Igual si me negaba y me echaba a correr fuera de la mansión me alcanzaría, debía tener ciertos poderes si era el diablo. Medité la palabra, llegando a la conclusión de que sonaba totalmente absurda, incluso pronunciada por mi voz interior
Asentí con cierta reticencia, abrazándome a mí misma. No era mucho, pero fue la única manera que encontré de proteger a mi bebé.
Lo seguí cautelosamente a su estudio, y mi corazón se hundió cuando la puerta se cerró, haciéndome dar un respingo.
—Deja de tener miedo, por favor. No soy él... te lo juro —me aseguró sentándose en su imponente sillón.
Me senté en una de los dos sillones, un poco más pequeños que el suyo y levanté mis piernas, hasta dejar mis rodillas contra mi pecho, abrazándolas.
—¿De qué quieres que hablemos?
Y hablamos... bueno, en realidad él habló.
Cientos y cientos de años atrás antes de cristo, el portal que conduce a los demonios a la tierra, reveló una grieta a causa de una saturación de almas errantes que fueron enviadas a penitencia, por los pecados cometidos. Este suceso dio lugar sobre las llanuras del Rio Jordan, al norte de donde hoy se encuentra el Mar Muerto. Cinco ciudades: Sodoma, Gomorra, Admá, Zeboím y Bella fueron sometidas a su aniquilación total, después de que Abraham regresara de Egipto. Sus habitantes eran descritos como blasfemos, sangrientos, hostiles y sádicos. Estas ciudades fueron destruidas por Dios con fuego y azufre caídos del cielo, tras el fracaso de Abraham al no encontrar diez justos entre sus pobladores, para evitar su destrucción.
Una tropa de demonios aprovechó aquella grieta en el portal, revelándose a las leyes de Lucifer, de no acudir a la tierra sin su consentimiento, y escaparon con la intención de crear caos y apoderarse de tierras sagradas. Aún con todo y que se rebelaron contra él, no intercedió, viendo la oportunidad perfecta para destruir lo que le pertenecía a su padre.
El arcángel Miguel se dio cuenta casi de inmediato, bajando con una parte de su ejército de ángeles soldados, para impedir dicho acto violento, iniciando así una épica batalla que comenzó en el Monte Sinaí, esparciéndose hacía terrenos asiáticos y africanos.
Aquella devastadora batalla entre ángeles y demonios se prolongó por semanas, causando así la muerte de muchos ángeles y confusión entre los hijos de Dios.
El arcángel Gabriel, conocido entre sus hermanos, como el más poderoso y noble, guardia de los recién nacidos y mensajero de Dios, intercedió en dicha batalla, al darse cuenta que más allá de terminar con un bando victorioso, culminaría con la extinción de los soldados de Miguel.
Gabriel, al no ser un guerrero, recurrió a otro tipo de artimañas, pactando un encuentro con su hermano Lucifer, para poder llegar a una tregua, incapaz de seguir viendo a su gente morir.
Lucifer y Gabriel tuvieron su encuentro cerca de Jerusalén, en donde el arcángel le ofreció, como tregua, crear un ser con la sangre de ambas razas. Aquel ser tendría el poder de liderar a cualquiera de los dos ejércitos, regalándoles la victoria, en la batalla final por el bien y el mal. Lucifer aceptó con cierta resistencia, consciente de que era como echar una moneda al aire, mas supo que era la única oportunidad que tenía para dominar lo que le pertenecía a su padre, y cobrar venganza por su exilio. Y también ya había visto a muchos de los suyos caer en batalla.
Gabriel entonces acudió a Miguel, pidiéndole que parara con aquella masacre, y le informó sobre el acuerdo al que había llegado con su hermano caído. Lucifer retiraría a sus tropas únicamente cuando se iniciara la creación de aquella criatura. Para Miguel no fue una grata noticia, no estuvo de acuerdo al inicio, pero al ver la destrucción en la que había caído su ejército, no le quedó más que aceptar, con la única condición de que fuese su sangre la que poseería aquella criatura que crearía el mensajero de Dios.
Se necesitaba sangre guerrera para una batalla de esa índole, no sangre benevolente, mencionó Miguel. Su arrogancia le impidió a Miguel ver que la sangre de su hermano, el mensajero de Dios, era la más apta para aquello, pero no viendo otra opción, Gabriel aceptó.
Miguel le entregó un manto con su sangre, directo de una herida sobre su corazón.
Al reencontrarse nuevamente Gabriel con el caído, el arcángel llegó con un pastor, hijo de Dios, que encontró solitario en una montaña, donde parecía que su única compañía eran sus ovejas.
Para poder crear a la criatura, se necesitaba a un humano. Entonces Lucifer donó su sangre, directo del corazón y la mezclaron en el manto que Miguel le había otorgado a Gabriel. Lucifer entonces hizo el trabajo sucio, haciendo una herida profunda en la palma de la mano del ermitaño pastor y la cubrieron con dicho manto, amalgamando así a tres razas en uno solo, dándole vida al Portador.
Fue así como se maldijo al alma más pura, capaz de resucitar de las cenizas del purgatorio, para albergar al hijo de Miguel y Lucifer. Se necesitaba un alma con el suficiente poder de soportar la oscuridad y la luz de la reencarnación, quien poseyera el balance perfecto entre el bien y el mal, para dar a luz al líder que comenzaría la batalla final.
—Y así se escribió la Profecía del Portador y la Elegida —dijo Raphael, concluyendo con aquella historia.
Probablemente toda la sangre en mis venas se drenó, hasta el punto de hacerme sentir débil y nauseabunda, porque tuve que buscar desesperadamente un cesto de basura en donde poder vomitar.
No hallé ninguno, por lo que tuve que tomar una respiración profunda, para apaciguar la revolución que se había creado en mi estómago y poder recuperar mis capacidades lingüísticas, ya que vi probable haberlas perdido en algún punto de aquella historia.
En mi proceso de unir todas las piezas de aquella historia, el señor Bennett sacó de uno de los cajones de su escritorio un libro que me pareció muy familiar. Era un libro de apariencia muy antigua, que colocó sobre la superficie, frente a mí.