Serendipia

PRÓLOGO

Advertencia

*Querido lector, esta historia contiene datos sobre una enfermedad que muchos podrían padecerla, la cual es el asma. Como escritora he investigado sobre el tema, pero solo por motivos de la historia habrá datos e información que son irreales, solo parte de la trama. Así como medicamentos y síntomas que solo se adecuaran al personaje.

Habiendo advertido sobre esto, ¡Disfruta de la historia!*

MADDIE

No conocía lo que era amistad, no sabía lo que se sentía o como se veía. No hasta que lo conocí, hasta que conocí a Ethan Murphy. Creo que nadie se había preocupado por mí al nivel de mis padres y mi hermana, pero él fue distinto. Y no, mi historia no tratará del amor entre mejores amigos, será algo más grande, más fuerte, más intenso, más emocionante y, sobre todo, más doloroso. Aún recordaba el preciso momento en el cual la mirada de mi mejor amigo y la mía se encontraron. Yo tenía siete años para ese entonces, al igual que él. Me estaba mudando a otro lado de Chicago, todo debido a la muerte de la querida señora Kiki, nuestra gata.

–¿Me pueden repetir por qué tenemos que vivir aquí? – Melody preguntó soltando un puchero a la vez que subía sus piernas al asiento del coche de papá.

–Porque es muy amplio, estamos en buen lugar, y además es muy bonita. Es la casa de nuestros sueños– respondió mamá super hiper emocionada.

Fruncí mi ceño, se suponía que veníamos a vivir aquí porque la señora Kiki había muerto y yo no podía seguir durmiendo en mi pequeña habitación, ya que muchos recuerdos de mi querida gata volvían a mi mente de infante.

–Estábamos bien en la otra casa– protestó mi hermana mayor. Sonreí al ver el mechón rosa que llevaba. Papá la había castigado varias semanas por haberse teñido el cabello. Aun no comprendía la necesidad de hacerlo. En fin, adolescentes.

–Melody, por favor – intervino papá mirándola por el espejo retrovisor.

–Es que, solo mira la cara de Madd, se nota que ni ella quiere vivir aquí– respondió metiendo la mano en la bolsa de papitas que tenía sosteniendo. 

–¡Yo no he dicho nada! – respondí indignada, Melody creía que por tener catorce años sabía perfectamente lo que yo sentía y no era así. Esa chica estaba muy mal, muy mal, ah y equivocada. Quería ver mi puño en su cara con acné.

–¡Venga ya, Madd! Tienes que estar de mi lado– dijo mirándome de malas mientras se cruzaba de brazos y me tendía la bolsa de papitas, estiré la mía dentro de esta y mi sorpresa fue grande al notar que no tenía nada. Ella estalló en carcajadas. Siempre me hacía eso.  Así que, antes de que la golpee super fuerte me incliné hacía adelante entre el asiento del conductor y el copiloto

–¿Ya llegamos? – Mamá se giró y tomó mi rostro en sus manos.

–Ya estamos entrando en nuestra calle, Maddie – respondió apretando mis cachetes, una manía que tenía con mi cara.

–¡Llegamos! Hogar dulce hogar– anunció papi. Miré por la ventana y una casa grande –más de la que teníamos– estaba frente a nuestro coche. Era completamente blanco, demasiado. Tenía unas grandes ventanas, esas eran las más llamativas. Supongo.

–Bueeeeno, ahora entiendo por qué quisieron venir a vivir aquí– dijo mi hermana bajando del coche rápidamente, yo bajé en su tras. Camine por detrás del auto y me fije en la casa del costado, también era blanca, y grande. Pero algo más llamó mi atención, había un niño, no más grande que yo. En ese instante recordé las palabras de mamá: Tienes que hacer nuevos amigos, mi amor.

Ese niño de cabellos levantados sería buena opción, por eso crucé el césped de mi casa y me acerqué hasta su patio.

–Hola– dije observando lo que hacía, jugaba con sus carritos y un poco de arena. Saltó en su sitio y levantó su mirada, e inmediatamente me miró mal.

–¿Hola? – preguntó mirando a todas partes. Bien, fue incómodo. Ahora que lo pienso Ethan no fue tan amiguero en ese entonces como pensé que lo sería.

–Soy Maddie– me presenté de manera apresurada y le tendí mi mano, la cual estaba llena de pulseras.

–¿Vivirás ahí? – preguntó sin tomar importancia a lo que dije antes. Dejé caer mi brazo e hice un mohín.

–Sí, mi gata murió y ahora viviremos aquí.

–¿Y qué tiene que ver tu gata? – preguntó examinándome con la mirada. Ahora que estaba de pie podía darme cuenta lo pequeño que era.

–La extraño y.

–Y siempre la recuerdas en la otra casa– terminó por mí. Asentí dándole la razón.

Fruncí el ceño y me tapé la cara con la mano, era tarde y el sol estaba bastante fuerte, y nos daba en toda la cara. Es ahí donde pude ver con detenimiento el color de ojos del niño, eran marrones, pero con el sol se tornaban un color bien claro.

–¿Qué color son tus ojos? – pregunté extrañada. Era la primera vez que veía algo así en los ojos de alguien.

Me miró confundido, pero una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.

–Puess, morados– respondió volviendo a dejar sus carros en el suelo.

–Parecen amarillos– dije soltando una carcajada sin razón y me senté en el césped.




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