Secuestrada.

Capítulo 5.

Cuando me despierto tengo la mente despejada por completo. Recuerdo todo y me dan ganas de gritar.

Salgo de la cama de un salto y veo que llevo puesta la bata de anoche. La brusquedad del movimiento hace que note un fuerte dolor y se me estremece la parte inferior del cuerpo al recordar a qué se debe. Todavía siento toda su plenitud dentro de mí y me entran escalofríos.

Me doy mucho asco. ¿Qué me pasa? ¿Cómo pude quedarme allí tumbada como si nada para que Julián se acostase conmigo? ¿Cómo pude sentir placer?

Sí, es muy atractivo, pero no es excusa. Es malo. Lo sé, lo sentí desde el primer momento. Su belleza externa esconde maldad en el interior. Tengo el presentimiento de que está empezando a enseñarme cómo es de verdad.

Ayer estaba demasiado asustada y traumatizada para prestar atención a mi alrededor. Hoy me encuentro mucho mejor, así que examino la habitación con atención.

Hay una ventana. Está cubierta por una gruesa cortina color marfil, pero aun así veo que se asoma un poco de luz. Corro hacia ella, retiro las cortinas y parpadeo por el resplandor repentino. Tardo unos segundos en adaptarme a la luz y miro al exterior.

Me da un vuelco el corazón.

La ventana no está sellada herméticamente ni nada por el estilo. De hecho, parece fácil abrir y salir por ella. Esta habitación está en la primera planta, conque podría hacerlo y caer al suelo sin lastimarme. No, la ventana no es el problema.

Son las vistas.

Alcanzo a ver palmeras y una playa de arena blanca. Más allá hay una inmensidad de agua, azul y reluciente por la luz del sol. Todo es muy bonito y de aspecto tropical, muy diferente en todos los sentidos de mi pequeña ciudad en el Medio Oeste.

Vuelvo a tener frío. Tanto frío que estoy temblando. Sé que es por la propia ansiedad, ya que la temperatura ronda los veinticinco grados.

Voy de aquí para allá por la habitación y de vez en cuando me detengo para observar por la ventana.

Cada vez que miro es como un puñetazo en el estómago.

No sé qué esperaba. En realidad, no he tenido la oportunidad de pensar en donde estoy. No sé por qué, pero supuse que me retendría en algún lugar cercano, puede que por Chicago, donde nos vimos por primera vez. Creí que para escaparme solo tendría que encontrar el modo de salir de esta casa, pero ahora compruebo que es mucho más complicado que eso. Intento abrir la puerta otra vez, pero sigue cerrada con llave.

Hace unos minutos he descubierto un pequeño cuarto de baño dentro de la habitación. He aprovechado para ha

cer mis necesidades básicas y lavarme los dientes. Ha sido una distracción agradable.

Ahora camino de un lado a otro como un animal enjaulado, lo que hace crecer mi miedo y mi ira cada minuto que pasa.

Finalmente, la puerta se abre y una mujer entra.

Estoy tan aturdida que solo me quedo mirándola fijamente. Es bastante joven, quizá tenga unos treinta y es guapa.

Lleva una bandeja con comida y me sonríe. Tiene el pelo pelirrojo y ondulado y sus ojos son de color marrón claro. Es más alta que yo, al menos más de diez centímetros, y es de constitución atlética. Viste de manera muy informal, lleva un par de vaqueros cortos y una camiseta de tirantes blanca y unas chanclas.

Pienso en atacarla. Es una mujer y tengo una pequeña posibilidad de ganarle en una pelea, en cambio, no tengo posibilidad alguna contra Julián.

Esboza una gran sonrisa, como si me leyera la mente.

—Por favor, no te me eches encima —dice ella y puedo percibir la diversión en su voz—. No tiene sentido, de verdad. Sé que quieres escapar, pero no puedes ir a ningún sitio. Estamos en una isla privada en medio del Pacífico.

La ansiedad que sentía empeora.

—¿De quién es la isla privada? —pregunto a pesar de ya saber la respuesta.

—Pues de Julián, evidentemente.

—¿Quién es él? ¿Quiénes sois?

Mi voz es un poco más serena cuando le hablo. Ella no me pone nerviosa como Julián.

Suelta la bandeja.

—Lo sabrás todo a su debido tiempo. Estoy aquí para cuidar de ti y de la vivienda. Por cierto, me llamo Beth.

Respiro hondo.

—¿Por qué estoy aquí, Beth?

—Estás aquí porque Julián te ha elegido.

—¿Y no ves nada malo en eso? —escucho mi tono casi histérico; no entiendo cómo esa mujer está de acuerdo con ese loco ni cómo se comporta como si fuese algo normal.

Ella se encoge de hombros.

—Julián hace lo que quiere. No soy nadie para juzgarlo.

—¿Por qué no?

—Porque le debo mi vida —dice con seriedad y sale de la habitación.

Me como la comida que Beth me ha traído. Está bastante buena, aunque no es un desayuno típico. Hay pescado a la parrilla y una especie de salsa de setas y patatas asadas con un poco de ensalada al lado. De postre hay mango cortado a trocitos. Fruta local, supongo. Pese a mi desconcierto, me las apaño para comérmelo todo. Si fuese menos cobarde, me hubiese resistido y negado a comer, pero tengo más miedo al hambre que al dolor.

Hasta ahora no me ha lastimado mucho. Bueno, me dolió cuando me penetró, pero no me hizo daño a propósito. Me imagino que tratándose de la primera vez, me hubiese dolido independientemente de las circunstancias.

La primera vez. De repente me doy cuenta de que ha sido mi primera vez. Ya no soy virgen.

Extrañamente, no siento que haya perdido nada. La fina membrana que tenía dentro nunca había significado algo especial para mí. Nunca pretendí esperar hasta el matrimonio ni nada por el estilo. Me arrepiento de que mi primera vez haya sido con un monstruo, eso sí, pero no de perder mi etiqueta de «virgen». Me hubiese gustado que todo esto hubiese sido con Jake, si es que hubiese tenido la oportunidad.

¡Jake! Me dio un vuelco al corazón. No me creo que no haya pensado ni un momento en él desde que Julián me dijo que él estaba a salvo. El chico por el que he estado loca durante meses ha sido lo último en lo que he pensado mientras estaba en los brazos de mi secuestrador.



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En el texto hay: amor, secuestros, posesivo

Editado: 18.08.2021

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