Me viste crecer, hacerme adulto, padre, me aconsejaste y alguna que otra vez no coincidimos.
Admire siempre tu dedicación y amor a la familia, tu esfuerzo, tu seguridad.
Me paralice cuando empecé a notar que tus ojos color miel se habían opacado, que tu mirada estaba perdida, tus pensamientos estaban borrosos y tu mente viajaba por el mas alla.
Aquella mujer de cabellos rubios fuerte como un roble fue arrasada por un tsunami de confusiones, de preguntas, se borró tu sonrisa, se nubló tu mirada.
Aquella Guerrera independiente se volvió una niña temerosa, narradora de historias asombrosas.
Dolorosamente me convertí en el vecino, en el mecanico, en tu padre en Juan, en luis o en quien vos digas que soy, porque ya no me reconoces y soy quien quieras que sea.
Esta cruel enfermedad que se llama Alzheimer llega sin aviso y no trae manual, simplemente se planta y te despoja de tu independencia y aquello que antes eran cosas simples se vuelven todo un desafío.
Y atrás la familia, aquella que construiste y cuidaste, aprendiendo, enseñandote lo que ya sabías.
Echo de menos que me prepares el café, y aquellas tardes que tomábamos mate junto al jardín, tu risa, tu lucides.
Elijo quedarme con eso, con los momentos alegres, con lo que me enseñaste, con tus abrazos, con tus te quieros, mientras batallo con esta dura, injusta y cruel patológica que hace que ahora sea yo quien te devuelva lo que desde niño me diste.