Las cosas estaban tan claras para mí hacia tan solo unas horas atrás que seguía sin comprender como es que había llegado a este punto.
Uno bastante difuso que me mostraba un futuro para nada alentador.
Sentía como si fuese una indefensa princesa de Disney, que corría a través de un bosque encantado, sin alguien que realmente la ayudase. Rodeada de terribles criaturas que tenían como único motivo, comérsela viva, dejando tan solo un cuerpo maltrecho.
Porque era consciente de que luego de que esta pesadilla acaba, eso es lo que quedaría de mí. Un pobre recuerdo de quien era.
No confiaba en los abogados. Eran cuervos. Ni siquiera más bueno era tan gentil y profesional como parecía. Por lo que poner mi vida en sus manos no parecía algo realmente viable, ni tampoco era algo que quería hacer.
Pero debía. Si quería proteger mi legado, mi reputación y no solo mi futuro sino que el de todas las personas que me rodeaban, debía rendirme ante su magia.
Aún recuerdo lo que me dijo ese invierno mi ex socia, la persona en la que más confiaba y que por esa misma razón había convertido en mi mano derecha.
Savannah era una persona totalmente cualificada para el puesto que ocupaba y por esa misma razón fue que la coloqué allí.
Lo que no sabía era que tan ambiciosa era y narcisista. Al punto de olvidar cualquier tipo de código profesional.
Aquella mañana apareció en mi oficina, luciendo un costoso traje azul y con su melena enmarañada, llena de rizos color café al igual que sus ojos.
Era una especie de diosa. Y ella sabía el alcance que tenía su belleza y lo que podía conseguir con ella.
— ¿Puedo pasar?— preguntó ya estando dentro.
—Creo que si te dijese que no, ya sería demasiada tarde— respondí levantándolo la mirada de las planillas que estaba chequeando antes de que llegara y ofreciéndole una sonrisa— ¿Qué haces aquí? Te imaginaba armando las maletas para irte de vacaciones— agregué.
—Ya me conoces, cuando tengo algo en mente difícilmente paro hasta conseguirlo—se sentó frente a mí— Conseguí una nueva locación para nuestra modelo.
—Te escucho —dejé lo que estaba haciendo para prestarle atención, sus ideas rara vez eran malas.
—Será algo arriesgado, pero nadie se había animado a hacer algo así antes y realmente podría jugarnos a favor.
— ¿Estas segura? Si es tan arriesgado, tal vez no deberíamos hacerlo tampoco.
Su risa resonó en la oficina.
—Vamos, no te tenía como una cobarde.
La miré por un momento, todavía indefensa sobre que debía hacer.
—Soy precavida. No quiero que tengamos problemas luego.
—No los tendremos— aseguró— Tu deja que me encargue de todo.
—Está bien— accedí a la final, resignada ante su insistencia.
—Genial. Eres la mejor. Quiero ver las fotos antes de entregarla a la agencia. Para el lunes a la mañana.
—Las tendrás— dijo antes de salir de allí.
Pero nunca llegaron las fotos a mi escritorio. En su lugar ese fatídico día lo único que llegó fue mi amiga con un semblante sombrío y pésimas noticias.
—No sé cómo ocurrió. Lo juro. Una ráfaga de viento llegó y ella estaba en una muy mala posición. La arrastró con él y terminó cayendo. Los médicos dicen que es muy grave.
Ese fue el comienzo del fin. Las cosas vinieron en picada y fue realmente difícil mantener a la prensa lejos de nosotros y en especial a la familia de Becca.
Por un tiempo logramos mantenerlos callados. Les ofrecimos una cuantiosa cantidad de dinero, pero no fue hasta hoy que los médicos les aseguraron que ningún cheque haría que su preciosa hija volvería a caminar, que volvieron a la carga contra nosotros.
Por supuesto, para ese momento, Savannah no estaba aquí y el peso recaía en mí.
Aquel día me fui a la cama deseando que todo esto fuese una especie de broma de mal gusto. Algo que pasaría en esas películas Hollywodenses que parecían increíblemente surreales y que hacían que el espectador sintiera lástima por el pobre protagonista.
Me hubiese conformado que se tratase de algo que hubiese sido sacado de "The Truman Show", donde millones de espectadores esperarían paciente para ver qué sucedería a continuación.
Tal vez alguno de ellos podía abogar a mi favor y dejaría ver que no era el monstruo que todos pensaban.
Pero lamentablemente esto era la vida real y tenía que hacerme cargo de la situación. Por mala que fuese.
Me levanté a la mañana siguiente, casi arrastrándome de la cama y me dirigí a mi guardarropa. Era increíble que algo que por mucho tiempo había sido motivo de mi orgullo a esta altura pareciese tan superficial.
No pude evitar preguntarme que pasaría si tendría que reemplazar toda esa ropa costosa por esos horribles monos naranjas. No era un color que realmente me favoreciera.
Pero esa era la menor de mis preocupaciones en este momento.
No tenía apetito suficiente como para poder sentarme a desayunar, por lo que simplemente opté por ir directamente a la corte. Como una pobre animal al matadero.
Aun no tenía idea de quien me representaría. Ni a que persona se enfrentaría la persona que me defendería. Lo que me generó más ansiedad.
La cita era a las 9 y para el momento en que observé mi reloj por décima vez, pude ver que la hora había llegado.
Tragué con una rapidez descomunal el café que quedaba en mi vaso y lo arrojé al cesto de basura que estaba junto a la columna.
Por el efecto que estaba haciendo dentro de mi cuerpo, me di cuenta de que había sido mala idea haberlo tomado. El líquido bailaba en mi cuerpo como si estuviese en una clase intensa de zumba.
Caminé por los fríos pasillos hasta llegar a la sala que me habían asignado.
En el lugar había claramente más gente de la que había esperado, mucha de ella, supongo esperando ver cómo me hundía en el mismísimo infierno.