—¿Qué dice esto de mí? —Me preguntó Lusian, mientras caminábamos de la mano por el austero y frio pasillo del segundo piso del hospital —. La última vez que estuve aquí, fue por una sobredosis y ahora voy saliendo de una consulta de obstetricia, acompañado por la mujer de mi vida, sujetando cuatro diminutas fotos que según muestran un bebé de siete semanas, pero a mí me parece más una nuez de la India.
Me reí bajito dándole un beso en el hombro, limpiándome con su camisa el pequeño rastro salado que me escocía en la piel, por las lágrimas de alegría derramadas en la consulta con la ginecóloga que Caleb nos había recomendado una noche atrás, cuando decidimos que era tiempo de hacer una visita al médico, para saber el estado de salud del bebé en camino.
Dudamos un poco para asistir a dicha consulta, ya que la naturaleza de nuestra hija no era para nada convencional, pero Raphael nos aseguró que podía examinarse como cualquier otro bebé.
Aún no estábamos en tiempo para saber el sexo, pero yo estaba segura de que sería una niña hermosa de ojos negros y cabello azabache como el de su papá y ya sabía que nombre llevaría.
—Dice que eres la prueba viviente de que existen las segundas oportunidades, y que eres el hombre más valiente del mundo —le aseguré, apretando su mano.
—No olvides guapo y sexy —me advirtió juguetonamente —Ya casi no recuerdo esas cosas... desde que estoy contigo, es como si mis demonios hubiesen sido eximidos y liberados.
Nos detuvimos frente a las puertas del ascensor y muy atrevidamente me tomó de las caderas y me apretó contra él. Bajó un poco su rostro hacia el mío y me dio una pequeña probada de lo que podía ser un beso suyo en medio de un hospital lleno de enfermos. Para mí infortunio nunca tocó mis labios y eso me ponía al cien, sin importar el lugar en el que estuviéramos.
—Metafóricamente... —Dije al presionar el botón del elevador hacía la planta baja, intentando mirar de reojo si era el correcto —. Si lo piensas bien, eres un demonio, o la mitad de uno... no es que estén eximidos del todo —comenté rodeando su cuello con ambos brazos, buscando con un poco de desesperación poder besarlo de verdad.
—Y a ti te encanta eso, ¿cierto? —Preguntó en un susurro, contra mis labios, robándome un suspiro entrecortado.
—Mi accende —murmuré en un delicioso y sugestivo acento italiano, atrapando fugazmente su labio inferior entre los míos, casi logrando darle el beso que tanto necesitaba en esos momento.
Mis hormonas enloquecieron frente a esas puertas de acero cuando Lusian gruñó, presionando por fin sus labios contra los míos y advertí su lengua abrirse paso duramente para poder colarla en el interior de mi boca, pero poco más pudimos hacer. La campanita inoportuna del elevador sonó y tuvimos que separarnos al notar a un par de enfermeras y una pareja aparentemente discutiendo, saliendo del ascensor.
Me sacudí una pelusa inexistente del hombro y vi a Lusian acomodar, no tan sutilmente, la parte del cierre de su pantalón, obligándome a apretar los labios, para no reírme por ser tan descarado.
No pude pasar por alto la mirada que una de las enfermeras le dedicó a Lusian cuando ambos nos metimos al ascensor, y tuve dos opciones: o ella quería llevárselo a su cama, o ya lo había llevado.
Elevé una ceja mirando a la mujer en traje blanco y curioso gorrito sobre su cabeza y le sonreí guiñándole un ojo, mientras las puertas del elevador se cerraban, para lastima de la mujer, más lento de lo esperado.
—Voy a detener el elevador —me advirtió Lusian, cuando las puertas estuvieron cerradas por completo.
Contrariada giré mi cabeza en su dirección.
—¿Por qué? —Pregunté quitándole el ultrasonido de la mano a Lusian, que tenía arrugado en su puño.
—Nunca lo he hecho en un hospital —Confesó mirándome de abajo hacia arriba, deteniéndose en mis ojos.
—Y no lo harás —musite tragando saliva.
No me parecía una mala idea, pero estábamos a plena luz del día y no era un ascensor muy largo, como para poder esperar atrapados unos veinte minutos o quizá más.
—Que no se diga que no lo intenté —se quejó y me atrajo hacia el rodeándome los hombros con uno de sus brazos.
Irritada acomodé el acetato impreso con la ecografía de nuestra pequeña nuez de la india y la hoja de diagnóstico. Aparentemente a Lusian no le importaba que fuera la primera muestra de que traeríamos juntos a un nuevo ser al mundo y eso probablemente me hacía sentir un poco molesta y triste, pero no iba a decírselo, porque cuando lloré al ver en la pantalla del equipo médico de ultrasonidos la pequeña mancha que se decía era mi hija, Lusian estuvo a punto de llorar junto conmigo, pero como todo macho se aguantó las lágrimas y se escondió en mi hombro, dándome un montón de besos.
Se tenía que admitir que fue uno de los momentos más emotivos que había experimentado con Lusian. Comprobar que realmente estábamos a punto de ser padres, a través de una pantalla, fue lo que necesitaba para poder aceptarlo por completo y me sentí diferente después de todas las explicaciones de medidas y dimensiones que nos comentó la ginecóloga. Podía sentirme una verdadera madre...
Posiblemente suene absurdo, pero fue como si el botón de mi instinto materno se activara y la Alexa que algún día fui, llena de dudas, rebeldía y malas decisiones hubiera desaparecido, abriéndole paso a una nueva mujer, con metas más altas y el amor más grande del mundo para compartir con su nueva familia.
De camino a la salida del hospital, nos encontramos a Caleb en la recepción, charlando con una enfermera de gran edad, a la que le hizo unas señas y despidió, para acercarse con una amplia sonrisa a nosotros.
—Hola chicos —nos saludó alegremente al llegar hasta nosotros.
Perdí la cuenta de cuánto tiempo había pasado sin verlo, y por la revolución de mis hormonas y mis sentimentalismos, lo abracé efusivamente, dejando un rápido beso en su mejilla.