Ismael
Lo único que quería era una secretaría, nunca esperé esta sorpresa, ni siquiera en mis sueños. Ella está aquí, en mi oficina, desbordando una gran belleza mezclada con inocencia. ¿Debería retractarme de mis palabras y evitar que sea mi secretaría por su bienestar? Aunque me gusta mucho la idea de tenerla cerca de mí, apreciando lo linda que es.
Sé que no debería desear su cercanía, pero no puedo evitar sentirme tan vulnerable. A pesar de que he tratado de sacarla de mi cabeza, de mantener una sana distancia, esta inesperada sorpresa alimenta mi anhelo. No está bien que alguien como yo tenga este tipo de pensamiento. Supongo que mientras no cruce los límites con María José, todo estará bien.
—¿Sorprendido?
Deslizo mi mirada hacia Gustavo. Tengo muchas preguntas para él, pues muy en el fondo de mi ser sé que la decisión de mi amigo no ha sido la correcta. Trajo a la inocente oveja, directamente a la boca del lobo.
—Un poco —clavo mi mirada en María José—. Jamás imaginé que serías tú, la nueva secretaria.
—Me encanta sorprender a todos —esboza una sonrisa que me obliga a tragar grueso.
María José es una chica muy bella, con una personalidad increíble. Ella siempre llama la atención.
—Espero que me sorprendas con un buen rendimiento en tu trabajo.
No debe dejarme influenciar por su bella e increíble personalidad. Tengo que ser muy profesional con ella y no verla con otros ojos que no sean los de un jefe.
—Claro que lo haré, Is… Jefe.
Su mirada se ilumina, como si se diera inicio a algo. Quiero saber qué está pensando; esa sonrisa juguetona hace hormiguear mi cuerpo. Esta traviesa secretaria será una deleitante tortura.
Por un momento creí que tendría que enseñarle todo el trabajo que ejercerá, pero María José me hizo guardar silencio. Me ha demostrado que no son necesarias las enseñanzas, que ella sabe lo que hace. No tengo dudas de que está preparada para ser mi secretaria.
—María José, necesito que le lleves esto al diseñador —le entrego la carpeta—. Este sobre de acá al programador. ¿Si te guías?
—La compañía es muy grande, pero preguntando llego —saborea sus labios.
Aclaro mi garganta.
—Está bien. Ve rápido.
—Sí, jefe.
Lentamente, se da la vuelta, jalando mi mirada hacia ella hasta perderla de vista. Definitivamente, esto será un poco complicado. Tengo que tener fuerzas, no vaya a ser que le termine diciendo lo hermosa que se ve.
—¡Dios mío! —Suelto un gran suspiro.
Cierro mis ojos, viendo un conocido rostro que me puso en esta sofocante situación. Cuando trajo a María José no me dio tiempo para hablar con él porque tenía que irse, pero ahora me va a escuchar. Estoy seguro de que mi traviesa secretaria se demorará, así que voy a aprovechar este momento para hablar con él.
Agarro mi celular, marcando el número de mi amigo.
—Dime. ¿Majo tuvo problemas?
—El único que tiene problemas aquí soy yo…
—¿Por qué?
Ya no puedo retractarme de mis palabras. Todavía no le he comentado a mi amigo lo pensativo que me pone María José. Ahora tengo que dar una excusa muy buena.
—Porque… todavía es una niña. Se le van a dificultar muchas cosas.
—Quiere aprender, por eso me convenció. No le veo nada de malo su edad, además tiene el permiso de su papá. Ismael, todo lo que aprenda en la compañía, le ayudará para sus estudios.
Revuelvo mi cabello.
—Tienes razón.
Debo ser profesional, muy profesional. Ella está aquí para aprender, para nada más.
—¿Vas a ir al hospital?
—Sí. Necesito charlar con Mael. —Aunque no me escuche ni me vea, necesito desahogarme con mi hermano.
Al igual que todos, anhelo con fervor que Mael despierte de ese coma. Quiero abrazarlo y decirle que nunca lo odié, que nunca dejó de ser mi mejor amigo.
Afortunadamente, María José sale temprano del trabajo, lo que evita que nos encontremos. Siendo honesto, toda la tarde la estuve viendo desde mi oficina. Se veía tan preciosa concentrada, sonriendo e incluso tomando apuntes. Dejando de lado lo personal, su desempeño en su primer día ha sido excelente.
—Señor Ismael.
Me detengo.
—Dime, Henry.
—¿Puedo mandarle los detalles del programa más tarde? No lo he podido culminar aún.
No soy un jefe antipático. Siempre trato de entender a mis ayudantes. Si no fuera por el conocimiento de ellos y su buen desempeño, mi compañía no sería lo que es hoy en día.
—Puedes mandarlo hasta la medianoche. No te estreses tanto.
—Muchas gracias, señor.
—Gracias por tu arduo trabajo. Nos vemos mañana.
—Claro, señor. Descanse.
—Igualmente —dicho esto, sigo mi camino.
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Editado: 23.07.2024