Sherry London (sin editar) Nanowrimo 2018

Masacre en la fraternidad de mujeres

 

La masacre de la fraternidad de mujeres

Salvaje… Sólo así podía describir la escena ante la cual me encontraba. A mi lado, una cabeza humana rodando, alguien debió de haberla golpeado por accidente. Junto a ella reposaba el cuerpo de una joven desnuda, de no más de 20 abriles. Su cabello negro se encontraba reposando sobre un charco de sangre, y sus manos y pies le habían sido amputados. A la par suya, otro cadáver mutilado, y junto a ese, otro más. En total, diez mujeres desnudas, violadas, asesinadas y salvajemente cercenadas yacían en aquel horripilante escenario. Los medios lo describieron como el peor crimen jamás visto en toda la historia de Londres.

 

OJO: DESCRIBIR CABEZA

 

Para ese año, 1941, yo ya había atendido muchas escenas de crimen; asesinatos, violaciones, muertes, robos, atracos, no eran inusuales en mi labor como detective. Pero esa era totalmente distinta a todo lo que había visto en mis 20 años de investigador: nunca me había encontrado con tanto salvajismo, brutalidad y carencia total de sentimientos a la hora de asesinar a tantas personas. Las chicas no eran mayores de 25 años, «¿quién podría tener algo contra ellas para matarlas de esa forma? –pensé mientras realizaba mis pesquisas–. Pues ahora me corresponde averiguarlo».

El acontecimiento fue registrado como una masacre aislada. El teniente Fergel me había asignado el caso, y me ordenó que encontrara a toda costa el responsable, creyendo que se trataba de un incidente inusitado y que no iba a repetirse si se alertaba a la población sobre algunas cuantas medidas de seguridad para evitar que algo así se repitiera. Pero mi instinto me decía que había algo más, «¿qué tanto planeamiento se requería para entrar a una universidad en el centro de la capital, llegar hasta la fraternidad de mujeres sin que nadie lo notara, y asesinar a 10 personas de esta forma, sin llamar la atención, sin hacer ruido y sin que ellas se despertaran?». Todas las dudas caían hacia mí como un torrente de incertidumbre.

Pero Fergel, el imbécil de mi jefe, había sido muy claro conmigo: necesitaba un nombre, alguien a quién culpar, rápido, para sacarse de encima a la prensa y poder seguir en su trabajo habitual (que era prácticamente no hacer nada).

Fergel era un gordo cabezón, con el cerebro totalmente hueco y que escupía cascadas de saliva al hablar, alguien a quien no le importaba nada más que él mismo. Ni siquiera tenía las credenciales necesarias para haber sido ascendido a teniente, pero utilizó su influencia como cuñado del ministro de Londres para ser asignado a ese puesto. Su pésima administración de la fuerza pública había hecho de la ciudad una de las más inseguras del Reino Unido, y el ministro lo acababa de amenazar con removerlo de su posición actual si no lograba resolver este crimen. Por más que fuera familia, este incidente era la gota que había derramado el vaso, y, con el resto del mundo en guerra y el país preparándose para un enfrentamiento con Alemania, el ministro no podía permitirse que pensaran que era más seguro la misma guerra que estar en su ciudad; y, además, aunque yo lo odiaba con todas mis fuerzas, no podía hacer nada más que obedecer sus órdenes si quería seguir en mi trabajo.

– Lemont, tienes una llamada. –me indicó mi compañero.

– ¿De dónde me están llamando, si aquí no hay teléfonos? –respondí con desconfianza.

– Del teléfono de la fraternidad.

«No puede ser –me dije en mis adentros–. ¿quién puede ser tan estúpido de llamarme justo al teléfono de la escena del crimen? Esto va a alterar no sólo el registro de llamadas, sino también cualquier evidencia que pueda haber en el mismo teléfono».

Caminé con cuidado alrededor de la sala, evitando extremidades troceadas, ciénagas de sangre esparcidas por todo el suelo y las sábanas blancas que cubrían lo que podían del torso de las víctimas, y maniobrando para poder contestar la llamada, pasando desde el final de la sala, al lado de la chimenea, hasta un lado de la puerta principal donde estaba el teléfono, debajo de las escaleras.

Contesté el teléfono y, tal como me la imaginaba, era una llamada de la única persona que creía tan inepta como para telefonearme en el lugar del asesinato.

– Lemont, ¿qué tienes? Dime que ya sabes quién lo hizo. –me preguntó con extrema sandez mi jefe Fergel.

– No señor, aún no. Ya examiné los cadáveres y tomé fotos. El equipo de pesquisa está recolectando las evidencias y esperamos pronto…

– ¡Lemont! El ministro está encima mío y quiere datos concretos, ¡no fotos ni dedos de putas! Tres días tienes para arrestar a alguien por este crimen, o pierdes tu trabajo de policía.



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En el texto hay: misterio, crimen, suspenso

Editado: 10.11.2018

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