Llevamos en viaje un par de horas en las que yo he conducido su auto porque, según me comentó, es una actividad que la estresa mucho. Isabel resultó ser una copiloto magnífica. Hemos entablado una charla fluida y amena de cosas triviales y otras un poco más personales. El estéreo reproduce música desde un pendrive que siempre lleva en su auto.
-¿Cuantos años tienen los mellis?- le pregunto volteando la vista un momento.
-Cumplen 4 años la semana próxima.- sus ojos brillan de amor con sólo mencionar a los rubiecitos.
-Uff asique, ¿cumple y Navidad? Debe ser difícil organizar un cumple doble.
De reojo veo como por su rostro cruza una ráfaga de ¿tristeza o amargura?
-Nunca les he organizado un cumpleaños.- confiesa mirando al frente contrariada.- Para mi es un día muy difícil de recordar, diciembre es un mes que desearía omitir. Amo a mis hijos pero el día de su nacimiento fue cuando descubrí tantas verdades que aún me lastiman. El 21 de diciembre de cada año les doy un obsequio y comparto sólo con ellos, siempre estuvimos sólos los tres en esa fecha.
Ni se que responder, me está abriendo su corazón pero tampoco sé todo y no creo que ella este preparada para hacerme partícipe.
- Si queres podemos organizarles un pequeño festejo. Fuiste madre muy joven ¿cuantos años tenías?
-Si, tenía 18 años. Pero si querías saber cuántos años tengo me hubieses preguntado directamente. Tengo casi 22.- Dice riendo.
-Bueno, si querés que sea directo ¿Cuantos años tenías cuando te casaste?
-Mmm ya imaginaba que sos curioso. Te contaré todo de una vez. Conocí a Daniel en mi cumpleaños número 15. Él tenía 27. Desde que lo vi por primera vez lo admire, era fuerte, lindo, inteligente y maduro. Los chicos de mí edad seguían comportándose como niños, Daniel era todo un hombre. En los meses siguientes se dedicó a halagarme, llenarme de obsequios, ya sabes flores, bombones, peluches, perfumes y esas cosas. Me visitaba casi a diario o me invitaba al cine, a tomar un helado, dar un paseo. Parecía de película. Cuando estaba por cumplir los 16 años empezó a besarme y jurarme que me amaba como a nadie en el mundo. Yo lo consideraba tan de confianza que un dia le conté que me daba curiosidad lo relacionado al sexo, mis amigas decían tantas cosas y yo quería experimentar también. Lo que cualquier adolescente vive, yo lo viví con él, salidas, alcohol, sustancias, sexo. Me sentía bien con él, lo amaba tanto que empecé a justificar sus cambios de humor. Un día llegó enojado, discutimos y antes de irse le dijo a mis padres que se casaría conmigo el fin de semana próximo. Yo era menor de edad, mi papá se opuso, mamá no decía nada pero no estaba de acuerdo, necesitábamos autorización de mis tutores o de un juez. El consiguió la del juez y volvió para convencerme, en mi ceguera de adolescente y por el cariño que le tenía sucumbí. Nuestra boda fue en una sala del municipio, estábamos el juez, su padre y su hermana a los que no conocí hasta ese momento y fueron los testigos y nosotros dos. Antes de despedirse mi suegro dijo algo como "ahora sólo falta el heredero" y se fue, mi cuñada solo me miró con compasión. Pase mi noche de bodas en su departamento, completamente sola. Al día siguiente me levanté, fui al colegio y a hablar con mis padres. Mi ahora ex pasaba días sin venir a la casa, cuando lo hacía estaba muy alterado, exigía los favores que por esposo le correspondía, me dejaba dinero para los gastos del depa y el colegio y se iba. Si le pedía explicaciones se enojada y amenazaba, empecé a rogar que no volviera pero no sabía a quien recurrir, si les decía a mis papás ¿que hubiesen dicho? Yo elegí incluso en su contra, mis amigas vivían su adolescencia, no tenía a nadie más. Me propuse estudiar y trabajar para pagar un abogado que me ayudará a salir de eso, el tío de un amigo del colegio tenía un kiosco, lo atendía por la tarde e iba ahorrando todo lo que ganaba. En una de sus visitas encontró mi uniforme de trabajo, se enojó, me golpeó, me prohibió salir y abusó de mi. No entendía porque me hacía todo eso, y lo que más me dolía era no poder dejar de amarlo o justificar su conducta, lo intentaba, intentaba odiarlo y no podía. Pasé más de un mes sin verlo, pero llegando a clases me descompuse, llamaron a emergencias, me internaron y lo notificaron de lo sucedido. Cuando desperté estaba en una sala de hospital, conmigo estaba una enfermera que Daniel había contratado para cuidarme, tenía un embarazo gemelar de tres meses y mi anemia lo volvia de mayor riesgo. Mis bebés habían estado conmigo todo ese tiempo hasta habían resistido la golpiza, sentí miedo, miedo de otro episodio de violencia, de que me los quiten, de no poder salir de ahí. Me ordenaron vitaminas, hierro, una dieta estricta y reposo absoluto. La enfermera Maia se volvió mi sombra y hasta mi amiga. Perdí el año escolar, pero quería cuidar a mis bebés. El 10 de diciembre murió mi suegro, pero no lo supe hasta más tarde. El 21 de diciembre se presentó un abogado con una demanda de divorcio y una carta de Daniel donde me explicaba que el día que me conoció jugó una apuesta con un par de amigos de que me conquistaría, con el paso del tiempo le gustó la idea de ser el primero; tiempo después se enamoró de Esmeralda, que es la mujer que viste en su casa, pero en una discusión con su padre, éste le exigió que se case y le dé un heredero, de otro modo perderia la herencia y según parece fui la elegida. Esmeralda no podía contraer matrimonio porque aún estaba negociando el divorcio de su primer nupcia. También me decía que no se había presentado en persona para explicarlo porque el día anterior había nacido una niña hija suya y de su verdadero amor. Claro también que lo sentía mucho y que me pasaría una pensión suficiente para vivir con los dos niños. Cuando termine de leerla, sentí el peso del mundo caer en mis hombros, había cumplido 18 años una semana atrás, perdido mis estudios, había sido la burla de un hombre al que creía amar y en dos meses sería madre de dos niños sola. Lloré como nunca antes, por rabia, bronca, indignación y celos de esa mujer que se quedó con su corazón, a la que si amaba, cuidaba y respetaba. Eso fue lo que detonó el nacimiento de mis hijos, llegaron esa misma tarde, estuvieron dos meses en incubadora, eran tan chiquitos. Y yo una mocosa, inexperta, herida, humillada y sola.