Cuando el sol ilumina la habitación me incorporo de la cama.
Me quedo sentada un buen rato mirando a la nada. Se escuchan cantos de pájaros como si estuviéramos en el campo. Decido que será mejor bañarme y estar lista. Preparo mi ropa y entro a la ducha. Tardo más de lo necesario curioseando el magnífico cuarto de baño que tengo en esta habitación.
Es dos veces más grande que el baño del hotel y con muchas más cosas; podría ser otra habitación.
Salgo ya vestida y peinada. En mi cuarto me encuentro con una mucama que está tendiendo mi cama. Me acerco para impedírselo.
—Puedo hacerlo —indico.
—No, señorita, es mi trabajo. La reina quiere que la acompañe en la mesa.
—Pensé comer aquí.
—Me temo que no podrá. Lo lamento.
—Dios me ayude —susurré—. ¿A dónde tengo que ir?
La chica me guio hasta el gran comedor. Todos estaban presentes, incluidos mi padre y hermanos.
—Buenos días —saludé, evitando las miradas de la señorita Harris y el señor Caruso.
—¡Abby! —gritó Erick—. ¿Ahora vives aquí?
—Es temporal —indiqué.
Él me mira y señala el asiento que está a su lado y que está al frente del señor Caruso. Me siento ahí porque estaré a lado de Richard. La mujer que estaba tendiendo mi cama aparece sonriendo.
—¿Qué va a querer de desayuno? —pregunta.
—Cualquier cosa está bien —me mira—. ¿Qué hay?
—Cualquier cosa que quiera, yo la preparo.
—Pues cualquier cosa que hayas preparado está bien —Richard me codea y lo miro.
—Lo mismo que nos trajo a nosotros, por favor, pero en vez de leche entera que sea descremada. Abby es intolerante a la lactosa —habló Richard reprimiendo con la mirada.
—No quería molestarla, pensé que aquí comen todos lo mismo.
—Al parecer no. Cada uno come lo que quiere —miro su plato.
—Solo pide lo que quieras, querida, y te lo darán —habló la princesa.
Erick comía a mi lado solo, lo hacía bien. Cuando se ensuciaba, la princesa lo limpiaba. Rato después, la misma chica dejó unos platos frente a mí. Había un bol de yogur, trozo de frutas, y pan. Tomé el pan y le quité el borde y me lo comí, mientras mezclaba las frutas en el bol de yogur. Sentí varias miradas sobre mí, así que levanté la vista, encontrándome con los ojos del señor Caruso, y el esposo de la princesa.
—Es una mala maña que tengo —indiqué.
Lo de quitarle el borde al pan era algo que hacía siempre. No recuerdo cuándo ni cómo empezó.
—Hemos convivido con mañas peores —dijo la reina—. Siéntase libre de mostrarlas.
No podía. Mi madre había sido muy clara en que cuando íbamos a casa ajena debíamos mostrar nuestros mejores modales. Quería llamarla, pero no encontré mi cargador y mi teléfono estaba muerto.
—Yo… —hablo— me hacen falta algunas cosas, entre ellas mi cargador. Lo necesito, ya que quiero llamar a mi madre.
—Harás contacto con el más allá.
Miro a la señorita Harris. Tiene una sonrisa que me molesta en el rostro.
—Si hoy trajeron todas las cosas, haré que le entreguen sus cosas.
—Gracias, señor Caruso.
Desayuno en silencio. Cuando mi padre se aclara la garganta, lo miro.
—Nos han permitido ir a la convención —dice.
—Iré por mi bolso y…
—Cariño, tú no podrás ir —lo miro—. Cariño, puedes quedarte leyendo alguno de los libros que trajiste. No quieren que salgas.
—¿Soy una prisionera acaso?
—No sabemos a qué nos enfrentamos —indicó el esposo de la princesa.
—Podemos jugar los dos —miro a mi derecha. Erick está lleno de galea toda la cara y sus manitos—. No estarás sola —sonrío.
—Ay, mira cómo te has hecho niño, pareces un cerdito.
La señorita Harris se ríe de él. Yo tomo la servilleta y lo limpio. Cuando acabo, miro a Richard.
—¿También te vas?
—Tengo una cita, pero puedo cancelarla.
¿Cita? ¿Con quién? ¿Será con Mía?
—No —indico— está bien.
—Volveré pronto —dice.
—Yo te traeré comida —habla Jason—. Y cuando regresemos podemos ver una película, la que tú quieras.
—Más te vale no quedarte dormido —indico y sonrío.
La mujer que me sirvió la comida llega con una bolsa y una caja.
—Esto fue lo último que había en su habitación.
—Eso no es mío —digo.
Tomo la bolsa y encuentro mi cargador, bragas sucias y se me pone la cara roja. Joder, ¿quién empacó esto? Me desvío a la caja, mientras mis hermanos se levantan para irse junto a mi padre. Levanto la tapa y me quedo helada por el contenido que hay en su interior. Erick se pone de pie en su silla para ver qué es, pero no lo dejo. Me hago para atrás.
—¿Qué es? —pregunta el pequeño.
—Abby —miro a Richard, quien mira la caja—. Pero qué carajos…
Eso hace que Jason se acerque.
—¿Esto es una broma? —pregunta mi hermano mayor.
El señor Caruso mira la caja. Llama a alguien por el intercomunicador. Hay una paloma blanca muerta ahí dentro. Otros tres hombres entran y miran la caja. El señor Caruso les habla en italiano, parece enojado. Cuando se acerca manda a su hijo con una mucama. Veo que encima de la tapa hay un sobre. Lo tomo y lo abro. El sobre se resbala de mis manos. Miro a Richard y luego a Jason. Abrazo a mi hermano y Jason me aprieta contra él.
—¿Abby? ¿Qué pasa? —me pregunta.
—Hijo de puta —escucho que dice Richard y lo regreso a ver.
—¿Qué es?
Jason toma la nota y la lee. Su cuerpo se pone rígido. Yo me separo cuando mi padre la lee. Se la da al señor Caruso.
—¿Qué dice, Alessio? —le pregunta la reina.
—Sé dónde estás, te observo. No serás de él, iré por ti y serás mía. Voy por ti. Alan.
Siento que me hiperventilo, me separo de Jason.
—Respira, Abby, no dejaremos que te haga daño.
—Quiero que investigues quién es, qué relación tienen. Quiero que estés concentrado, Alessio —escucho.
Miro a mis hermanos y tomo aire.
—Necesito un momento —les digo—. Estaré bien. Los veo en la noche.
Editado: 06.12.2024