Jueves 16 de febrero 2023
8:05 am
Odette
Saliendo del área de neurología emprendo el paso hacia mi oficina, entro al elevador y tanteo el botón del piso al que me dirijo, poco después de oprimirlo y las puertas comiencen a cerrarse, una mano se interpone entre estas impidiendo que ejecuten su función. La dueña de la mano toma lugar dentro del elevador y cuando me reconoce adopta una cara de enojo que me hace dar un paso en dirección opuesta a ella.
—¿Hola? – Es lo único que se me ocurre decirle para alivianar la tensión creada.
—¿Hola? ¿Es todo lo que vas a decir?
Joana parece indignada, pero sinceramente no sé qué es lo que espera que diga.
—¿Te ves muy bien hoy?
Respuesta equivocada.
—¡Eres el colmo! No he sabido nada de ti desde antier, ¿sabes lo preocupada que estaba? Y no fuiste para responder si quiera mis mensajes. Y ahora solo apareces como si nada hubiera pasado y me dices un “Hola”.
—Yo lo lamento, vi tus mensajes, pero en ese momento no tenía cabeza para responderlos, lamento haberte preocupado.
—Sabes, no bastará con una disculpa. Cuéntame ¿que fue tan importante como para que desaparecieras todo un día?
Lo mismo me pregunto.
—Es… complicado.
—¿Complicado ¿Eso es todo lo que me vas a decir?
—No hay mucho que decir sinceramente.
—Okey.
Ambas nos quedamos en silencio hasta que una tercera voz rompe la burbuja de incomodidad.
—¿Y a qué piso van?
Me giro de inmediato a la anciana que está en la esquina del elevador a lado de la consola de botones. Ni siquiera noté cuando se subió, ni mucho menos que estuvo escuchando nuestra discusión todo este tiempo. Pero ahí está, con una sonrisa – algo aterradora – en la cara.
—Al quinto piso. – Soy yo la que responde.
La anciana oprime el quinto piso y el ascensor se pone en marcha mientras ella se coloca entra Joana y yo. Es muy pequeña que cuando vuelve a hablar debo agachar la cabeza para oírla.
—Una vez yo tuve una amiga, éramos como uña y mugre, hacíamos todo juntas. Un día ella se fue de vacaciones a la Provincia Superior y yo me quedé aquí en Holliway, me dio mucho gusto que ella saliera de aquí porque no muchas personas lo consiguen. Hablábamos cada que podíamos y me contaba cómo le iba, lo que descubría y yo la escuchaba felizmente, pero en el fondo añoraba con ansias su regreso. Una noche me marcó por teléfono y me dijo que no quería volver aquí, que se había enamorado del lugar y que había encontrado un trabajo de guía en uno de las estatuas más emblemáticas de ahí, yo me enojé por su decisión, creía que me estaba abandonando y discutimos, al final yo le colgué porque me sentía herida.
«El día siguiente seguía enojada e ignoré su llamada cuando me marcó, fue la peor decisión que he tomado en mi vida. Después de un rato pasó un anuncio en el televisor de la cafetería en que trabajaba donde reportaban que el lugar donde ella estaba había colapsado, fue un ataque terrorista.»
Joana y yo nos miramos al mismo tiempo para comprobar que habíamos escuchado lo mismo. Yo solo podía preguntarme si se trataba del mismo incidente en el que pensaba.
Joana fue la valiente que se atrevió a preguntar.
—¿Se refiere al atentado en The Royal Court Lady?
—Ese mismo.
—¿Y qué pasó después? – Pregunta Joana. refiriéndose de una sutil manera a si ella murió.
—Ella alcanzó a salir a tiempo, vengo a visitarla de hecho, desde que le amputaron una pierna ni ella misma se aguanta. – Comentó la anciana con un dejo de diversión.
—¿Perdió una pierna en el atentado? – Exclamé asustada ante la idea.
—¿Qué? Oh no, no. Fue por diabetes. Ella culpa a ese día, dice que la orilló a refugiarse en la comida chatarra, pero ambas sabemos que no es así.
Las puertas del elevador se abren en el piso cinco y las tres salimos al mismo paso, antes de que nuestros caminos se separen la anciana dice una última cosa:
—El punto es que, cuando damos por perdido algo es cuando notamos que siempre estuvo con nosotros, y es la culpa o el miedo lo que nos hace poder empezar a apreciarlo, incluyendo a las personas. Katy tuvo que vivir ese trágico día para darme cuenta que no importa lo lejos que estemos, lo que importa es el cariño que nos tenemos. No esperen a que sea demasiado tarde para arreglar las cosas porque al final ningún problema es tan grande si ambas están dispuestas a quererse y apoyarse en medio de la dificultad.
Dicho eso la anciana se da media vuelta y sigue su camino, mientras Joana y yo nos quedamos en el mismo sitio.
Joana es más que una amiga para mí, es la única persona por la que me he sentido amada desde que murieron mis padres y después mi hija. La conozco desde la universidad y ambas hemos prácticamente madurado juntas. Ella sabe todo lo que me costó seguir y yo sé todo lo que se ha esforzado. Me da miedo pensar que si le cuento lo que ha pasado la involucre en algo grande que ni siquiera tengo en cuenta, no solo se trata del miedo de perderla, es más el pánico que tengo de que se pierda a ella misma y eso es algo que me sobrepasa.
—Pedí mi renuncia.
Fue todo lo que dijo. Tres simples palabras bastaron para afectar mi tranquilidad.
—¿Qué dices?
—Te lo iba a decir en nuestra salida, pero tú nunca apareciste.
—¿De qué salida hablas?
Ella suelta una risa ronca sin nada de diversión.
—Vez ahí está de nuevo. La salida que había planeado, te lo dije el martes y el miércoles tu no apareciste. Te esperamos por más de dos horas.
—¿Esperamos? ¿A quiénes te refieres?
Parece sorprendida de la pregunta, como si su intención no fue decir esa palabra.
—Para eso era también esa cita, para explicarte todo. Conocí a alguien.
Editado: 21.11.2022