Aún lograba sentir que sus húmedos labios acariciando mi delicada piel, aquella que desata una insuficiencia de pensamientos claros. Toda esta situación me enloquecía a tal punto de querer estudiar cada detalle de las facciones de su boca. Todo se nubla en mi cabeza, todo esto es como una especie de amnesia. Cierro mis ojos y sus pequeños detalles hacen que ese instante se convierta en algo tangible, sin fronteras.
—Lo siento —Susurró, haciendo que todo se paralizara por segundos hasta caer de golpe en el aire. Abrí los ojos, quedándome sin palabras, tratando de explicarme qué fue esto—. No puedo ocasionarle más daño.
Sus palabras dejaron un vacío en mi interior como su silencio que fue el agujero que necesite para caer. Bajé la cabeza sintiéndome más torpe que nunca. Mis ojos de por sí retuvieron las lágrimas por un corto tiempo, porque no hallaron la manera de conservarlas. Sus palabras llegaron como una puñalada en el corazón... todo fue tan imprevisto.
—Créeme, ya es tarde... El daño está hecho —Susurré con el nudo en la garganta. Fue difícil respirar cuando lo recordaba todo como una ráfaga de viento. Aquellos recuerdos que me hicieron volver abrir los ojos a la realidad que vivía—. Esto no debió pasar, olvídalo.
Me quedé suspendida en la ventanilla del auto. Sentía que ya no quedaba más dentro de mí. Todo fue un error que nunca debí cometer y que hasta hoy está cobrando mi dolor. Aunque esté a solo un metro de mí, no logro subsistir sin su cercanía. Puedo parecer un tanto fuerte y vacía, pero por dentro estoy más que destruida y su contigüidad logra que esa herida se agrande aún más. Todo se agazapa en un revoltijo de emociones encontradas, que hasta mis sollozos me delataban. Él podía perfectamente estar a centímetros de mí, pero no hacía nada para reconfortarme.
—Ella debe... —Volteé y sus ojos vidriosos me miraban con lástima.
—¿Ella qué, Derek? —Pregunté y no hubo respuesta alguna de parte de él—. Mejor duerme no recordaras nada, solo duerme.
—Mejor es perderse en la miseria.
Escucharlo decir eso para luego bajar la vista, me descolocó. ¿Por qué sigue diciéndome cosas inconclusas? Intenté descifrar cada punto de su manera de ser y llego a nada. Al final todo lo que había planteado fue abruptamente interrumpido por James, quien, con una sonrisa en el rostro, ingresó al auto. No pronuncié ninguna que palabra que no fuese mi dirección. James tampoco dijo nada, por lo cual agradecí por interno. Todo era un silencio eterno que me dejaba a la deriva, mi lugar favorito hasta este momento.
—¿Segura que estarás bien? —Me preguntó James y en ese instante le di una mirada rápida a Derek que dormía plácidamente en la ventana.
—Si, James —Digo triste porque no dejo de olvidar lo que hace segundos me cegó.
Al llegar a casa todo fue un caos. James y yo, con mucha dificultad logramos llevar a Derek a mi habitación. Todo él apestaba a alcohol. Y a diferencia de hace unos minutos atrás, creo que no me importaba ese olor. Me cegaba tanto la idea de tenerlo cerca de mí que no me percataba del olor a alcohol, solo me enloquecía su esencia. Sin embargo, intenté de todas las formas posible mantener la cabeza fría. Fue como llevar un peso muerto. Nada nos dejó más exhaustos que subirlo por las escaleras hasta tenderlo sobre mi cama. Nuestras respiraciones agitadas nos daban a entender todo el esfuerzo logrado.
—Ya es tarde y la tormenta pronto comenzará —Dice James, sacándome de mis pensamientos—. Sé que estará a salvo acá, Liz.
—Gracias por traérmelo...
—No, yo tengo que agradecerte por cuidar a mi amigo —Sonrió y voltea para irse—. Adiós.
—Adiós —Le devuelvo la despedida.
Al final, con las manos en mi cadera, escuché la puerta principal cerrarse. Ahora solo nos quedamos él y yo. Permanecí al frente de él, observarlo con detenimiento; su barba había crecido, tenía ojeras por debajo de sus ojos, mantenía un cabello largo y tenía el labio partido por la pelea de hace unas horas atrás. Su olor alcohol era realmente fuerte y capaz de impregnarse en mis fosas nasales, aunque me interesaba muy poco. Aunque me había dado cuenta de que mis cobijas tendrían ese olor y sí mis padres llegaban temprano, sintiendo ese olor en mis cosas, sería mi entierro para siempre. Mi padre, fue el primer temor que llegó a mi cabeza como una avalancha. Él fue un tanto estricto conmigo cuando se trataban temas sobre el alcohol, lo que me daba un poco de pánico. No dudé y tomé cartas en el asunto. Me acerqué hasta Derek, despertándolo.
—¿Qué? —Preguntó desorientado.
—Ven —Tomé su mano, provocando esa efervescencia en mi interior—. Ven conmigo.
—Como olvidar tu perfume, lucecita.
Su voz nombrándome por su "Lucecita" Despertó lo que por minutos había enterrado en mis profundidades ¿Cómo era posible perderme de esa manera?
—Sígueme, Derek —Digo neutra.
Él encogiéndose de hombros tomó de mi mano, aunque de seguro ya no recuerda nada. Con un tanto de dificultad logré levantarlo y juntos caminamos por el pasillo para llegar al baño. Se tambaleaba un poco, pero lo pude contener hasta sentarlo en el retrete.
—¿Vamos a bañarnos? —Preguntó curioso, lo que desató una gran idea en mi cabeza. Al final no sonaba una idea tan descabellada para ser hecha por un ebrio.
—Si —Afirmé con seguridad e indiferencia al mismo tiempo. Él ya había hecho el daño suficiente para no regalarle una sonrisa—. Ahora vuelvo, quédate aquí sin hacer nada.
—Necesito tu calor, lucecita. Tengo frio.
Rodé los ojos, fingiendo no interesarme. Pero por dentro solo me satisfacía la necesidad de arroparlo entre mis brazos ¡Agh! Todo era un torbellino en mi cabeza. Al final, terminé revolviendo mi cabeza para desaparecer todas las ideas en mi cabeza y fui hasta la habitación donde mi mamá guardaba la ropa olvidada, Henry era el embajador que encabezaba todo esto. Indagué por varias cajas en busca de su nombre y di con lo buscado, al terminar de elegir la prenda más cómoda di con una sudadera manga larga, pantalones chándal y por suerte unos calcetines. Y luego, como un bandido, indagué por las prendas que le regalaban a papá y no utilizaba. Fue una cosa de suerte encontrar ropa interior nueva.