Esta vez, Julián va a cenar conmigo. Beth prepara una mesa en el piso de abajo para nosotros y cocina un plato que incluye pescado local, arroz, judías y plátanos. Me cuenta orgullosa que es su receta caribeña estrella.
—¿Tú también vas a cenar con nosotros? —le pregunto, mientras pone los platos en la mesa.
Me he duchado y me he puesto la ropa que Beth me ha traído. Es otro conjunto de ropa interior blanca y un vestido amarillo con flores blancas. También llevo unas sandalias de tacón blancas. El conjunto es bonito y femenino, bastante diferente de los pantalones y camisetas oscuras que uso siempre. Me hace parecer una muñeca.
Aún no me puedo creer que me dejen campar a mis anchas por toda la casa. Hay cuchillos en la cocina. Podría robar uno y amenazar a Beth con él en cualquier momento. Me siento muy tentada a hacerlo, aunque se me revuelva el estómago con la idea de sangre y violencia.
Quizá pronto lo lleve a cabo, pero tengo que esperar a conocer algo más este lugar.
Estoy descubriendo algo interesante de mi personalidad. Parece que no apuesto por hacer las cosas a lo grande, sino que me fijo en los pequeños detalles aparentemente insignificantes. Mi voz interior, fría y racional, me dice que necesito un plan, estudiar una forma de salir de la isla, antes de intentar hacer nada. Atacar a Beth en este momento sería una acción estúpida. Podría acabar encerrada o algo peor.
No, este plan es mejor. Debo dejar que piensen que soy inofensiva. De esta forma tengo más posibilidades de escapar.
La hora siguiente la paso sentada en la cocina viendo cómo Beth prepara la cena. Es muy competente, muy eficaz. Pasar tiempo con ella hace que me distraiga y no piense en que Julián vendrá por la noche.
—No —me responde—. Estaré en mi habitación. Julián quiere pasar tiempo a solas contigo.
—¿Por qué? ¿Se piensa que estamos empezando a salir o algo así?
Sonríe.
—Julián no es de salir con alguien.
—No me digas —respondo en un tono muy sarcástico—.
¿Para qué vas a molestarte en salir con alguien si puedes secuestrarla y abusar de ella?
—No seas ridícula —me responde Beth rápidamente—. ¿De verdad crees que Julián necesita forzar a las mujeres? Ni siquiera tú puedes llegar a ser tan ingenua.
La miro fijamente.
—¿Con eso me quieres decir que no tiene por norma robar mujeres y traerlas aquí?
Beth niega con la cabeza.
—Eres la única persona que conozco que ha estado aquí. Esta isla es el refugio privado de Julián. Absolutamente nadie sabe que existe.
Un escalofrío me recorre la espalda al oírlo.
—¿Y qué me hace ser tan afortunada? —pregunto tratando de calmarme, pero el corazón me late a toda velocidad—. ¿Por qué soy merecedora de tal honor?
Me sonríe.
—Algún día lo descubrirás. Julián te responderá cuando considere que es el momento oportuno para que lo sepas.
Estoy harta de oír todo el rato eso de «algún día», pero también sé que es lo suficientemente fiel a mi secuestrador como para no revelarme nada.
Así que trato de averiguar otra cosa.
—¿A qué te referías cuando me dijiste que le debes la vida?
Se le borra la sonrisa, se le endurece la expresión y le aparecen algunas arrugas en la cara.
—Eso no es asunto tuyo, jovencita.
No me vuelve a dirigir la palabra en los diez minutos que siguen, sino que termina de preparar la mesa.
Cuando todo está listo, me deja sola en el comedor esperando a que llegue Julián. Tengo sentimientos encontra
dos: estoy nerviosa y entusiasmada. Por primera vez, voy a poder conocer a mi secuestrador fuera de la habitación.
Tengo que reconocer que siento algo de fascinación por él. Siento una curiosidad irremediable hacia él, por mucho miedo que me dé. ¿Quién es? ¿Qué quiere de mí? ¿Por qué me escogió a mí como víctima?
No había pasado un minuto cuando Julián entra en la habitación. Estoy sentada en la ventana mirando por la ventana. Siento su presencia incluso antes de saber que está a mi lado. La atmósfera se vuelve eléctrica, llena de expectación.
Me vuelvo y lo observo mientras se acerca. Esta vez, viste con un polo gris suelto y unos pantalones color caqui. Podríamos haber ido a cenar a un club de campo de lujo.
El corazón me late a tal velocidad que parece que se me va a salir del pecho, y puedo sentir como la sangre me fluye a toda prisa por las venas. De repente, empiezo a ser más consciente de lo que le ocurre a mi cuerpo. Mis pechos se vuelven más sensibles y siento cómo mis pezones comienzan a endurecerse por debajo de los límites de encaje de mi lencería. La fina tela del vestido me roza las piernas desnudas, haciéndome recordar cómo me acariciaba justo ahí. Cómo me acariciaba todas las partes de mi cuerpo.
Noto una humedad cálida entre las piernas al recordarlo.
Cuando finalmente llega hasta mí, se agacha un poco para darme un breve beso en la boca.
—Hola, Nora —me saluda cuando vuelve a ponerse recto y sus labios perfectos se curvan en una sonrisa tan sensual como enigmática. Es tan espectacular que hace que me quede en blanco por un momento, ya que mi mente se nubla con solo sentir su cercanía.
Su sonrisa se ensancha aún más al tiempo que camina para sentarse conmigo a la mesa.
—¿Qué tal tu día, mi gatita? —me pregunta, cogiendo un trozo de pescado para ponerlo en su plato. Lo hace con seguridad y de forma curiosamente elegante.
Parece increíble que tras esa máscara hermosa se oculte un demonio así.
Me armo de valor.
—¿Por qué me llamas así?
—¿Llamarte cómo? ¿Mi gatita?
Asiento.
—Porque me recuerdas a una gatita —me contesta, y los ojos comienzan a brillarle con un rastro de emoción—. Pequeña, suavecita y muy agradable al tacto. Haces que me entren ganas de acariciarte para comprobar si ronronearías entre mis brazos.