Hace veintidós años atrás, un niño jugaba en un columpio en el patio de su casa. Su madre lo observaba desde la ventana, la angustia se notaba en sus delicadas facciones. Aquellas oscuras y repugnantes palabras que le había recitado su viejo suegro antes de morir en una habitación de hospital, hicieron que un sentimiento de tristeza se apoderara desde lo más profundo de su ser.
Tomás primero, era el hijo del hombre poseído por la bestia. El niño de cabellos oscuros que había corrido a los brazos de su tía en un intento de escapar de las garras de su padre, con temor a haber sido una de las víctimas de su progenitor, cegado por una maldad tan grande y desgarradora.
No obstante, el destino quiso jugarle una pasada cruel, astuta y devastadora. Su castigo y penitencia por haberse negado a formar parte de la maldad incesable que rondaba, escudriñaba y aterraba a cada ser viviente de aquella antigua época, era ser devorado por la oscuridad.
Más había un pequeño detalle que todo el mundo había ignorado desde el principio de los tiempos, el antiguo refrán que consistía en que donde hay luz, también hay oscuridad y viceversa. De modo que, si había nacido en ese mundo una criatura aberrante, despiadada, sin alma y compasión; también había de existir una criatura pura, inocente y bondadosa, capaz de subyugar el mal introducido en las raíces de la propia tierra.
La madre del pequeño Tomás decimoquinto, dispuesta a apostar su propia alma, en un último intento de hallar una salvación para que su pequeño hijo no fuese consumido por la oscuridad, siendo su alma olvidada por los siglos de los siglos. Tomó un pergamino oculto en las raíces de un viejo árbol en el medio del bosque, desenterrado antes de que los antiguos pobladores lo talaran de punta a punta, siendo escondido luego en una iglesia que había sido quemada desde sus cimientos, dejando el sótano donde descansaba el rollo de papel, intacto, protegido y sellado ante los ojos de cualquiera. Solo aquellos descendientes, inculcados desde pequeños en lo más recóndito de sus memorias, las palabras claves para romper el sello protector, accediendo de ese modo, a las sagradas palabras capaces de destruir al mal, podrían y debían cumplir con el destino impuesto antes incluso de que hubieran llegado al mundo.
En el presente, Tomás hecho un hombre, sentado frente al escritorio de su madre en la casa donde había sido criado, estudiaba en secreto aquellas palabras que lo ayudarían a romper aquello que un día había profanado el alma de un hombre.
La llegada de los Seis Mesías del Mal, había hecho estrago en la mente de los débiles, los rezos y suplicas no eran suficientes para apaciguar el odio encadenado durante mucho tiempo, liberado luego, golpeando fuerte a todos aquellos descendientes de los primeros, culpables de ser testigo de la muerte de un ser impuro, oscuro, poco común. El trabajo de estos entes oscuros, almas corrompidas, liberadas de su cuerpo para hacer realidad aquella profecía impuesta por el que un día fue bautizado como “El besado por el diablo”.
Tomás Zabala, había descubierto la verdadera identidad de su compañero de trabajo, Raúl González, nada más y nada menos, que la propia reencarnación de Emilio Zapata, líder en ese momento de los Seis Mesías.
Sus constantes pesadillas tratando de fracturar su subconsciente, moldeándolo a su gusto, para que no le quedara más remedio que entregarse a los brazos de la oscuridad. Sin embargo, el alma de Tomás siempre había estado protegido gracias a la mujer que lo había traído al mundo, por consiguiente, los sueños no podían manipular aquello que no es capaz de inmutarse tan fácilmente.
—Tomás hijo bendito, entrégate o cada hombre, mujer y niño pagarán tu desobediencia —dijo una voz en su cabeza, causando que un escalofrío recorriera su cuerpo entero.
Su cuerpo cansado de no descansar bien, encontrándose lleno de un sudor frío, se sentó al borde de la cama. Su mente tratando de encontrar una respuesta para terminar con la pesadilla mayor.
Seis seres envueltos en una capa oscura, sus rostros ocultos detrás de una máscara, todas iguales, como si fuesen sextillizos. Parados en la entrada del pueblo, formando una línea, observaban en silencio, esperando la señal para empezar con su cometido. Varias vidas serían arrebatas antes de la puesta del sol.
— ¡Tú me perteneces! —gritó furiosa la voz, antes de que los seis enmascarados comenzaran a caminar hacia el pueblo, una oscura neblina como un aureola negativa, los rodeaba, haciendo que sus semblantes se vieran más terroríficos.
Los fuertes gritos de angustia y dolor, rompiendo el silencio inicial. La sangre siendo expulsada violentamente de las heridas causadas por los enmascarados, los cuerpos sin vida esparciéndose sin gracia alguna sobre el suelo, madera o pavimento.
Editado: 02.05.2023