»Aun si fuera lo suficientemente buena para olvidarte, no lo intentaría«
WD.Rose
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1. 𝕃𝕠 ℚ𝕦𝕖 𝔽𝕦𝕚𝕞𝕠𝕤
La gélida brisa de la noche no erizó mis vellos, lo hizo él. Sus largos dedos danzaron dulcemente sobre mi piel, despertando sensaciones que solo entonces supe que existían. La manera como lo hacía me gustaba, lo que provocaba en mí, eso, también me asustó.
¿Por qué de pronto hacía tanto calor? ¿Qué era ese hormigueo en mi vientre?
Max estaba sobre mí, pero sin lastimarme. Minutos atrás solo conversábamos observando la luna y su reflejo en el lago, ahora todo parecía tomar otro rumbo.
Y ese camino se tornaba aterrador pero también atractivo.
—Max...
Sus profundos ojos azules no dejaron de pasearse por mi rostro, sus labios nunca borraron la linda sonrisa que tenía. Esa mirada vivaz estaba tan oscura como la noche. Mi respiración comenzaba a ser errática y la suya entrecortada.
¿Que estábamos haciendo?
—¿Te dije alguna vez lo hermosa que eres, mi ángel? —susurró tan cerca de mi rostro que pude sentir su cálido aliento rozar mi mejilla.
Toda la sangre subió a mi cara enrojeciendola por completo. No era la primera vez que me llamaba de esa forma, pero sí en aquellas circunstancias; con ese tono ronco y grave que parecía brotar de otros labios y no del Max que conocía.
—Lo sé s-siempre me lo dices —titubeé absorta en sus movimientos.
¿Por qué latía tan rápido mi corazón?
—Y deseo demostrártelo con hechos. Me gustas tanto Emi, mi Emireth hermosa. —susurró hundiendo su rostro en mi cuello.
Su respingada nariz causó cosquillas en la zona, su boca espasmos en todo mi cuerpo. Succionaba con delicadeza y eso me nubló los sentidos. Solo tenía doce años y aún jugaba con muñecas, al té cada tarde en el jardín, era lo más emocionante hasta que todo se resumió a nada comparado con lo que estaba conociendo.
¿De esto se trataba la vida?
Iba mucho más allá de lo que imaginé, de lo que alguna vez en mi corta existencia creí.
Maximiliano a sus diéscisiete ¿ya habría hecho ésto alguna vez?
Sus manos buscaron la forma de quitarme el lindo vestido rosa veraniego, que la señora Cooperfields me había obsequiado semanas atrás, ella era mi madre adoptiva y la progenitora de Max.
Sabía que sólo compartíamos el apellido y que por nuestras venas no corría ni una pizca de la misma sangre, aún así lo que hacíamos era bastante malo. No quise detenerlo, se sentía muy bien para ser realmente pecado. La maestra nos había explicado que ningún chico de nuestra edad podía demostrarse demasiado afecto que fuera inapropiado. Los detalles que dió esa mañana, —en la incómoda charla— estaba pareciendose a lo que hacíamos.
A eso que estaba a punto de suceder, pero entonces yo no lo sabía.
Cuando logró dejarme expuesta sentí la necesidad de cubrirme, no lo permitió. Empezó a dejar una hilera de besos desde el centro de mis pequeños senos. Apreté los puños removiéndome bajo su cuerpo, tanto como si fuera una lombriz.
—Son perfectos —aseguró dejando besos pringados —No voy a hacerte daño, confía en mí.
Esas palabras se escuchaban a lejanía, yo siempre confiaba en él pero tenía miedo.
Dejé el forcejeo y lo miré inquisitiva. Mi pecho subía y bajaba al punto de resollar.
—¿Max...
—Cierra los ojos Emi, solo disfrútalo mi ángel, pero si quieres que me detenga entonces lo haré ¿Quieres qué pare? —emitió mientras tomaba el elástico de mi ropa interior.
Quise decir No, en cambio asentí temerosa, a la vez que ansiosa.
Él parecía saber lo que hacía. Esa noche sus labios ahogaron el grito de dolor que emanó desde el fondo de mi garganta. Algo dentro de mí se había roto, él había traspasado una barrera de la que no tenía idea. Lo sentí en mi interior y fue extraño.
¿Por qué Max estaba invadiendome? Su cuerpo sudoroso y caliente al igual que el mío. Terminó moviéndose, haciendo cada embestida incisiva. Esa boca contrarrestó la molestia interna y pronto a su ritmo, al son de su vaivén mi mundo colapsó. Infinitas oleadas de electricidad me sumergieron en la satisfacción de placer que nunca jamás viví. Cayó laxo a mi lado, intentando como yo, recomponerse.
Eso fue indescriptible y muy en el fondo supe que mi perdición.
—Yo también te quiero Max —admití agitada. El incesante aleteo comenzó de nuevo a dar vueltas y vueltas en mi estómago.
Estábamos tendidos al intemperie, completamente desnudos sobre el prado. Lo miré de perfil algo distraído en el cielo, fue inevitable sonrojarme al notar su intimidad. Entonces ladeó la cabeza y me atrajo a él permitiendo que apoyara mi cabeza en su pecho.
—¿Qué hicimos Max?
—Hicimos el amor, Emi. ¿Te lastimé?
¿El amor? ¿Eso no era lo que hacían las parejas? Pero nosotros ¿Por qué?
—Estoy bien... deberíamos volver a casa ¿qué pasará si nuestra madre nos descubre? —Inquirí preocupada.
Besó mi frente y bastante relajado respondió —Mamá tiene el sueño como una roca, ni hablar de nuestro padre.
Sonreí exhalando.
—¿Max?
—Dime Emi...
—Nunca me vas a dejar ¿verdad?.
—¿Por qué lo haría? Eres importante para mí, más de lo que crees y no me apartaría jamás de tu lado. Es una promesa —añadió juntando nuestras frentes.
Confíe en sus palabras, en esos perfectos ojos azules que no dejaban de mirarme con un extraño brillo.
Le di un corto beso en los labios a modo de agradecimiento, también pretendía demostrarle lo mucho que él me gustaba. Me correspondió con vehemencia y temblé como hoja entre sus brazos mientras la magia ocurría y nosostros volvíamos a perdernos por ese mismo trayecto.
Editado: 07.08.2020