Presente
Jared empezó a farfullar en cuanto vio el monstruo de Íria aparcado a un lado de su casa. Consideró poner marcha atrás y escabullirse de nuevo, pero estaba harto de huir y encima esta era su propiedad. Su fortaleza infranqueable.
¿Cómo se permitía invadir su intimidad?
Cierto, la última vez que la había visto había sido el día de excursión al Acuario y había pasado una semana entera desde entonces. Eso no quería decir que la hubiera echado de menos, todo lo contrario. Aunque significara que tardaba en dar por finalizado el contrato, había necesitado tiempo para replantear su estrategia.
Él no era de los que engrosaban las filas de personas supersticiosas, pero los últimos «accidentes» lo habían forzado a cuestionar su cordura y preguntarse si empezaba a notar síntomas de algún trastorno cerebral. No creía en las coincidencias, tampoco en fuerzas ocultas. Y con todo esto, podría apostar cualquier parte importante de su cuerpo a que había sentido olor de azufre cada vez que se había topado con Íria. Metafóricamente hablando.
Miró los limpiaparabrisas balanceándose sobre la luna del coche, vencidos ante la cantidad de agua que caía. Octubre se despedía desmoralizado y lloroso, con vientos furiosos y lluvias persistentes. Los árboles estaban casi por completo despojados de hojas y las ramas aparentaban ser miembros azorados, tiritando bajo el frío. «Un día de perros» era la expresión correcta que describía esa jornada.
Jared inspiró hondo y bajó del coche. Los pocos metros hasta que se adentrara bajo la protección del porche fueron suficientes para que las gotas se pegaran a su pelo como el rocío por las mañanas a la hierba. Algunas más pesadas se ligaron a sus pestañas y otras le besaron las mejillas en una caricia fresca y atrevida. No le molestaba la lluvia, para él significaba tranquilidad y momento de hacer cuentas, limpieza a fondo del alma. No era que lo necesitara. Su alma, y su mente, ya que venía al caso, se encontraban en equilibrio y sabían qué deseaban. Y una visita desagradable no estaba incluida en la agenda.
Metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y miró a la intrusa.
Íria esperaba sentada en su mecedora. Cierto, no la usaba casi nunca, ni sabía por qué la había instalado desde el principio, pero era suya.
Llevaba vaqueros estrechos metidos en botas altas, se abrazaba el torso cubierto de un anorak gordo, y gran parte del rostro estaba escondido por la capucha de este.
Se giró cuando lo vio aparecer, pero no se levantó.
—Hola —saludó tímidamente, con una mirada cautelosa.
Jared apoyó el trasero en la barandilla de madera y se cruzó de brazos, manteniéndose a una firme distancia de ella. Solo una medida de seguridad, por si pasaba otro tipo de fenómeno inexplicable y su mecedora se rompía, el techo se caía, o bolas de energía aparecidas de la nada empezaban a atacarlos. A estas alturas, todo le parecía posible.
—Hola.
—Quería enseñarte unas fotografías de prueba —dijo ella rápido, señalando un portafolios de grandes dimensiones que estaba a su lado.
—Podrías habérmelas dejado en el hotel, o enviarlas con el correo.
Íria sonrió con timidez.
—Trabajo cara a cara, ¿recuerdas?
—Cómo podría olvidarlo —Jared masculló, lo que hizo que la sonrisa de ella se agrandara de una oreja a otra e iluminara su rostro.
—Así que… —Íria dejó la frase en el aire, y él entendió que esperaba una invitación para entrar.
Invitación que no pensaba hacer.
—¿Qué tal si las dejas ahí y te envío una respuesta dentro de unos días?
Íria meneó la cabeza y se tragó el labio superior, presionándole con el de abajo. No escondía el hecho de que encontraba divertida la situación. Cada encuentro entre ellos dos parecía acabar en una confrontación, sin importar si se trataba de establecer el color del cielo o el día de la semana.
A Jared le mosqueaba que iba atrasado en todos sus combates y que había perdido la mayoría de las batallas, en el pasado y en el presente. Por eso estaba parco en cederle más terreno.
—Noop —dijo ella, enfatizando la negativa con un movimiento enérgico de cabeza. La capucha se desplazó y mechas oscuras salieron por los lados y le acariciaron las mejillas.
Vestida así y con los dedos escondidos bajo las mangas del anorak, le recordaba mucho a la joven de la cual se había enamorado.
—No puedes forzarme a invitarte a entrar en mi casa —señaló Jared en voz tranquila, haciendo hincapié en el pronombre.
—Cierto. Pero puedo mantenerte aquí fuera por horas, preguntarte sobre un millón de detalles y nunca acabar las explicaciones. Este tiempo me parece maravilloso, ¿y a ti? A veces, estuve forzada a pasar semanas en sitios tan calientes y secos que llegaba a sentirme como un pollo frito.
Tenía un punto fuerte, reconoció Jared, pasando por alto los comentarios extra y haciendo una mueca de dolor ante la imagen pormenorizada de quedarse horas en el frío escuchando el parloteo interminable de Íria. La imagen de su confortable sofá y de las llamas de la chimenea encendida se superpuso sobre la primera y era evidente que no había un debate aquí.