Caminamos en la oscuridad, el sonido del viento contra los árboles me espantaba, sentía que alguien nos seguía. No sabía a dónde nos dirigíamos.
La noche no estaba a nuestro favor pues comenzó a llover, el agua estaba hirviendo y lastimaba nuestra piel. De un momento a otro, Jenay se detuvo y choqué contra su espalda, miré por encima de su hombro y frente a nosotros había una gran montaña de roca. Miré alrededor y no había ninguna entrada, el ancho de la montaña era de más de cien metros, al igual que su altura.
—¿Estás seguro que es aquí? —miré al elfo. Estábamos al aire libre, sintiendo la presencia de seres queriéndonos atacar, expuestos a cualquier situación. Jenay estaba frustrado, recostó sus manos en la montaña y bajó su mirada hacia el suelo.
—Se supone que es aquí —expresó el elfo confundido.
—¿Qué vamos a hacer? —mi vista se dirigió a Jenay.
—¡No lo sé Shira, no lo sé! —Gritó golpeando la roca con las manos, con todas sus fuerzas y parecía que no sentía dolor. Me quedé en silencio. Apoyó su cabeza sobre la roca y me di cuenta aún estando detrás de él, que un par de lágrimas corrieron por sus mejillas, en ese mismo momento la roca se echó hacia atrás, haciendo que Jenay levantara la mirada y unos extraños jeroglíficos se formaron en el lugar en que se apoyó él.
—¿Qué dice? —la especialidad de Jenay es leer estos tipos de símbolos así que no me preocupó tanto decir esto.
Secó sus lágrimas y observó detenidamente, algo forzado puesto que sólo tenía la luz de La Luna para leer
—Pureza. Sangre. Inmaculado. Muerte. Es lo único que puedo entender pero no se qué significa.
—Tal vez se refiere a que te limpiará. —expresó Elioth.
—Es imposible, esto es un candado, necesitamos encontrar la llave -se quedó en silencio unos minutos, pensando profundamente. Después de un rato, abrió sus ojos tan fuertes que parecía que tenía una maravillosa idea, me miró inmediatamente y supe que tenía que ver conmigo —Shira... Tu padre fue un ángel ¿Cierto?
—Sí —respondí dudosa, ni siquiera estaba segura de eso. Jenay hablaba consigo mismo en voz baja.
—Finges que vienes de la oscuridad, pero tu alma, sangre, a la luz siempre le pertenecerá, ángel.
—¿Que dices? —pregunté confundida. Se movió tan rápido para mirarme otra vez, que casi me da un infarto.
—Shira, dame tu sangre. —El elfo miraba toda la escena en silencio.
—¿Qué? —di varios pasos atrás y saqué la espada— te atreves a tocarme y...
—Eres hija de un ángel Shira, la sangre de un ángel corre por tus venas, tu instinto es salvar a los buenos, por eso me salvaste. Necesito tu sangre para abrir esta puerta porque tu sangre es limpia, debes confiar en mí, tú puedes ayudar a salvarme. —pensé un momento en sus palabras, asentí y volví la espada en su lugar.
—Si tu plan fracasa, yo misma usaré tu sangre para bañarme —entonces Jenay sacó un cuchillo pequeño y afilado.
—Dame tu mano. —abrí la palma de mi mano derecha y él inmediatamente la dividió en dos, grité tan fuerte que caí de rodillas frente a él. Obligó a que me pusiera de pie. —vamos Shira nos escucharon— entonces pegó mi mano sobre los jeroglíficos y mi sangre se deslizó por las líneas que entrelazaban un dibujo con otro, al mismo tiempo que, mi sangre caía en el suelo. En ese mismo momento, mi sangre se transformo en una luz blanca que hizo brillar con gran potencia los jeroglíficos y la roca comenzó a cuartearse lentamente, y a esa misma velocidad se abrió. Jenay completamente perplejo, me cargó y entró rápidamente pues sabía que los seres oscuros estaban muy cerca. Elioth le siguió con una espada entre sus manos.
Ya dentro Jenay me bajó de su hombro y observé el lugar sentada en el suelo. La entrada se cerró y se selló tal y como antes, el lugar era una cueva que había sido habitada, había cuatro columnas frente a nosotros, el lugar parecía ser un antiguo templo y en el fondo había un castillo.
—No hay nadie —fue lo único que salió de mi boca, y las repeticiones de mis palabras resonaron en el lugar. Jenay me miró, y en su rostro pude notar que aún no asimilaba lo que había pasado.
—Entonces sí eres hija de un ángel Shira. —No supe qué decir, miré mi manó y abrí la palma lentamente, seguía sangrando, pero lo único que pensaba es que la sangre de un ángel corría por mis venas. Jenay interrumpió mis pensamientos— Vamos al castillo Shira, tal vez encontremos algo —se acercó a mí para ayudarme pero antes de que me agarrara ya me había puesto de pie.
—¡No puede ser! —Habló el elfo después de un rato. Como si hubiera salido de un shock.—¡Eres un ángel, el último ángel que queda en tu especie! —Saltó de la emoción y un aura blanca salía de su cuerpo por la felicidad. Ahí me di cuenta que tenía poderes—, bueno, mitad ángel —dijo ya sin ánimo—, y no tienes alas, ni poderes, y menos a alguien que proteger.