Segunda Oportunidad

CAPÍTULO 2

—Da gusto llegar a este lugar y que lo primero que me encuentre sea su amable sonrisa, Ere —dijo Roberto Marín, notario y dueño de la firma de abogados M&T que su abuelo había fundado algunas décadas atrás.

—Me da gusto que le dé gusto —respondió la mencionada, sonriendo.

Ella sabía bien que la recepción era la cara de todo el consorcio, por ello procuraba siempre estar atenta y amable, para que quienes por ahí pasaran se sintieran bienvenidos.

—Esos comentarios también son buenos —soltó el hombre de sesenta y tantos años y de personalidad amable—, definitivamente fue un acierto de mi sobrina el traerla aquí.

Erena sonrió, ella tenía ya un par de meses trabajando en ese lugar y no solo había sido bien recibida, sino que seguía siendo la sensación con casi todos los empleados pues, ella, no solo era carismática, también era muy servicial, atenta y eficiente.

—Tío —habló Ángela Torres, que recién entraba al edificio y lo primero que escuchaba eran los constantes halagos a la joven recepcionista—, ya le dije que deje de coquetear con Erena en horas laborales, le diré a la tía Macaria que anda de coscolino.

—Y yo ya te dije que sí la quiero en la familia, pero no de esa forma. Solo soy amable para que me quiera de suegro y se quede con alguno de mis dos hijos —recordó el hombre una cantaleta que, como siempre, provocó una sonrisa en cuanto la escuchó.

—Yo también ya le dije que también tengo dos hijos —intervino Erena en la charla—, y no soy tan buen partido como me hago ver. Esto es solo por trabajo —informó la joven señalando su bien maquillado rostro.

—Por algo se empieza —aseguró el señor Roberto—, usted sígase viendo bonita para que no importe que ya traiga dos hijos con usted.

Erena sonrió negando con la cabeza, y dio la bienvenida a otro par de abogados que recién ingresaban en el lugar y que le sonreían a cambio.

—Pues si no es con uno de mis primos, será con alguien de por acá —aseguró Ángela terminando de acomodarse el cabello, cosa que había iniciado cuando bajó del auto para entrar en el edificio de la firma—. Por cierto, ¿podrías traer a Michelle contigo cuando vayas por los gemelos? Volví a llegar tarde y no quiero escuchar otro regaño de la maestra por ello.

—Yo te la traigo —concedió Erena tras sonreír por el comentario de la mujer que le había conseguido ese trabajo que definitivamente hacía mucho por ella.

—Eres la mejor —aseguró la mujer de ojos verde y cabello castaño con algunas luces rubias que le sentaban muy bien.

«Si fuera la mejor no sería la chica de los mandados» pensó mientras sonreía amargamente.

Lo había estado sintiendo así recientemente, mientras veía a personas de su edad, o incluso más jóvenes, iniciando sus prometedoras carreras en ese lugar mientras que ella solo contestaba el teléfono, escribía recados y los pasaba a sus destinatarios.

No era un mal trabajo si contaba que no era mucho lo que hacia y sí era mucho lo que ganaba, pero de alguna manera era frustrante que todo el mundo pareciera ser más que ella en ese lugar, y no porque la trataran mal, porque todos eran amables con ella, tanto que, de pronto, parecían ser condescendientes y eso terminaba por herir un poco más su orgullo.

No debía quejarse, lo sabía bien, nadie tenía la culpa de lo que le había pasado, ella era la única responsable de lo ocurrido, pero, entre más lo pensaba, más se daba cuenta de lo que pudo haber sido y lo que no era por tener que asumir sus errores.

Pero no, no es que estuviera arrepentida de las decisiones tomadas, y tampoco culpaba a sus hijos de absolutamente nada, era solo que no podía hacerse de la vista gorda sobre esas posibilidades que se terminaron para ella cuando decidió jugar a la adolescente idiota por un rato que arruinándose la vida entera.

Aun así, estaba plenamente agradecida con lo que tenía, porque era más de lo que había tenido desde que le había tocado hacerse cargo de sí misma, de su casa y de su pequeña familia, sin embargo, para ella, que siempre había esperado un futuro prometedor, ser la chica de los recados no le sentaba para nada bien.

Pero estaba bien, o al menos eso era lo que se repetía constantemente para no caer en la desesperación; seguía repitiéndose que estaba bien como estaba porque, al menos, ahora no debía preocuparse por imprevistos, porque ahora todos sus gastos obligatorios estaban cubiertos e incluso le sobraba para esos imprevistos y uno que otro “lujo”.

Aunque esos lujos para ella no fueran más que una tontería a los ojos de los demás, pues ciertamente no tenían nada de lujosos: si lo sabría ella que había vivido en la opulencia hasta que metió las cuatro patas y la echaron de su casa.

Y no, no es que solo se quejara internamente de todo, ella era bastante proactiva, le gustaba tomar la iniciativa y solucionar lo que se pudiera solucionar, pero su situación no tenía arreglo, lo sabía porque ya lo había pensado mucho y a esa conclusión había llegado.

Su economía no era mala, pero apenas era suficiente, lo que más la limitaba era el tiempo pues de seis de la mañana a las ocho que dejaba a los gemelos en la primaria era madre, de ocho y media a cinco y media era empleada con una hora de comida en la que volvía a ser madre, de seis de la tarde a las ocho volvía a ser madre, además de un poco maestra, y de nueve a las once, más o menos, era ama de casa. A veces sus roles se mezclaban en una que otra hora, según sus necesidades, pero no le quedaba tiempo para ser algo más.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.