La estación de buses estaba desolada. Todo el mundo parecía haber desaparecido. De seguro estaban ya en sus respectivos trabajos.
El silencio que se sentía en el aire era incomodo. Después de que Iker me hubiese ignorado de una forma nada sutil, y hubiera establecido una conversación amistosa con Martina, había decidido mantener la boca cerrada. No recordaba alguna vez haberle visto molesto o, mucho menos, siendo grosero. Pero por supuesto, él ahora ni siquiera quería mirarme, y estaba segura de que no era mi culpa.
Idiota –Me rugió mi subconsciente.
Habíamos conseguido todo lo que necesitábamos, desde los guantes hasta las demás cosas de aseo. Gaia y Glenn, aun no daban acto de presencia y eso me irritaba aún más.
-Quiero ganar el premio –Escuché que estaba diciendo Martina, quien estaba recogiendo su cabello en una cola alta.
-Seguro que quieres–Contestó Iker mientras sonreía, haciendo aparecer sus hoyuelos.
Cada que me miraba parecía ponerse de mal humor y eso estaba acabando con mis nervios.
-Holaa – Escuché que decía Glenn, quien venía sonriendo –Disculpen la tardanza, tuvimos algunos problemas.
Gaia se sonrojó y yo la miré divertida.
-No hay problema – Comentó Iker, quien comenzó a caminar hacia la entrada de la estación –Debemos apurarnos si queremos terminar a tiempo.
Nos pusimos en marcha hasta llegar al bus que nos llevaba directamente al sendero, ninguno había querido traer auto para no encartarse.
Cuan por fin paro el bus, este estaba prácticamente lleno, pero por suerte había algunas sillas vacías.
Iker se sentó en uno de las sillas de atrás, me dispuse a caminar para sentarme al lado, no es que hubiese mucho campo libre. Pero, rápidamente, el tiró de la mano de Martina y la sentó a su lado.
Una oleada de ira me invadió pero traté de no demostrarlo. No discutiría por una silla. Glenn y Gaia ya estaban sentados juntos justo adelante, y mi única opción era irme junto un chico que rascaba su nariz con un dedo de espuma.
-Genial –Pensé –Realmente me odia.
Nuestro destino estaba prácticamente a veinte minutos, así que no sería un viaje muy largo.
Me giré para mirar la ventana. El cielo estaba despejado, tal vez si teníamos suerte no comenzaría a nevar.
Pasamos por un pequeño parque y no pude evitar sonreír. Cuando estaba pequeña me encantaba estar en ellos, mi padre se aseguraba de llevarnos casi todos los días a mi y a él... la ida era casi obligatorio. Pasábamos horas jugando y jugando sin parar, de hecho, en uno de ellos había conocido a Gaia cuando tenía cuatro años, y desde ese instante siempre nos reuníamos en el parque para jugar hasta el anochecer.
Pasamos el puente de San vlidir y comencé a alistarme para bajar del bus. Ya estábamos cerca.
-Kay- Me llamó Gaia, mientras se ponía de pie. Bajamos rápidamente el vehículo y sin mirar atrás comencé a caminar. Lo último que quería era ver a Iker sonreír de manera estúpida a Martina.
-¿Te pasa algo? –Me preguntó Glenn, mientras pasaba un brazo alrededor de mis hombros –Te ves molesta.
-Creo que me duele la cabeza –Comenté distraídamente. No me gustaba mentirle a mis amigos, pero no quería sus hábiles preguntas.
-Tengo algunas pastillas en mi bolsa –Gaia me miró preocupadamente, y me sentía aún más culpable.
-Gracias –Murmuré.
No sabía qué estaba mal conmigo y tampoco sabía porqué Iker tenía la capacidad de hacer cambiar mis estados de ánimo. Pero tenía que admitir que no era justo que me hubiese besado para después ignorarme de aquella manera. No era como si hubiese esperado algo, pero estaba siendo muy grosero por su parte.
Las grandes franjas de madera nos dieron la bienvenida al sendero Killer, el lugar en el momento estaba deshabitado. Normalmente se usaba cuando se hacían fiestas más grande como las que se avecinaba en el año nuevo.
Como deduje, los charcos de agua, hielo y lodo, estaban por todas partes. Sobraba recordar que la pequeña cabaña que estaba justo en el centro de toda esa humedad, estaba tapiada de nieve hasta sus ventanas.
-Esto es un horror –Dijo Martina, quien hizo cara de asco –No sé ni por dónde debemos comenzar.
-Tal vez debamos ir a cambiar nuestras ropas –Sugerí. No quería arruinar la que llevaba puesta. Todos asintieron y nos encaminamos a la gran cabaña, tendríamos que cambiarnos adentro.
Como había supuesto, al igual que afuera, acá adentro todo estaba hecho una miseria. Bolsas, cajas y muchos periódicos estaban tirados alrededor del piso; las paredes estaban húmedas y grandes manchas negras estaban adheridas a ellas. La pequeña cocina que había a la derecha estaba igual de sucia, varios vasos de café y aromática estaban adornando el mesón.
-Qué asco –Murmuró Gaia.
-Esta será nuestra casa cuando nos casemos –Dijo Glenn tranquilamente, mientras comenzaba a sacar su camisa, sin importa la audiencia –No te quejes.