Bouquet.
¿Cómo dejé que todo llegara tan lejos? Se supone que no pasaría de la fiesta de compromiso. No puedo hacerlo. No quiero hacerlo. ¿Vivir una vida juntos? Eso quiere decir… un ¿siempre? ¡Oh, no! ¿Por el resto de nuestras vidas? Ni hablar. Aún soy joven, tengo veintitrés años, no quiero pasar mis próximos años atada a alguien.
—Bouquet
Levanto la cabeza y veo a Paolo Materazzi, el responsable de la organización de mi boda. He tenido que aguantarlo dos meses seguidos y ya no lo soporto. El día de hoy, no me ha dejado ni un minuto sola y no lo hace porque sienta un poquito de aprecio hacia mí, a él solo le interesa que la prensa alabe su prodigioso trabajo como el ‘mejor’ planificador de bodas, de mi boda.
—¿Qué quieres Paolo?— digo en un quejido. Me frustra verlo
—¡mi niña!— me habla con su voz afeminada que lo hace tan natural. Sí, es gay. —¿pero qué haces ahí sentada?— antes de poder levantarme, él me sujeta de los brazos y me pone de pie
—Paolo, déjame unos minutos sola, por favor
¡fuera, largo!
Retrocede un par de pasos. ¡Por fin! Junta sus manos como si rezara y me sonríe abiertamente—Dios mío…. tu vestido es precioso, ya quisiera casarme vistiendo uno así
—¡Paolo!— él ni si quiera escucha lo que le digo
—¿decías algo, cariño?— deja de ver mi vestido y se concentra en mi rostro —¡amo tu maquillaje!
—¡ya! ¡ya basta!— levanto mis manos. Joder, estoy tan nerviosa
—Bouquet, tranquila, todo estará bien— Paolo da una palmadita en mi hombro descubierto — venía a decirte que nos vamos en diez minutos— me dice antes de salir de la habitación
Parpadeo un par de veces. Hoy, 23 de junio, y en diez minutos, estaré diciendo en el altar ‘Sí, acepto’, tendré un anillo de matrimonio en mi dedo anular, que será el símbolo de que estaría con la persona que escogí para el resto de mi vida. Maldición. Empiezo a caminar en círculos, mis piernas tiemblan como gelatina al igual que mis manos.
Mierda, ¿por qué es tan difícil?
—señorita, Hamilton— Me detengo y veo a la puerta. Un hombre vestido de traje oscuro entra a mi habitación. ¿Es que nadie respeta mi privacidad? ¡Soy la novia!— soy el chofer que la llevará a la iglesia, es hora de irnos
¡No! ¡Y mil veces, no!
Se supone que es el día más feliz de mi vida, debería tener una sonrisa plasmada en el rostro, ese brillo en los ojos que todas las novias tienen cuando están a minutos de casarse. Pero no estoy así. Todo lo contrario, siento como si fuese a la horca. ¡A la horca!
—será la boda del año, Bouquet— me dice Paolo cuando ya la limosina está en marcha— el hotel… oh, cariño, ha quedado todo un *edén
No digo nada, dejo que Paolo siga parloteando de lo bien que ha organizado mi boda. Veo todo el paisaje oscuro a través de la ventanilla polarizada de la limosina. Mis ojos me arden y es que lágrimas se acumulan en ellos. Una cae y la limpio rápido. Estoy tan asustada.
—¿mi madre?— le pregunto a Paolo
—está adentro con tus futuros suegros— mi estómago se revuelve —te entregaré yo, cariño— ¡genial! El organizador de mi boda, me entregará en el altar ¡genial!
Paolo sale de la limosina y luego la puerta de mi lado se abre y él me extiende la mano. Salgo con su ayuda. Al salir escucho gritos y aplausos. Sujeto a Paolo del brazo y empiezo a caminar hacia la entrada de la gran Catedral de San Patricio, de New York. Todos los ojos se posan en mí. La música empieza a sonar acompañando mis pasos. Entro a la iglesia… todos nos miran. En el altar está el padre y a un lado… mi novio, mi futuro esposo.
¿Qué esperas? ¡Huye, de una vez!
Mis piernas se debilitan. No quiero, no puedo. Si llego a ese altar ya no habrá escapatoria. Si el padre me pregunta ¡no sabré que responder! El amor no significa un contrato de matrimonio. No quiero compartir mi vida con alguien más. No podría. Me detengo en seco.
—¿qué pasa?— Paolo me mira espantado. Miro alrededor, todos están igual que él. Conecto miradas con mi madre, me frunce el ceño y hace una mueca con los labios, indicándome que siga caminando— Bouquet… — escucho de nuevo su voz
Suelto su brazo y dejo caer el bouquet de rosas blancas de mi otra mano. Las rosas se maltratan y uno que otro pétalo sale del arreglo. Respiro agitadamente como si hubiese estado en una maratón. Levanto la mirada, todos me ven espantados. Y veo a mi novio, bajar los pequeños escalones del altar.
Paolo me sujeta del brazo y finge una sonrisa al hablar —¿Qué crees que estás haciendo?
Regreso la mirada a mi novio. No puedo. ¡Tengo mucho miedo! ¿Acaso nadie me comprende?— lo siento…
Me libero de Paolo y sin perder más tiempo salgo de la iglesia por el mismo corredor por donde había entrado hace unos segundos. Escucho gritos y murmullos de las personas, pero no me detengo y sigo corriendo.
“Dios mío, ayúdame” ruego en mi interior.
Logro salir de la Catedral y corro hacia el lado derecho. Sigo corriendo. Ni si quiera sé a dónde voy. ¿Y si me alcanzan? Corro más, sin importarme las miradas extrañas de las personas que caminan de lo normal por la 5 Av.
—¡la novia se escapa!— escucho el grito de una mujer
Tropiezo y voy directo contra el suelo, duro y frío. ¡Estoy loca! ¡Acabo de dejar a mi novio en pleno altar! – señorita…— veo los zapatos de un hombre, levanto la mirada— déjeme ayudarla
—¡Bouquet!— el grito de mi madre me sobresalta, me sujeto del señor que acaba de ayudarme y mis ojos enfocan todos los lados…. ¿a dónde voy?