No sabía qué esperar. Alix estaba un poco nerviosa, apretaba sus manos sin cesar.
El camino fue más largo de lo que imaginó. Cuando salieron del castillo de Queribus no fueron directo a París, sino que visitaron las principales villas de Provenza. Bernard le dijo que quería que conociera los caminos y a los señores en caso algún día lo necesite.
Alix visitó Cabaret, el que pronto sería el hogar de su querida Guillenma. Conoció cuál era la ruta a Saissac, aunque nunca llegó a pisar esas tierras. Pasó por Carcasona, y conoció al joven vizconde. Visitó Tolosa, Narbona, y llegó a una encomienda templaria, donde un tal Froilán de Lanusse la recibió bien.
También fue a Béziers, y conoció a una simpática niña llamada Bruna. Por alguna razón, Bernard le pidió que la viera bien, que recordara cada detalle de esa muchachita. Cierto que la tal Bruna era encantadora, pero no entendía qué importancia podría tener una niña así, incluso menor que ella.
—Algún día lo sabrás —respondió Bernard—. Pero ahora solo ten presente eso y nunca lo olvides: Bruna es muy importante dentro de la orden.
—Bien. —Fue lo único que dijo aquella vez.
Siguieron el camino, pasaron por Montpellier, para luego de varios días cruzar al Ródano en una barcaza algo precaria. Ella ya no podía esperar más. Estaba ansiosa por llegar a París y cumplir con su misión. El señor Bernard se lo dijo, tenía que ser muy cercana a Guillaume y a todo el que lo frecuentara.
Apenas tuvo tiempo de apreciar París, pero lo que vio le bastó para hacerse una idea. En verdad nunca visitó una ciudad tan grande como esa, ni siquiera Carcasona se le parecía. De la isla en medio del río Sena se podía ver la catedral, las bellas casas de los nobles, las murallas, el castillo. Y todo eso rodeado de tantas cosas que parecían crecer desordenadas. La université, y otra parte de la villa que parecía llena de gente, de barcas, de negocios. Hasta pensó que no le daría la vida para recorrer todo.
Bernard no se detuvo a dar explicaciones, se dirigieron de inmediato a la casa de los Montmorency. París le parecía una ciudad grande y también algo caótica, eso quizá era porque había mucha gente a la que cuidar, y los señores no tenían tiempo para todos. "O quizá no les importa", se dijo convencida.
Para variar, encontraron la casa alborotada. Había una fiesta, era cumpleaños del señor, hermano del esposo de la dama Oriza. El gran maestre y ella entraron por otro lado con discreción, pareciera que nadie tenía voluntad para atenderlos, hasta que la misma dama envió a sus siervas.
Primero entró el señor Bernard, quien de seguro andaba dando instrucciones y eso, pues estaba demorando mucho en salir. Alix se encontraba sentada en una silla, en un pasillo solitario, moviendo las piernas de un lado a otro de puro aburrimiento. ¿Cuánto tiempo más iban a tardar? Había andado mucho, como para encima aguantar la paciencia de una dama engreída.
Cuando al fin el señor Bernard salió, lo hizo solo. Se acercó a ella y posó sus dos manos en sus hombros, se agachó y se puso a su altura.
—Ahora todo depende de ti, Alix. Confío en que lo harás bien.
—Yo también lo espero, mi señor.
—Puedes enviar informes para mí cuando desees, se los darás a la dama Oriza, y ella me los hará llegar en la correspondencia secreta. —Alix asintió. Justo entonces la puerta volvió a abrirse, y una doncella apareció.
—La señora Oriza quiere ver a la muchacha.
—Ha llegado tu momento. Suerte, pequeña.
Luego de despedirse de Bernard, Alix siguió a la doncella en silencio hasta que llegaron al lugar donde la dama que sería su tutora esperaba. La vio de espaldas, y contuvo la respiración. No iba a negarlo, tenía cierto temor. En Provenza hablaban del terrible carácter de esa mujer y de cómo todos cedían ante su voluntad, se preguntaba si sería igual de dura con ella. "Pero eso no importa, yo soy Alix de Queribus, sobre mí no pasará ninguna engreída", se dijo convencida.
—Señora, la dama está aquí —anunció la doncella. En ese instante, Oriza se giró. Alix se quedó quieta mientras sentía que la señora la examinaba de pies a cabeza.
—¿Dónde? —dijo de pronto esa mujer. Alix se sintió indignada, ¿quién se había creído que era para decir eso?
—Yo soy Alix de Queribus —dijo lo más firme que pudo. O lo intentó. Oriza y su mirada fiera la hicieron callar de inmediato.
—Ratita. —Fue lo único que le dijo y hasta le pareció ver que sonreía con cierta burla—. Oriza de Labarthe no bajará a la fiesta de su cuñado con una ratita. Pónganla decente, rápido.
Alix no tuvo tiempo de mandar a volar a esa dama altanera, se quedó con la palabra en la boca cuando las doncellas se la llevaron. Contenía la rabia que le daba ser tratada como un estorbo para esa mujer. Que si, era hermosa, pero no tenía ningún derecho a llamarla "ratita". Ah no, esa presumida se las iba a pagar, nadie se metía con ella y salía ileso.
Cuando las doncellas terminaron de arreglarla se quedó algo sorprendida. Se veía, vaya.... Hermosa. Como una dama muy joven, pero una dama al fin. Una dama linda, como siempre quiso su tío Xabaret que fuera. Aún contrariada por su nueva apariencia, las doncellas la sacaron por un pasillo donde al fin se encontró con la señora Oriza.
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Editado: 03.06.2023