Eran las diez de la noche, la fría lluvia caía en la lúgubre y gris ciudad, las calles se inundaban de basura arrastrada por el agua a los rincones de las aceras, los perros se escondían asustados de los gritos que propinaban los relámpagos, y se hacía vacía la noche en el gran circo de la sociedad.
Trabajaba en esos momentos en una empresa apoyando a los obreros con sus relacione laborales, familiares y consigo mismos, me pasaba varios días sentado escuchando como muchos de ellos sostenían sus vidas en el afán de burlarse de su sufrimiento y de su frustración, historias llenas de dolor y frustración, de sueños rotos y esperanzas echadas a la basura. Me pasaba días enteros tratando de levantar el ánimo de aquellas personas con el fin de que cada día quisieran volver a sus respectivos trabajos a desempeñar sus labores dentro de la empresa, siempre el mismo círculo vicioso. Sin embargo, sentía que no podía despreciar mi modo de vida. Por este trabajo podía sostener una vida cómoda, con buenas ganancias, que me permitía darles a mi esposa y a mi hijo una vida más que cómoda y, además, tener los suficientes ahorros para una vida sin preocupaciones cuando ya no pudiese trabajar.
Nací en el seno de una familia humilde, siempre se nos inculcó la idea del trabajo honesto, de una labor bien realizada y cumplida a tiempo dentro de los plazos establecidos, el orden era la principal enseñanza de mi padre, mientras que la bondad era la prioridad de mi madre. Nos enseñaron a mí y a mis siete hermanos que los sueños se podían realizar, pero mientras vas creciendo te das cuenta de que esas cosas no son del todo ciertas, los siete teníamos sueños, el mío era de volverme un investigador famoso, trabajar para policías de renombre y el gobierno, supongo que ese sueño infantil fue alimentado por las novelas de Sherlock Holmes de mi padre. Era el menor de los siete, y pude ver como cada uno de mis hermanos tenía que renunciar con tal de sobrevivir en el mundo real. A lo largo de los años vi como la gran mayoría de ellos, no solo renunciaba a sus sueños, sino que, terminaban con sus vidas, bebiendo, ahorcándose, o lanzándose de un edificio alto. Esto último ocurrió con mis dos hermanas, tras la muerte de nuestros padres, tan solo 3 vivíamos y tuvimos que renunciar a nuestros sueños, criados en un pueblo pequeño al morir nuestros padres, nuestros dos hermanos y dos hermanas decidimos vender la casa familiar y mudarnos a lugares urbanos. Mis hermanos se mudaron a la ciudad, a cinco horas de viaje de ahí yo emprendí una empresa aún más osada, crucé el mar a otro país, en donde trabajé para poder estudiar, formé una familia y desde hace ocho años vivo en una constante rutina, y como era costumbre de cada viernes, después de un día de trabajo, me fui al Bar de Louis, para pasar un buen momento. Qué extraño es el destino y que perra es la naturaleza, bien lo decía Murphy, que haría que ese día cambiara para siempre todo en mí.
Me senté en la barra como era costumbre, miraba a las camareras atender el lugar, muchas de ellas parecían preocupadas por el mañana mientras servían bebidas a borrachos que bebían para olvidarse del mañana, del ayer y del hoy, tratando de viajar a un mundo donde el tiempo sea un elemento innecesario para nuestra humanidad. Ahí lo vi por primera vez, un hombre serio, no sonreía para nada, tan solo tenía en sus manos un vaso de tequila que jamás vi que tomara, tan solo jugaba con el vaso entre sus dedos, no era grosero, ni tampoco era un pervertido, agradecía a la camarera que lo atendía sin ser arrastrado por las tetas y las hormonas que atacarían a cualquier animal en celo al ver a Ruth, una mujer muy hermosa y de una muy amplia experiencia amorosa.
No pude quedarme tranquilo en la barra, no mientras ese hombre siguiera ahí, con la mirada fijada en un viejo cuadro mal pintado, de lo que parecía un paisaje con nieve, y aun jugando con su vaso de tequila.
- ¿Quién es ese hombre? – me preguntaba, y tanta fue mi intriga por resolver el misterio, que me había olvidado de mí mismo, de las razones que me llevaron a un bar, olvidando que, aunque amaba y disfrutaba mi trabajo, era inevitable no verme deprimido a causa de escuchar tantos problemas sin resolver, pidiendo al cielo misericordioso, si existiese uno, que acabe con mi vida de la forma más fácil y rápida posible, y era algo intrigante mi petición, seguido del recuerdo de mi familia que había pasado mucho conmigo, de una esposa hermosa que me vio progresar en la vida, y de un hijo al que tenía la oportunidad de ver crecer poco a poco para poder darle la vida que yo no pude tener, y aun así pedía al cielo poder tener algún día una vida que sea heroicamente bien contada cuando yo me haya ido, y musitaban las voces de mi cabeza eso mientras veía a ese extraño sujeto en el bar.
Lo vi levantarse, no tomó jamás su copa, dejé el dinero de mi consumo encima la barra, y salí. Lo vi meterse a un auto, lujoso en su época sin duda alguna, pero viejo y maltratado, y yo me metí al mío, y poco a poco lo fui siguiendo, intrigad por saber dónde vivía este extraño personaje. Después de veinte minutos conduciendo sobre una risible lluvia, vi que detuvo su auto. Un lugar extraño me rodeaba, y por su expresión parecía que a él también le sorprendía lo tétrico del lugar. Era sin duda un espacioso lugar, pero tan solo lo cubría en parte un pequeño bosque en donde él entró, y decidí entrar con él, procurando no me vea, lo vi sentarse debajo de un hermoso árbol, veía a la luna, como esperando una respuesta, y luego todo pasó muy rápido: lo vi sacar un arma del bolsillo, sonreír al cielo como si por fin hubiera hallado una respuesta a sus preguntas, colocar la pistola dentro de su boca, apretar el gatillo y quedar estático. El momento en el cual el gatillo fue presionado quedó revelado por el destello que iluminó el lugar por un instante. Figuró en mi cabeza una especie de señal divina el momento en el que ese hombre decidía que vivir era una tragedia griega de la cual no quería formar parte.
Me acerqué al cuerpo, luego de despertar del shock que me había dejado aquella escena, pude ver como brotaba la sangre de sus fosas nasales y sus oídos, me pareció una horrible escena de película americana. No pude aguantarlo, no existe nada que te prepare para ese momento, vomité cerca del cuerpo, lo cual solo me trajo más asco después de hacerlo, y un miedo frío arrasó mi espalda mientras trataba de pensar que pasaría después de eso, y sumido en mis pensamientos de supervivencia moral recordé que a la final de cuentas estábamos lejos en el bosque, nadie, a kilómetros, podría haber oído el disparo, y además n tenía porque preocuparme, yo no lo había matado. Me puse a reflexionar cómo la naturaleza, poco a poco, se puede volver salvaje ante la presencia de la “Pálida”. Me quedé en shock en el lugar, durante muy poco corto lapso de tiempo, para luego regresar a la realidad, y buscando una respuesta me puse a buscar entre sus bolsillos alguna carta de suicidio que no encontré. Sin embargo, lo que pude hallar fue su documentación, aquella primera pista fue lo que despertaría mi interés en esto, “Timmy Lindeyway” ese era su nombre.
Después nada.
Ni una nota
Ninguna otra pista.
Volvía a ver el cuerpo ensangrentad, mientras volvía a mí el sueño reprimido de ser un Sherlock Holmes algún día, y al ver el rostro de Timmy pude ver la causa final de mi curiosidad enferma, aún después de quitarse la vida conservaba una sonrisa, aunque tarde descubriría que tal vez esa fue la única sonrisa sincera que dio en su vida.
Editado: 26.11.2018