Señor,si señor.

3

 

¿Cómo se supone que una debe reaccionar cuando la persona que fue el amor de su vida decía una cosa como aquella?

No es que como si hubiese dicho que lindo día hace hoy, o te destrozaré en la corte, o ni siquiera te ayudaré a salir de esto.

No.

Él decidió decir las palabras incorrectas en el momento incorrecto, tal vez sin saber la manera en que me afectarían.

No había maldad dentro de Joe. Lo conocía de toda mi vida, y sabía que era incapaz de hacerle daño a la pequeña niña con la que jugaba.

Pero al decir eso hablaba de Joe la persona. No Joe el abogado, a quien asumía que la familia de Becca le había pagado una gran suma de dinero para que los representara.

— ¿Te encuentras bien?— preguntó luego de notar que no llevaba un buen rato sin emitir ni una palabra.

La gente a nuestro alrededor se arremolinaba, molesta porque tapábamos la entrada al café.

—Creo... Creo que debemos movernos— fue lo único que logré decir.

Porque yo nunca me cansaba de avergonzarme a mí misma. Maldije una vez más a Savannah por haberme metido en este problema.

—Claro— respondió él, ignorando a la gente que respiraba aliviada luego de que nos quitamos de en medio.

Entramos al lugar y el olor a café recién hecho, pasteles recién sacados del horno y donas perfectamente glaseadas, hicieron gruñir mi estómago.

— Por la forma en que tu cuerpo protestó, algo me dice que no has desayunado hoy.

— ¿Qué comes que adivinas?— pregunté acomodando un mechón de mi cabello.

— Lo que tú quieras, siempre y cuando no te desmayes aquí, frente a mí. De nuevo.

Recordé la vez que me desplomé en el suelo durante uno de nuestros campamentos de verano. Había entrado en esa etapa de mi adolescencia donde estaba obsesionada con mi cuerpo y todo lo que lo perjudicara. Por lo que en aquel momento mi peor enemigo eran las calorías.

Joe se molestaba cada vez que me pillaba revisando las tablas nutricionales de cada paquete que caía en mis manos. Yo le dije que sería capaz de soportar tres días sin desayunar y el no creía que fuese capaz.

Hasta que un día, en la mitad del concurso de talentos, miré al público y un momento después al techo.

— Recuerdo que te negaste a que en agradecimiento te cantara la canción de "El Guardaespaldas".

— Eso era bochornoso hasta para ti— reconoció mientras revisaba el descolorido menú.

—Ammm, gracias.

— Créeme, te hice un gran favor. Tu talento era concursar en esas cosas de belleza y ahora manejar tu agencia. Admítelo. No tienes madera de cantante.

Una camarera se acercó a nosotros con una sonrisa que parecia por demás ensayada.

— ¿Qué les puedo traer?

—Un café grande y dos donuts con cobertura de chocolate y chispas.

— ¿Y usted señorita?

— Lo mismo que él.

—En un momento estaré con lo suyo— dijo antes de retirarse.

Una vez que estuvimos solos, Joe sacó el tema del que menos quería hablar.

— He estudiado tu caso. Debo haberlo hecho y me cuesta mucho creer que alguien como tú fuera capaz de hacer algo así.

— No lo hice yo, créeme. He hecho cosas deshonestas en mi vida, pero nunca algo tan extremo como esto.

— ¿Y quién fue? ¿Quién lo hizo?— preguntó colocando una mano sobre la mía, transmitiendo una especie de correcta eléctrica por todo mi cuerpo, que se encargó de indicarme una cosa.

La chispa entre nosotros estaba ahí. Aún vivía.

— ¿Tienes tiempo?

— Todo el que me quieras brindar— sonrió.

La mesera regresó a nuestra mesa y dejo el pedido frente a nosotros. Pasé la próxima media hora explicándole con lujo de detalles todo lo que había ocurrido y como había terminado envuelta en esto.

— Déjame decirte que sigue teniendo la misma suerte de mierda que cuando te conocí.

— Tan honesto. ¿Cómo es que eres abogado?

— Soy uno muy correcto para tu información. Si hubiese sabido que estabas metida en este lío, me habría ofrecido para ayudarte. Claro que no tenía idea de que estabas aquí. Nuestros caminos se separaron luego de...

— De la muerte de tu madre.

Asintió con una sonrisa triste en su rostro.

—Siento no haber estado tan presente durante esa época.

—No te preocupes. Es cosa del pasado. Lo que importa es que el destino nos volvió a unir, por alguna extraña razón.

Un silencio envolvió la pequeña burbuja que se había formado a nuestro alrededor. Siempre ocurría lo mismo cuando estábamos juntos.

Es como si nos olvidáramos del resto del mundo y solo importáramos nosotros y lo que sentíamos en aquel momento. Lo que ocurría alrededor, perdía importancia.

— Lo que dije hace un momento atrás— agregó— Lo decía en serio.

Meneé mi cabeza, incapaz de comprender de lo que hablaba.

—Lo siento, me he perdido— reconocí.

—Que te extrañé, y mucho. No hubo un solo día en que no pensara en ti, en lo que hacías, en cómo te encontrabas, en tus sueños y aspiraciones.

Sus palabras calaron profundo en mí ser. Era prácticamente la cosa más romántica que me habían dicho en el último tiempo.

—Yo también te extrañé. No pude superarte con facilidad. Digo, como hacerlo, cuando el chico más tierno del estúpido universo te da algo como esto y jura que algún día lo cambiaría por un diamante de verdad— dije mostrándole el anillo con la gema azul que llevaba colgando en mi cuello como un recuerdo de mi primer amor.

—Vaya, aun lo conservas— admiró el objeto.

—Por supuesto. Era mi manera de tenerte... Cerca.

—Prometo no irme de ahora en más— tomó mi mano y beso mis nudillos.

Pasamos el resto del tiempo poniéndonos al día sobre nuestras vidas.

Aquel día puede que haya perdido mi dignidad, pero había reencontrado al amor de mi vida.

                                   🌸🌸🌸

 

A la mañana  siguiente, me preparé mentalmente a mí misma para poder enfrentar la etapa final del juicio.




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