" Sumergirse
Desaprender lo aprendido
Reaprender.
Desahecer los nudos
Aliviar el pensamiento
Remover las carencias,
Y respirar con fuerza.
Respirar con fuerza
Porque justo en ese momento
Justo en ese momento
Hay que soltar las amarras,
Alzar las alas.
Y volar con las mariposas que nacen en el vientre
Correr tras las ovejas que nos han quitado el sueño
Y reír tan fuerte que lo repita el eco
Contar: uno, dos y tres y empezar de nuevo
Sumergirse
Desaprender lo aprendido"
Desaprender no es olvidar y borrar lo aprendido sino no ser esclavo de ello. Estaba leyendo un libro. De eso se trataba, desaprender era la palabra clave. Aceptar y dejar ir era también la forma.
No había un día que mi pensamiento no fuera hacía él. Había días que pasaba en la cama. Estuve a punto de abandonar la facultad pero arregle en mi trabajo, podría haberme hecho certificar con el medico pero para mi no era una opción.
Los días pasaban como las hojas se desprenden de un árbol en pleno otoño. Y así se fueron pasando los meses. Y seguía sin saber de él y también de mi hermano. Fui un par de veces a buscarlo pero se negaba, tanto en el trabajo como en el apartamento el portero siempre decía que no se encontraba.
A los 4 meses les dije a mis padres la verdad. No fue una tarea fácil y tampoco mentir que no los desepcioné.
Mi madre lloró tomandose el rostro con sus manos, en realidad creí que él más duro iba a ser mi padre, y así fue. No emitió palabra alguna salió bufando desde el momento en que termine de hablar. Y no me dirigió la palabra en lo que duró mi estadía en la casa de mis padres que fueron menos de 48hrs. Se fue a montar a la hora que yo debía partir.
Con mamá tuvimos hablando largo y tendido. Ella estaba dolida pero ilusionada a la vez. Quería otra cosa para mi. Pero una vida era una bendición.
Y era por mi y por mi hijo que debía salir adelante. En la ecografía salió todo bien. Me habían dado sus medidas y no dejó ver su sexualidad. Tomaba las vitaminas correspondientes.
Comencé a alimentarme más sano había olvidado lo que eran frutas y verduras. Mis comidas preferidas no eran lo mejor. Salía a caminar. Bailaba para estar más alegre, cada vez que lo hacía mi bebé se movía.
La amargura de no saber de Gabriel me perseguía en las noches al apoyar la cabeza en la almohada.A veces me erizaba pero no era del frío sino de la soledad. Había una posibilidad muy grande que mi hijo creciera sin padre. Estaba sola para luchar. Me parecía increíble que no hubiese hecho contacto o que no pensara en mi. No entendía como una persona te podía entregar todo en un día y al otro desaparecer.
Comencé a comprar pequeñas cosas de colores unisex, no quería que pasará el tiempo y no tener nada.
Siempre froté mi panza y le hablaba aunque no me fuera a contestar, amor no le iba a faltar. Comenzó a moverse cada vez más cuando comía chocolate. Dicen que eso los pone eléctrico pero era mi perdición.
Como siempre mi mente y mi corazón guardaba una gran parte de esperanza de que todo volviera a la normalidad, de que fuera como antes donde los tres conviviamos sin problema alguno. No lo culpaba del todo a él, yo también tenía la mitad de la culpa. Tal vez si nos hubiesemos manejado de otra forma, tal vez todo hubiese sido dieferente. Pero no podía quedarme con el tal vez. Las cosas eran como estaban en el momento. Debía soltar a Gabriel y reconocer que todo había termianado pero mi mente, mi corazón y mi alma no me ayudaban. No era un capricho. Debía agradecer por lo que tenía, por lo que había vivido y quedarme con las cosas lindas y hacer un tabú con lo otro. Tomarlo como decían Timón y Pumba, Hakuna mattata, sin preocupaciones. Vivir sin lamentarme y siempre mirando hacía adelante y viviendo el día a día. Apoyarme en los que me rodeaban y me querían, olvidarme de los que habían quedado atrás. Tenía que ser más egoísta y preocuparme por lo que tenía ahora. Por lo que iba a iluminar mis días cada mañana y acostarme con una sonrisa cada noche. Disfrutar cada momento como si fuera el único y el último. Debía quedarme con las experiencias. No voy a negar que tenía miedo, yo soy apenas una niña de 18 con otro en formación, pero juro luchar siempre por su felicidad que es a partir de hace un tiempo mi prioridad. Porque mis aciertos en la vida me dejaron donde estoy y mis errores me enseñaron por donde ir.
Ahora abrazando mi dolor, resistiendo aquí por mi hijo juro volverme casí de hierro. Fría como el hielo para el que no me conoce.
La nueva estación había llegado, las golondrinas revoloteaban de un lado a otro, así como florecían las plantas y coloreaban todo alrededor. Y así como pasaba el tiempo mi panza creció. Había aumentado más de lo deseado pero no era una preocupación. Ya sabía hace un mes que iba a ser mamá de una nena y explotaba de la felicidad. Siempre me imaginaba como sería. Me costó un tiempo decidir como llamarla. Y como era lo que me iluminaba y de solo pensar en ella sonreía de oreja a oreja. Hasta que inventando y congujando decidí por Luciara. Natalia sería su madrina. Me habia ayudado pila y me había regalado desde su hermosa cuna de madera hasta el coche para salir. Estaba más ansiosa que yo de a ratos. Babeaba continuamente. Y pensar en mi hija me llevo a pensar menos en Gabriel.
Salvé las materias que debia salvar aunque habían quedado otras para atrás. Me sentía orgullosa de mi misma y de las metas obtenidas.
Estaba en el último mes de embarazo y comenzaba a impacientarme y a ponerme nerviosa. Para mi fue el mes que paso más lento.
Ese día me sentí extraña era rara la sensación no sabía como explicarlo. Como estaba de antojo obvio que hice una torta de choco. Y me sentí tan llena que debía reposar un rato. Cuando decidí levantarme creí que me había orinado, ya que un liquido tibio corría por mi entrepierna y no lo podía contener.