Mis ojos se abren al escuchar el primer gallo de la mañana cantando, tardo un momento para asimilar la luz del sol que entra por las pequeñas aberturas de los troncos que sostienen el bohío. Me preparo y pongo el trapo en mis piernas, que se ven más ampolladas que ayer, sin embargo un día como hoy no puedo darme el lujo de rezagarme.
Salgo con destino hacia la hacienda pero mi mamá me interrumpe.
-¿Y tú tan temprano saliendo? Que en la casa Ivorra no puedes llegar a eso de las ocho? – inquiere.
-Ammm- dudo en contarle sobre mi nuevo trabajo porque no sé cómo lo va tomar pero de todas formas ella se tiene que enterar- yo, si, pero, ahora voy a trabajar también con... ¿oíste de la llegada de un marqués de España? –pregunto.
-¿El que venía a revisa’ la tierra?- devuelve la pregunta.
-Sí, yo, ahora trabajaré para él de tarde, el señor Ivorra y él son amigos por eso el me recomendó pa’ que le ayude con la casa mientras esté aquí.
-Ayana ¿pero eso no es’ demasiado pa’ ti?- cuestiona y tuerzo el labio con incomodidad.
-Puede ser, pero vamo’ a ver como lo aguantamo’, uste’ sabe que al amo no le gusta que le contradigan.
Asiente.
-Cuídate mija’, no hay ma’ que hace’- se voltea caminando para el conuco y yo me quedo por un momento pasmada en el mismo lugar, ni siquiera sé porque dije que si a la proposición del marqués cuando pude haber tenido opción. Aunque, de cualquier forma, hubiese sido una falta de respeto al señor Ivorra si hubiese dicho que no lo que hubiese podido acarrear consecuencias.
Camino mi usual trayecto hasta la hacienda y me topo a la entrada con el marqués que se me acerca al parecer a preguntar algo, yo no sé dónde poner el rostro.
-Buenos días, ilustrísimo señor. -digo al verlo cerca y él da un asentimiento.
-Buen día Ayana, me he quedado estupefacto viendo la maravilla de vegetación de la hacienda, es realmente precioso.
Mientras sigue con su idea yo me he quedado varada en la palabra estupefacto, ¿eso qué significa?
-¿Ayana? – Me saca de mi burbuja y vuelvo en sí- ¿dije algo que te molestó?- inquiere y niego repetidamente.
-No, no, yo, - sin saber que decir busco las palabras más cultas que he podido almacenar en mi mente en todo mi tiempo con los españoles. – es realmente encantador todo esto, si.
Sonríe.
-Estoy flipando. – mira de nuevo a su alrededor - ¿segura que no he dicho nada malo? su cara no parece decirme lo mismo. – menciona.
-No, no señor, usualmente así soy, yo, usted...
Antes de que pudiese completar mi idea el Señor Ivorra sale y mira hacia nosotros con cara de confusión, me apresuro a moverme unos metros del marqués.
-¿Esta negra te está fastidiando eh Córdoba? – Murmura- da la señal que le suelto un buen par de hostias. – mira hacia mí con su normal mirada de total desprecio.
-De hecho- habla el marqués en su tono perfectamente pausado- creo que quién estuvo molestando realmente fui yo, estaba mencionándole a Ayana lo espléndidas que me parecen estas tierras.- recorre el lugar con la vista para verme y vuelve su vista al señor Ivorra- es muy temprano para tener ese temperamento, Ivorra, ¿no te parece?
-Hay que mantener a esclavos a raya, toman demasiada confianza en muy corto tiempo- se desplaza para desatar los caballos y yo aprovecho para escabullirme hacia dentro de la casa.
Me dirijo directamente a la recamara de los señores Ivorra para empezar la organización, al entrar veo a la señora Laura peinando pausadamente su fino cabello, me dispongo a recoger la ropa y cuando vuelvo la vista a la señora noto que el peine se ha quedado atrapado en su cabello y la señora Laura está perdiendo la paciencia.
Me acerco dejando la ropa de lado y me coloco tras de ella.
-¿Me-me permite ayudarle? -cuestiono, la señora Laura es buena, pero nunca la he tocado mas allá de para entregarle a sus hijos, lo que quiere decir que no tengo idea de si ella piensa que puede contraer alguna enfermedad por ser tocada como un negro como muchos asumen.
Noto la duda en su cara y tira del peine y logra soltarlo así que me aparto notando claramente su rechazo.
-Ya ha salido, gracias.
Recojo la ropa y me voy a lavarla, les echo un ojo a los niños que aún duermen y me dirijo al río.
El señor Ivorra, es por mucho uno de los hombres más desorganizados que he conocido, sin duda lo que más odio es lavar, siempre termina manchando su ropa lo que me hace más difícil el trabajo.
Al llegar cansada suspiro agudamente cuando escucho a lo lejos el llanto de María Catalina, me apresuro a verla y estira sus bracitos para que la cargue y la miro, estoy toda mojada, así no puedo cargarla.
-Señora Laura- vocifero- señora Laura.
Mientras salgo de la habitación me encuentro con Augusto, un ayudante del señor Ivorra en la hacienda.
-YA CALLATE NEGRA ¿COMO TE ATREVES A GRITARLE A LA SEÑORA?- alza la voz y la señora Laura llega hasta nosotros.
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Editado: 23.12.2023