Robert.
La veo salir sin si quiera decirme nada. Lo que me faltaba, ahora ha malentendido mis palabras. ¿Por qué las mujeres son tan complicadas? Me cruzo de brazos. Esa mujer tiene un carácter que me exaspera.
—¿qué pasó Robert? — dejo de ver la puerta por dónde ella ha desaparecido y veo a Phill. Tiene esa mirada acusadora que siempre usa al momento de retarme como cuando era un niño — ¿qué le hiciste?
—¿qué? — ahora yo soy el malo. Increíble —yo no le hice nada— me defiendo
—¿y por nada esa muchacha estaba a punto de llorar? — frunzo el ceño ¿a punto de llorar? — algo debiste decirle o hacerle para que se pusiera de esa forma
—¿qué se supone que debo…
Phill y su mirada. Mierda.
Aprieto los labios y a mala voluntad salgo de la tienda. Veo a los lados, y no la encuentro. No pudo caminar tan rápido. ¿Abra regresado al apartamento? ¿Y si ya no la vuelvo a ver? La idea de no volver a verla, es algo… que no me agrada.
—disculpe— detengo a una señora que tiene un par de bolsas en cada mano —¿ha visto a una señorita?
—joven— se ríe con gracia —en Brooklyn hay muchas señoritas
Qué vergüenza. Me ha llamado idiota. Suspiro
—es rubia, piel blanca, ojos verdes.. —describo su ropa— lleva una camisa de hombre blanca… —la mujer me mira como si fuera un pervertido —es mía—digo a la defensiva.
Arquea una ceja mientras sonríe ¿qué?
— me refiero a la camisa — aclaro
Me señala la esquina de la calle donde estamos — la vi allá, esperaba un taxi, creo
¿Un taxi?
—muchas gracias— me apresuro a correr para alcanzarla
—¡y ya no peleen, campeón! — ¿de dónde sacó el campeón? que señora para más extraña
Parece que estoy en una maratón. Mi corazón late a mil y mi respiración es entrecortada. Viviana… Viviana… Me detengo cuando llego a la esquina. Por estas calles no hay muchos autos. ¿A dónde fue? Veo a la izquierda, nada.
—¿dónde te metiste? — reniego conmigo mismo. Paso ambas manos por mi cabello
Miro alrededor, pero es inútil. Hay parejas caminando de las manos, mujeres que pasean a sus perros con su correa, niños con sus papás, pero de ella nada.
Doy vuelta en dirección a la otra calle y es allí donde la veo. Suelto un suspiro largo. Quizá no empezamos de la mejor manera, pero me iba a sentir muy mal si algo le pasaba, está sola en Brooklyn.
Camino hacia ella. La veo sentada en el último escalón de una de las casas. Está triste, pensativa. ¿Quién ocupará sus pensamientos? ¿quién?
Sus manos se mueven inquietas, mira al cielo y mueve los labios al decir algo, que no logro comprender.
—Viviana— digo cuando estoy a su lado
—¿qué haces aquí? pensé que estarías con Phill—evita mirarme
—ven, vamos a la casa— extiendo mi mano
Se pone de pie sin contestar mi pregunta. Mira mi mano extendida —regresaré a Manhattan
¿Qué? ¿Cómo qué regresar?
—no puedes hacerlo
—Robert, no voy a pretender algo que no soy ¿a quién engaño? — me mira y me percato que sus mejillas estás húmedas y sus ojos algo hinchados. Estuvo llorando — yo… — su labio inferior empieza a temblar y no termina de hablar.
Me acerco a ella y me atrevo a abrazarla. Para mi sorpresa ella no dice nada, solo llora y llora más — no sé qué hacer
—Viviana— acaricio su cabello rubio
—no sabes lo que he tenido que pasar… — habla contra la tela de mi camisa —sé que no te agrado y no te culpo, es… es mejor regresar, no debí huir de mi vida… debí quedarme y obedecer
No entiendo nada de lo que dice ¿obedecer a quién? ¿a su novio?
—no sé de qué hablas, pero vamos— alejo un poco su rostro. Oh vaya, sus ojos verdes siguen cristalizados — vamos a la casa y allá me cuentas ¿sí?
Sorbe por la nariz y seca sus mejillas —deberías decir mi casa, es tuya, no mía
Es cierto.
—ahora vives ahí, vamos
De la mano tengo que llevarla hasta el apartamento. Ella no dice ni una palabra, pero sé que está incómoda. Viviana puede ser un dolor de cabeza, más bien, lo es. Cuando la vi con su vestido de novia, allí, golpeando la ventanilla del auto supe que era un dolor de cabeza. Y no me quedó más que traerla conmigo.
Pero ella no tiene la culpa de haberse topado conmigo y menos ese día tan jodido.
—¿para qué querías los cd? — me pregunta de repente
—trabajo— subimos los escalones de la entrada del edificio y entramos
—¿haces música? — dice emocionada
Sonrío. Ella puede ser un bonito dolor de cabeza
—no, ahora muévete— camino hasta las escaleras y la arrastro conmigo. La miro por el rabillo del ojo, no dice nada respecto al ascensor. Veo que le cuesta, se agita rápido, estamos recién en el quinto piso y ella ya está cansada —¿quieres ir por el ascensor? — pregunto
—¡no! — suelta mi mano y niega efusivamente —no vuelvo a subirme a ese ascensor
—¿por qué? — curioseo
Duda en responderme pero al final no lo hace. Llegamos al apartamento, abro la puerta y entramos. Viviana se sienta en el sofá de la sala y se mira las balerinas que trae puesta.
Dejo los cd en el mueble que está al lado de la puerta
—cambiaste mis planes— murmuro. Viviana me mira. Al ver las balerinas, se me ocurre algo — ¿has jugado twister?
—¿qué cosa? — Dios mío, esta mujer no ha tenido infancia. Retengo una sonrisa y algún comentario burlón