Secuestrada.

Capitulo 21.

¡Pum, pum!». El sonido de la explosión de un coche me saca del sueño profundo. El corazón me martillea, me doblo como si estuviera sentada, luego me agarro las grapas del costado con un pitido de dolor.

«¡Pum, pum, pum!». Sigue el ruido y me quedo helada. Un coche no explota de esa forma.

Se escuchan tiros. Tiros y algunos chillidos.

Está oscuro, la única luz es la que proviene de los monitores a los que estoy conectada. Estoy en la cama en mitad de la habitación, lo primero que vería cualquiera que abriera la puerta. Se me ocurre que también puedo sentarme con una diana pintada en la frente.

Trato de controlar la respiración irregular, me quito la                                         

vía del brazo y me pongo de pie. Aún me duele al andar, pero me da igual. Estoy segura de que las balas hacen mucho más daño.

Camino despacio hacia la puerta, la abro solo un poco y echo un vistazo al pasillo. Se me encoge el estómago. No se ve a ningún guardaespaldas; el pasillo está totalmente vacío.

«Joder. Mierda».

Echo una mirada rápida alrededor, busco un sitio en el que esconderme, pero el único armario que hay en la habitación es demasiado pequeño para meterme. No hay otro sitio en el que esconderme. Quedarme aquí sería un suicidio. Necesito salir y tiene que ser ya.

Me aprieto la bata del hospital y con cautela salgo al pasillo. Como tengo los pies descalzos, noto el frío del suelo, que se une al escalofrío que me recorre por dentro. Fuera de aquí, me siento aún más expuesta y vulnerable, por lo que la urgencia de esconderme se intensifica. Me encuentro un montón de puertas al final del pasillo, escojo una al azar, la abro con cuidado. Para mi alivio, no hay nadie dentro, entro y la cierro.

El sonido del tiroteo continúa a intervalos aleatorios, acercándose a cada segundo. Me dirijo hacia la esquina que hay detrás de la puerta y me pego a la pared, intentando controlar el pánico, que cada vez es mayor. No tengo ni idea de quiénes están armados, pero las posibilidades que se me ocurren tampoco son reconfortantes.

Julián tiene enemigos. ¿Qué pasa si están ahí afuera? ¿Qué pasa si están luchando contra ellos junto a sus guardaespaldas? Me lo imagino herido, muerto, y la frialdad que me produce se expande y me cala hasta los huesos. «Por favor, Dios, lo que sea menos eso». Prefiero morirme antes que perderlo.

Me tiembla todo el cuerpo y siento un sudor frío que me recorre la espalda. El tiroteo ha parado. Queda un silencio, presagio de algo abominable, más que el ruido ensordecedor de antes. Saboreo el miedo, intenso y metálico en mi lengua. Noto que me he mordido el interior del moflete y me he hecho sangre.

El tiempo transcurre de forma dolorosa. Como si cada minuto se prolongase una hora, cada segundo, una eternidad. Finalmente, oigo voces y fuertes pasos en el pasillo.

Parecen varios hombres que hablan una lengua que no entiendo, una lengua con un acento fuerte y gutural.

Oigo las puertas abrirse y supongo que buscan algo… o a alguien. Apenas me atrevo a respirar, me pego tanto como puedo a la pared, para encogerme y ser invisible a los hombres armados que merodean por el pasillo.

—¿Dónde está la chica? —dice una voz masculina con un acento inglés muy marcado—. Se suponía que tenía que estar aquí, en esta planta.

—Pues no está.

La voz que responde es la de Beth. Entonces reprimo un soplido de terror, me doy cuenta de que los hombres la han capturado. Habla con un tono desafiante, aunque también veo cierto deje de miedo en su voz.

—Os lo dije, Julián ya la ha sacado.

—No me mientas, joder —grita el hombre, con un acento aún más fuerte.

Suena una palmada y, a continuación, el llanto de dolor de Beth.

—¿Dónde cojones está?

—No lo sé —solloza Beth, histérica—. Se ha ido, ya os lo dije.

El hombre grita algo en su lengua y oigo cómo se abren otras puertas. Se acercan a la habitación en que me escondo y sé que es solo cuestión de tiempo que me encuentren. No sé por qué me buscan, pero sé que preguntan por mí. Me quieren encontrar y están dispuestos a lastimar a Beth con tal de hacerlo.

Dudo un segundo antes de salir de la habitación. Al otro lado del pasillo, Beth está hecha un ovillo en el suelo, con los brazos sujetos por un hombre vestido de negro. Una decena de hombres está de pie a su alrededor, lleva fusiles y metralletas, que apuntan hacia mí en cuanto salgo.

—¿Me buscabais? —pregunto, manteniendo la calma.

Nunca he tenido más miedo en mi vida, pero lo digo con firmeza, casi como si me hiciera gracia. Desconocía que pudiera parecer impasible y tener miedo a la vez, pero así me siento, con tanto temor que ni siquiera me da miedo.

Como tengo la mente despejada, retengo varias cosas a la vez. Los hombres parecen de Oriente Medio, con piel color aceituna y pelo oscuro. Aunque algunos estén afeitados, la mayoría tiene una barba negra espesa. Al menos dos de ellos tienen heridas y están sangrando. Por todas las armas que tienen, parecen bastante ansiosos, como si estuvieran a la espera de atacar en cualquier momento.

El hombre que sujeta a Beth grita una nueva orden en otra lengua, percibo que es árabe. Reconozco la voz como la del hombre que hablaba en inglés. Parece ser el líder. A su orden, dos de los hombres se dirigen hacia mí, me cogen por los brazos y me arrastran hacia él. Logro no tropezar, aunque me molestan muchísimo las grapas.

—¿Es ella? —pregunta a Beth, sacudiéndola con fuerza—. ¿Es la putita de Julián?

—Esa soy yo —digo sin dejar que Beth conteste.

El tono de voz es demasiado tranquilo. No creo que el miedo que tengo me haya llegado a los pies. Solo quiero impedir que le haga daño a Beth. Al mismo tiempo, en mi mente, proceso que me quieren porque soy la amante de Julián, lo que implicaría que está vivo y que me quieren usar contra él. Al pensarlo, reprimo un escalofrío de alivio.



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En el texto hay: amor, secuestros, posesivo

Editado: 18.08.2021

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