Sentimientos encontrados. Parte 2.

La vaca de colores

Regresaron de Kioto justo en los días en que un fuerte tsunami había arrasado con una gran parte de las costas japonesas, el grupo de danza viajó algunos fines de semana para ayudar a los afectados, llevando medicinas, repartiendo alimentos e incluso, dando algunas presentaciones para que la gente en desgracia recobrara el ánimo.

Yuki había hablado con muchas personas, ayudándoles con breves terapias a dejar atrás sus pérdidas y con eso se ayudó a sí mismo, volvió a recobrar la confianza y puso más empeño que nunca en sus clases.

Se acercaba el verano y Haruto visitó la casa de sus padres. Había pasado año y medio desde que rompió el pacto con Andrea y, aunque ese dolor había pasado, no había vuelto a tratar con ella como solía hacerlo antes de aquellos días. Sin embargo, ahora necesitaba no sólo de su consejo sino del de Yuki. Yuki estaba ese día en casa de Matsumoto, ayudando a Shuhei en una investigación sobre psicología.

―Tsuyuri, ya eres famoso en TODAI. Escuché que casi le causas un infarto a un decano ―comentó Haruto después de saludar.

―Le pidieron elegir a una celebridad para hacer un perfil sicológico ―intervino Andrea―, y se le ocurrió elegir ni más ni menos que a Sigmund Freud. Y lo peor es que encontró en él una serie de problemas, desde sociopatías hasta complejo de Edipo.

―¿Analizaste psicológicamente a Freud? ―Haruto estaba asombrado―, ¿y les dijiste que era un loco enajenado con su madre?

―Freud fue un visionario en su momento ―explicó Yuki―, y dio a la psicología puntos de vista innovadores y acertados, pero basta con ver la enajenación que él mostraba al relacionar todo con el sexo y, sobre todo, con el deseo incestuoso, que me fue evidente que no podía evitar reflejarse a sí mismo en sus teorías.

―Supongo que tu punto de vista causó algunas heridas ―intervino Shuhei.

―Principalmente en los profesores más viejos ―explicó Yuki―. Creo que hubieran sugerido alguna amonestación, pero mi aprendiz ya es tan hábil como yo ―Yuki miró a Andrea―, ella estaba presente en mi audiencia y les dijo lo que querían escuchar.

―Que sería un gran logro para este país si son los psicólogos japoneses quienes derrumben las teorías de Freud. ―Yuki hizo una reverencia cuando Andrea dijo eso.

―Fue una gran hazaña que salvaras a tu sensei de ser linchado ―dijo Yuki con voz profunda. Andrea hizo otra reverencia.

―Sólo apliqué los conocimientos que mi sensei me enseñó.

―¡Ya van a empezar con sus juegos bobos! ―Haruto puso los ojos en blanco―, pero ya que entran en temas raros, mis compañeros de la facultad junto con la empresa Matsumoto estamos intentando proponer ideas nuevas para videojuegos. Tenemos toda la parte técnica, pero necesitamos de una historia central. Ustedes que conocen mucho de ficción y fantasía, ¿qué pueden recomendarnos?

―Supongo que necesitan historias libres de derechos de autor ―comentó Yuki.

Yuki y Andrea comenzaron a nombrar algunos libros antiguos que podrían ser utilizados, sin embargo, Haruto tenía en mente algo más contemporáneo.

―¿Qué tal Ushi? ―dijo Andrea mirando a Yuki.

―¿Ushi? ―Haruto frunció el entrecejo―, ¿qué novela es esa?

―No es una novela ―Yuki rio―, es una compañera del grupo de danza. Se llama Sakura, pero la apodan Ushi. Es una mangaka novata que está buscando oportunidad en Tokio. Tiene ideas muy locas pero interesantes y quizá puedan ayudarse mutuamente, tú a promover sus historias y ella cediéndolas para tu videojuego.

―Ushi… ―Haruto lo pensó unos segundos―. Está bien, ¿podrían presentarme?

Andrea hizo una llamada y la cita quedó concertada para la tarde del día siguiente. Andrea aún no terminaba de hablar cuando Yuki recibió una llamada de su padre. Su gesto se ensombreció ligeramente al escuchar lo que tenía que decirle.

―¿Pasó algo? ―preguntó Andrea.

―Mi tía Nanako ―comentó él―, tenía fuertes dolores en el estómago y fue internada en el hospital. Debo irme a casa.

―Si en algo puedo ayudar ―dijo Andrea―, sabes que cuentas conmigo.

Yuki le sonrió por toda respuesta. Le dio un beso en la frente y se retiró. Haruto miró a Andrea y casi en seguida volvió la mirada, con un gesto de incomodidad.

―¿Vamos a estar así toda la vida? ―preguntó ella. Haruto la miró de nuevo―. Sé que no ha sido fácil, pero te lo dije una vez y te lo reitero, quisiera a mi hermano de regreso. En verdad lo extraño.

―Obviamente no iba a estar con este resentimiento toda la vida ―respondió él―, pero no soy bueno manejando sentimientos… no sé cómo…

―¿Y si comienzas contándome cómo te está yendo en la universidad?

No había mucho que contar, eran pocos los cambios en la vida de Haruto. Seguía siendo el ratón de biblioteca de siempre, asediado por jovencitas de toda la universidad, todas ellas atraídas por su físico e intelecto, pero no por la persona que él era. El único cambio, quizá, era que Haruto creó un club de videojuegos en la universidad y, junto con algunos amigos de la facultad, habían creado algunos juegos.

Al día siguiente, Haruto se fue al trabajo después de clases y, a los pocos minutos de haber llegado, recibió el aviso de que la amiga de Andrea solicitaba acceso. Haruto dio la autorización, y esperó por ella en su despacho.




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