seguro e intimidante.
No era William, sin embargo el sujeto que acababa de abrir la puerta también era parte de mi familia, porque sí, a pesar de no conocerlo con exactitud sabía que esos rasgos provenían de los Lane, él era mi hermano y no podía negarlo.
—¿Estás bien? —inquirió, permaneciendo bajo el umbral.
—No, nada está bien —replique viendo que sus cejas se fruncieron mientras esos orbes azul claro me escrutaban de manera lenta y detallada.
—No veo nada malo en ti, ¿qué sucede? —alzó la cabeza, mostrando aquella serenidad con la que se había presentado ante nosotros.
—Quiero salir, llevarme a mi hijo e irme lejos de este lugar —confesé sintiendo que los ojos me comenzaban a arder—. Sácanos de este lugar, por favor Luka, sácanos —rogué sin apaciguar el sonido lastimero que transmitía.
—Scarlett —pronunció por lo bajo. Lo vi agachando la mirada y también lo pude oír resoplar agotado—. Me temo que eso no será posible —añadió luego de apelar a silencio por extensos segundos.
—¿No puedes? —reí sarcástica—. Nadie puede decirme nada, sin embargo pueden mantenernos encerrados como si fuésemos delincuentes —reproche a pesar de saber que él no tenía la misma autoridad que William.
—Escucha, entiendo tu enojo y también comprendo que sientas todo esto demasiado injusto para Ian, pero me tomaré el atrevimiento de hablar por todos al decirte que solo buscamos el bienestar de ambos —sus ojos me vieron sinceros y un gesto cálido le entregó mucha relevancia a su alegación—: Pero mi deber también es informarte que hemos llegado a una decisión —añadió desviando la mirada hacia Ian.