Todos los Nephilims estaban durmiendo, me alegraba de que ninguno resultara herido. Shadow estaba en la habitación con Eros, el cuál al verme me volvió a dar un abrazo sin importarle lo cabreada que estuviera, Yumi era el que más asustado estaba, por eso Kim se ofreció a dormir con él. Y la abuela... ella intentó calmarlos a todos como si fueran sus verdaderos nietos, con una taza de chocolate, la cuál yo rechacé.
Ya estaba algo más calmada, necesité dos horas para ello, tiré todo lo que me fui encontrando al suelo y pegué a los chicos cuando intentaron calmarme. En uno de mis arrebatos la pequeña caja de música acabó contra el suelo, haciendo que algunas de las piezas se salieran del mecanismo.
—¿Se podrá arreglar? —recogí algunos pedazos que había en la alfombra y coloqué la caja recta.
—No te preocupes, te prometo que la arreglaré —el ángel tomó de mis manos con delicadeza lo que tenía y agarró la caja.
—Fue mi culpa, me querían a mí. ¿Pero por qué? —tenía la garganta seca, por lo que mi voz no sonaba muy alta.
—No fue tu culpa, quítate esa idea de la cabeza. Averiguaremos quien es el que está detrás de todo esto y acabaremos con él, es una promesa —asentí débilmente, estaba arrodillada en el suelo con la cabeza gacha, los mechones de cabello tapaban mi rostro ensuciado por el maquillaje y la tierra.
—¿Qué fue lo que pasó en aquel momento? —miré las palmas de mis manos, sucias y llenas de sangre.
Ese fuego cegador de color azul sabía que provenía de mí, lo sentí cuando al atravesarlo mi cuerpo rozaba sus llamas y estas se fundían en mí, era hermoso y llegó a acabar con todos los demonios a la vez, si lo hubiera hecho antes todo se hubiera quedado en un simple susto. Al recordarlo me llevé las manos al pecho, en ese momento era como si todo lo malo se esfumara y lo único que quedase fuera la paz.
—No lo sé, pero será mejor que lo olvides, a veces la ira provoca algún tipo de extraño poder dentro de nosotros —me contó, pero no le creí, el enfado y la tristeza no podía crear como si nada algo como aquello.
Sentía que Caleb me estaba ocultado cosas, su voz sonaba distante y parecía nervioso, podría ser por lo de mi tía, pero algo me decía que no. Aún así no quería saber nada ahora mismo, no tenía fuerzas y mucho menos la cabeza en el sitio correcto, decidí dejarlo pasar y no decir nada más.
—Mikkel, hazme otro favor, no le quites el ojo de encima hasta que yo vuelva —levanté la vista nada más oír eso y vi a los dos chicos cerca de la puerta.
—Tú vete tranquilo, yo me quedo con ella.
—¿Irte? ¿Dónde te vas? —intenté levantarme, pero una de las piernas falló y caí al suelo.
Mikkel se acercó para ayudarme, pero lo rechacé. Miré a los ojos al ángel, ¿cómo podía irse en un momento así? Ese no era el Caleb que yo conocía, parecía darle igual todo, creí que se quedaría conmigo, me apoyaría y me abrazaría toda la noche hasta quedarme dormida como solía hacer cuando me sentía triste.
—No puedo decírtelo —agachó la cabeza y abrí la boca sorprendida, su cabello cayó sobre su rostro, no hizo el mínimo movimiento para retirárselo.
Me quedé callada haciendo que él se sintiera incómodo y decidiera irse, cuando salió por la puerta, agarré la única lámpara que daba luz a la habitación y la tiré contra el suelo. Mikkel y yo nos quedamos a oscuras en cuestión de segundos.
—Muy lista, princesa, ¿cómo quieres qué te cure ahora? —espetó entre la oscuridad y soltó un largo suspiro.
Unas manos me agarraron de la cintura y alzaron, tomó mis piernas y juntó nuestros cuerpos, no tenía ganas de quejarme, pasé mis brazos entre su cuello y apoyé la cabeza en su pecho pudiendo oír los latidos de su corazón. Era raro, pero aunque Mikkel desprendiera frialdad, me sentía más cómoda y protegida con él que con el ángel.
Gracias a que tenía la cara sucia y a la poca luz que entraba por las ventanas, no se notaban mis mejillas sonrojadas. Pegó su espalda a la puerta medio abierta de su cuarto y me tumbó en su suave cama cuando entramos.
—Pensaba que no querías que entrara a tu habitación —me senté con las piernas fuera del colchón y me fijé en la pierna herida, estaba roja, con cirulos por donde me había metido el veneno, era la misma marca que la de un pulpo común y corriente.
—Las normas están para romperlas, veamos la pierna —trajo una silla cerca de la cama y se sentó en ella, sobre la cama tenía todo lo necesario para curarme.
Agarró mi pierna, se la colocó sobre su rodilla y subió un poco el vestido con delicadeza. Tomé unas toallitas y las pasé por la cara para limpiarme y olvidarme de que me estaba tocando. Retiré toda la suciedad que tenía y eché el cabello hacia atrás. Con sus manos comenzó a hacer círculos sobre la piel dañada sin llegar al muslo, poco a poco el dolor de fue yendo, aquel remedio me daba un toque de frescor a la zona.
—Creía que Caleb se quedaría conmigo, pero parece como si no le importara —murmuré y mojé un paño con agua para quitarme la sangre de los nudillos, pero al vérmelos, me quedé quieta, toqué los restos de sangre seca y me quedé mirándola hasta que el chico aferró una de mis manos.
—Deja, ya te lo limpio yo —bajé mi pierna de la suya y me acerqué un poco más a él, tomó el paño y dio pequeños toques sobre la mano —. Es un ángel y tiene doscientos años, ha visto nacer y morir a muchas personas, no es que no le importe, sino que lo acepta enseguida, es su deber. Y no es que no quiera quedarse contigo, pero ahora mismo tiene cosas que hacer, cosas que tú, al menos de momento, no debes saber.
Pegó unos falsos puntos en los nudillos y cogió mi otra mano para hacer lo mismo. Mikkel tenía razón, pero seguía pareciéndome que aquel chico se comportaba demasiado frío conmigo para lo bien que me había tratado los últimos ocho años.
Tras ponerme el pijama en el baño de su cuarto, metí el vestido blanco en una bolsa para tirarlo mañana, abrí el grifo del lavabo dejando correr el agua helada, junté mis manos y cuando se llenaron, me la tiré en el rostro. El baño era igual al mío, las paredes eran de mármol marrón claro y el suelo de azulejos blancos. Me fijé en el reflejo de mi rostro en el enorme espejo de encima del lavabo, miré mi cara durante unos segundos hasta que me cansé y apreté mis manos sobre mi cabello. Mikkel me había pedido o más bien ordenado que durmiera en su cama, ya que quería tenerme vigilada.