Lo conocí la noche que asistimos a la fiesta de despedida de nuestro jefe. Sara pasó a recogerme en el auto de él. Al inicio todo bien, me senté en el asiento detrás y me puse los audífonos, a lo mejor querían conversar algo en particular y yo no quería ser inoportuna. Lamentablemente me quedé sin batería, pero igual seguí con los audífonos puestos. Y allí escuché algo que no me gustó para nada.
—¿Por qué te pusiste ese polo? Tiene un escote muy pronunciado, Sara.
—¿Tú crees? Me lo puse porque es verano y hace calor, no necesariamente para provocar.
—Pero, justamente para eso es el escote, lo entendería si tuvieras veinte años, lo cual no es así. eres una adulta y debes vestirte en relación con tu edad y lo que quieres que piensen de ti.
—Por Dios, tenía unos veinticuatro años y prácticamente le estaba diciendo vieja. ¿Qué dijo Sara? Nada. Esperaba una respuesta que le dejara en claro que ella se vestía como deseaba, mas solo hubo silencio de su parte. No sabes, Nicolás, las ganas que tuve de responder yo; sin embargo. me mordí los labios. Ya en la fiesta fue peor, Sara bailó unas dos o tres veces y luego estuvo sentada en el sofá toda la noche. Y te apuesto lo que quieras que fue por lo que dijo Álvaro.
Claro, que yo no me aguanté y a la mañana siguiente cuando nos estábamos vistiendo para ir a tomar desayuno, se lo comenté.
—Oye, Sara, disculpa que te lo diga, pero el comentario que dijo tu amigo ayer en el auto realmente estuvo de más, no entiendo como no le respondiste y le pusiste límite. Venir a decirte cómo vestir, ni que fuera la Santa Inquisición.
—No lo tomes a mal. Es mi amigo y solo se preocupa por mí. No quiere que me falten el respeto, eso es todo. No solo es así conmigo, sino con las demás chicas del grupo de la universidad.
—A mí no me pareció, pero si acostumbran eso, quien soy yo para decir algo.
—Tiene vocación de hermano mayor.
Con la intención de dejarlo mejor antes mis ojos y ver lo gran amigo y caballero que era, mientras tomábamos el café, me contó dos anécdotas que demostraba lo mucho que disque la quería. Aunque a mí, más bien me ayudó a confirmar que era un machista asolapado.
La primera vez que se mostró así, fue al final del primer año en la universidad, se acercaban las fiestas de diciembre y ese día se cerraban las instalaciones por tres semanas. Con la tranquilidad que nos da el saber que habíamos aprobado todos los cursos, mis amigos y yo decidimos ir a tomar por primera juntos a un bar que se encontraba frente a la universidad. Yo estaba muy entusiasmada, me sentía una adulta entrando a un lugar de estos, sin pedir permiso a mis padres y sin pensar en la hora. Es poco lo que me acuerdo del lugar, que fino no era. Mucha bulla, música, gritos, carcajadas, media universidad estaba allí. La gente se subía a la mesa o bien para bailar o bien para escribir sus nombres en el techo. Cuando estaba por el tercer vaso de cerveza, Álvaro se acercó a mí y al oído me dijo:
—Alista tus cosas, ya tomaron suficiente, es mejor que se retiren a sus casas. Te voy a embarcar a ti y a las demás chicas.
—¡Qué! Pero, aún es temprano y no te prometo no tomar más.
—No es un lugar para señoritas, las cosas por aquí se van a poner peor, hazme caso, sé porque te lo digo.
Terminé haciéndole caso, pensé que era lo correcto: prevenir antes que lamentar. Mis otras tres amigas también estuvieron de acuerdo.
—Ok. ¿Y la segunda vez?
—Creo que era el quinto o sexto ciclo; una amiga de la facultad de Comunicaciones me invitó al cumpleaños de su enamorado en una discoteca. Estaba de lo más alegre bailando con no sé quién, no recuerdo porque ya para ese entonces estaba algo tomada, me encontraba en ese lugar desde las ocho y para ese momento ya era medianoche. Me veías a mí con los brazos alzados, dando vueltas y cantando a todo pulmón, y de pronto siento una mano me jala hacia la barra.
—Déjame adivinar; Álvaro.
—Sí, a él también lo habían invitado, solo que llegó más tarde que yo. Me preguntó si mañana tenía clases temprano, y cuando se dio cuenta que estaba algo tomada. Tomó mi bolso y salimos a la calle para buscar un taxi. Yo le dije que deseaba quedarme un rato más, pero él alegó que podía ponerme peor y algún hombre podía sobrepasarse conmigo. Llamó a un taxi y me embarcó.
—Y fue así como malogró el momento de diversión que estabas pasando.
—Tenía razón, Ana. Podía haberme pasado algo malo, uno nunca sabe.
—Mira, Sara. En la primera situación, todos podían haberse quedado juntos y al retirarse, separarse en grupos teniendo en cuenta quiénes vivían cerca y así se cuidaban. En el segundo caso, si estabas algo tomada, ¿acaso no podía pasarte algo en el taxi? Tan preocupado que estaba pudo haberte acompañado y así asegurarse que llegues bien y él luego regresar. Es más, creo que como buen amigo que es, lo que debería haber hecho en ese entonces, es darte algunos tics para beber de manera correcta y evitar marearte pronto. Esas frases como “no es un lugar para señoritas” o “se pueden sobrepasar contigo” por favor.
—Ay, no seas exagerada. Lo hace con buena intención.
—El exagerado es él. No hablemos más de tu amigo, no quiero malograr mi hígado por él y menos pelearme contigo.